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El día de la celebración de su boda, la novia llegó a las cinco de la mañana a casa de sus padres. Entró silenciosamente por la puerta principal con los zapatos en la mano para evitar el ruido de sus pasos en el sensible y viejo parqué, pero todo cuanto hizo para evitar la escrutadora mirada de sus familiares fue en vano, pues en el gran sillón del salón esperaba sentada su hermana Martina mientras Tana dormitaba como una marmota en el sofá.

—¿Qué hacéis aquí?— preguntó Violeta sorprendida.

—Relevé a papá hace dos horas— comentó Martina a la vez que propinaba una patada a su hermana para despertarla.

—Como siempre, estaba tremendamente preocupado por su pequeña y nosotras no podíamos decirle dónde estabas, ¿verdad?—

—Gracias por no contar nada, Martina, eres una buena hermana— alabó Violeta agradecida.

—No, soy una buena amiga. No quería que papá fuera a casa de Chiara y la apuntara con su escopeta. Porque supongo que habrás pasado la noche allí.—

—Sí— confesó Violeta avergonzada —¡Pero nada de esto hubiera sucedido si vosotras no me hubierais dejado allí sola y atrapada!— reprochó a sus hermanas.

—Y cuando te acostabas con Chiara todos los veranos desde los dieciocho años, ¿también nosotras teníamos la culpa?— preguntó irónicamente Tana.

—¡Ella os contó eso?— preguntó Violeta molesta. —¡No tenía ningún derecho!—

—Me lo dijo a mí cuando me confesó, loca de contenta, que te amaba y que quería formar una familia contigo. Me lo reveló antes de conocer a Don Perfecto y sentirse como una mierda porque ese hombre cumplía todos y cada uno de los puntos de tu lista y eso la dejaba a ella fuera de la ecuación— explicó Martina con enfado.

—¿Cómo puedes decir que eres perfecta, si eres la mujer con más defectos del mundo?— añadió Tana disgustada.

—Yo no soy así...— objetó Violeta, indecisa.

—Eras una niña repelente e insufrible hasta que apareció Chiara y te convirtió en una cría revoltosa y divertida— recordó Tana.

—Desprecias continuamente los sacrificios de Chiara por intentar ser una mujer que no existe, sin embargo, alabas a ese petimetre con el que pretendes casarte y que no ha hecho ningún esfuerzo por merecerte.— Continuo Martina disgustada ante la ceguera de su hermana.

—¿Cómo puedes elegir pasar el resto de tu vida junto a un hombre que no amas por una estúpida lista? Estás desperdiciando la posibilidad de ser feliz el resto de tu vida!— gritó Tana furiosa sin dejar de pasearse por el salón.

—Yo amo a Ezequiel...— contradijo apocadamente Violeta.

—¡Sí, claro, por eso te acuestas con Chiara!— la acusó Tana.

—¡Sabes qué es lo peor de todo? Que has jugado con Chiara durante todos estos años y le estás rompiendo el corazón a una chica que realmente te ama— recriminó Martina a su hermana.

—Pero yo no amo a Chiara— aclaró entristecida Violeta.

—¡Sigue diciéndote eso, algún día acabarás por creértelo!— apuntó Tana saliendo colérica de casa de sus padres.

—Yo sólo quiero que mañana no te arrepientas de nada.— Martina abrazó cariñosamente a su hermana.

—No te preocupes, Martina, Ezequiel es el mejor hombre del mundo— declaró Violeta decidida mirando a los ojos a su protectora hermana.

—Sí... pero ¿es el mejor para ti?— insinuó saliendo tranquilamente en busca de su otra hermana, para calmar sus ánimos. Tana no debía cometer ninguna locura en la boda de su hermana, después de todo, la decisión de su futuro le pertenecía únicamente a ella y a nadie más.

Mi perfecta señoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora