ch. 04

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HONESTAMENTE,
NO HAY NADA QUE
PUEDA HACER AL RESPECTO

CREÍ que después de ver al doctor Espino convertirse en un monstruo y caer en picado por el acantilado con Annabeth montada en su lomo, cualquier cosa a continuación no podía sorprenderme

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CREÍ que después de ver al doctor Espino convertirse en un monstruo y caer en picado por el acantilado con Annabeth montada en su lomo, cualquier cosa a continuación no podía sorprenderme. Así que cuando aquella chica de doce años me dijo que era la diosa Artemisa, solté lo primero que cruzó mi mente: «¿Y eso qué?».

Antes de darme cuenta de que había sido irrespetuosa, las cazadoras me derribaron contra el suelo respondiendo en su lugar. Las oí maldecirme, incluso pidiéndoles a su señora que se encargara ella misma de una criatura como yo.

—¡Suéltenme...!

—Por favor, discúlpenla —lo más patético del día, además de que mi madre le contara historias vergonzosas sobre mí, era que estuviera defendiéndome—. Cíon a veces es...

—Aléjate, hombre —Zoë Belladona lo amenazó con una espada de plata que no iba en su dirección, sino en la mía—. Si no quieres perder al mar augurio.

Stephan mostró las manos, en señal de rendimiento. Me lanzó una mirada de que más me valía disculparme o encontrar una manera de salir de esta. Pero yo no lo haría, ¿quiénes se creían las cazadoras para interrumpir en el campo de batalla y lucirse con esa actitud de superioridad?

—Está bien, sobrino mío —Artemisa miró al rubio y, aunque me sorprendió hacer la asimilación, calmadamente, le hizo un gesto hacia la cazadora—. Zoë, déjala ir.

La chica obedeció inmediatamente, pero sin ningún tacto. Mi cuerpo se encontraba adolorida, y esta vez no era por el golpe de Espino. Digamos que las manos de las cazadoras, por más jóvenes que se vieran, tenían la fuerza de una persona de al menos treinta años.

Cuando las cosas se calmaron, Grover ahogó un grito, se arrodilló en la nieve y empezó a gimotear:

—¡Gracias, señora Artemisa! Es usted tan... tan... ¡Uau!

—¡Levanta, niño cabra! —le soltó Thalia—. Tenemos otras cosas de que preocuparnos. ¡Annabeth ha desaparecido!

—¡So! —dijo Bianca di Angelo—. Momentito. Tiempo muerto.

Todo el mundo se la quedó mirando. Ella nos fue señalando, uno a uno, como si estuviera repasando las piezas de un rompecabezas.

—¿Quién... quiénes sois todos vosotros?

La expresión de Artemisa se ablandó un poco.

—Quizá sería mejor, mi querida niña, saber primero quién eres tú. Veamos, ¿quiénes son tus padres?

Bianca miró con nerviosismo a su hermano, que seguía contemplando maravillado a Artemisa.

—Nuestros padres murieron —dijo Bianca—. Somos huérfanos. Hay un fondo que se ocupa de pagar nuestro colegio, pero... —titubeó. Supongo que vio en nuestra expresión que no la creíamos—. ¿Qué pasa? —preguntó—. Es la verdad.

𝐓𝐇𝐄 𝐓𝐈𝐓𝐀𝐍'𝐒 𝐂𝐔𝐑𝐒𝐄 ──── pjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora