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Cuando Doña Perfecta y la Salvaje dejaron el pueblo, todo permaneció en calma.

Los días volvían a ser monótonos; las tardes, aburridas, y las noches, silenciosas y sosegadas. Pero en el momento en el que las dos volvieron de vacaciones, hubo una paz nada habitual entre ellas. Todos sospecharon que se trataba de la calma que precede a la tormenta y empezaron a apostar quién sería la primero en romper la tranquilidad que los mantenía a todos tremendamente adormecidos en sus deberes matutinos.

Las vacaciones de Navidad duraban apenas unas semanas, pero aún así Violeta había decidido regresar al hogar. Uno de sus compañeros de clase, Alberto, un chico guapo y risueño que siempre estaba rodeado de chicas, iba a quedarse solo en esas fechas tan señaladas, así que, sintiéndose llena de compasión y de lástima, se decidió a invitarlo a acompañarla. ¡Craso error! ¿Quién podía llegar a sospechar que todo el pueblo se revolucionaría ante su llegada?

Alberto era apuesto, de cortos cabellos rubios y unos atrayentes ojos azules que hacían su rostro de adonis muy interesante. Su cuerpo, a pesar de dedicarse sólo al arte, era firme y fuerte. Sus deportes favoritos, la natación y el footing.

De humor siempre alegre y despreocupado, la hacía reír y le recordaba a su hermana
Tana, por eso y porque añoraba su casa, acabaron siendo pareja en algún que otro proyecto de clase.

Violeta se hallaba empaquetando sus cosas cuando él se acercó a preguntarle dónde pasaría las vacaciones y ella, ilusionada, le describió su hogar como si de un sueño se tratase:

—Iré a mi casa, Alberto. No te puedes creer lo maravillosa que es en esta época del año: el pueblo entero se cubre de nieve, los niños hacen muñecos por todos lados, las casas compiten con los adornos y, aunque en ocasiones puedan parecer recargadas, son adorables. También hay una función de Navidad en la que el tema lo eligen los vecinos, por lo tanto, te puedes encontrar obras tan estrafalarias como El padrino— Violeta hizo una pausa y continuó su descripción con una sonrisa. —Todos son amigables unos con otros, y el encendido del árbol en la plaza es algo precioso. ¡Tengo unas ganas tremendas de pasar estas fiestas en mi hogar! ¿Y tú Alberto?
¿Dónde irás?—

—Yo me quedaré aquí, solo— respondió Alberto.— Ya sabes que mi familia es prácticamente inexistente y no me hace demasiada ilusión visitar a mi madre borracha en su vieja caravana.—

—¡Pobre! ¿Y no tienes ninguna chica con la que pasar las fiestas, ningún primo lejano que visitar?— Quiso saber Violeta, preocupada por la soledad de su amigo en fechas tan especiales.

—Estaré solo, pero tú no te preocupes por mí: ya estoy acostumbrado a ello— expresó Alberto quejosamente.

—¡Ningún amigo mío pasará solo estas fiestas! ¿Por qué no te vienes conmigo a casa de mis padres? Tenemos una fantástica habitación de invitados y seguro que los habitantes de Terrassa te recibirán encantados.—

—Está bien, si me lo pides así...—

Comentó Alberto sonriente aceptando pasar sus vacaciones en un pueblo muy particular.

Chiara llegó ese año cargada de regalos para el día de Navidad un poco antes de lo habitual en ella, y trajo consigo uno muy especial para Violeta. Había pensado en obsequiarla con un anillo de compromiso, pero, como era demasiado pronto y probablemente se lo tiraría a la cara, le compró un precioso par de zapatos rojos de tacón de aguja, pues, tras pasar un día frente al escaparate en el que estaban expuestos mientras hacía alguna compra de última hora, no pudo dejar de imaginarse a Violeta desnuda y luciendo solamente esos espléndidos zapatos.

Cuando llegó, su madre y su abuela corrieron a recibirla con un gran abrazo. Mientras Emma la llenaba de besos y preguntas sobre su salud, su abuela la reprendía con una sonrisa por las posibles travesuras realizadas. Continuaron atosigándola hasta las escaleras, donde le apremiaron a dejar sus cosas en su habitación y a que bajara con rapidez para tomar un tentempié tras el largo viaje.

Mi perfecta señoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora