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Terrassa era un pueblo fantástico, con multitud de casitas coloniales idénticas, los mismos metros cuadrados, pareja arquitectura, igual número de escalones desde el porche hasta la entrada. Todo en el pueblo donde nació resultaba perfecto, los vecinos se conocían unos a otros, los pequeños locales comerciales permanecían inalterables, todos se ayudaban, se sonreían.

Su vida era maravillosa cuando tan sólo tenía ocho años. era la intachable niña que iba siempre impecable, que contestaba invariablemente con amabilidad a los mayor y que nunca daba una voz más alta que otra. Sus hermanas decían que era un muermo, su madre que era simplemente perfecta, y quizá fue porque todo el mundo le señalaba siempre lo única y estupenda que era por lo que decidió confeccionar su lista, en ella indicaba cómo debía ser el hombre ideal porque, dada todas sus virtudes, ella no merecía algo menor que la perfección.

La batalla comenzó el primer día de las vacaciones de verano, su madre se sentó en la mecedora del porche con su delicado vestido de diario mientras bebía una limonada y observaba cómo las salvajes de sus hermanas jugaban a los superhéroes, ella salió con su primoroso y nuevo vestido blanco, regalo de su queridísima abuela, y llevó consigo su inseparable libreta de dibujo
Pero esta vez, en lugar de dibujar, se decidió a escribir su lista

Después de mucho pensar la tituló «Mi perfecto príncipe azul», un encabezamiento adecuado para sus fines, pero, claro, ¿Qué rayos podía saber una niña de ocho años acerca de cómo debía ser la pareja ideal?
Fue así que, con paso decidido, se acercó a su madre, que en esos momentos empezaba agritar a pleno pulmón a sus hermanas, y esperó el instante adecuado para pedir su inestimable ayuda.

—Mamá— llamó dulcemente a la vez que tiraba de su vestido para llamar su atención.

—¡Tana!, como no bajes del árbol te juro que mañana mismo lo talo! ¡Martina, deja ahora mismo de perseguir al gato de la señora
Wilson!— gritó su madre sulfurada al mismo tiempo que se levantaba amenazadoramente de su mecedora. Finalmente sus hermanas se dieron cuenta de la furiosa mirada de su madre y dejaron de hacer estupideces, que fue entonces cuando ella volvió a sentarse y le prestó todo su interés. —¿Qué quieres, mi vida? —inquirió suavemente

—Mamá, ¿Cómo debe ser el hombre perfecto?— preguntó mostrándole su lista vacía.

—Cielo, aún eres muy pequeña para pensar en chicos—

—Lo sé, mamá, pero la lista no es para ahora, sino para cuando sea mayor—

—Menos mal —suspiró ella aliviada.

—Entonces deberías crearla cuando fueras mayor, ¿No te parece?—

—Pero mamá— insistió —Tengo que hacerla ahora porque cuando crezca estaré muy atareada con mis estudios y mi futuro, y no tendré tiempo para citas.—

—Eso te lo ha insinuado tu padre, ¿Verdad?—

—Si, papá dice que lo primero son los estudios, luego el trabajo y, por último, las citas. Me ha indicado que no debo salir con niños hasta que cumpla los treinta—

—Tu padre está loco y no debes hacerle ningún caso en lo que respecta a salir con chicos; si por él fuera, te encerraría en tu habitación hasta que fueras vieja—

—¿Por qué? ¿Es que papá no me quiere?—
preguntó preocupada.

—No, mi cielo— replicó su madre mientras la subía a su regazo. —Verás, papá te quiere demasiado, por lo que, en su opinión, ningún hombre será suficientemente bueno para ti.—

-¡Ah, entonces tengo que confeccionar la lista para que papá vea que sé escoger al mejor de todos!— Exclamó contenta a la vez que tomaba su libreta y su lápiz, y se sentaba a los pies de su madre, dispuesta a tomar
notas.

Mi perfecta señoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora