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Desde que Violeta anunció en su casa la noticia de su inminente boda, todo estaba descontrolado en el hogar de los Hodar sus hermanas le hacían un profundo vacío por no haber elegido a su amiga del alma, su padre la miraba en silencio sin apenas dirigirle la palabra, siempre meditabundo y distraído, y su madre estaba llena de euforia ante la perspectiva de una boda.

Los preparativos avanzaban de forma acelerada. Violeta, su madre y la madre de Ezequiel, una señora un poco estirada, elegían a los invitados, las tarjetas, los adornos florales, la iglesia...

Todo era agobiante. Violeta tenía que permanecer siempre en medio de su madre y su futura suegra para que no se tiraran de los pelos, porque, en el mismo momento en que se conocieron, surgieron chispas de odio entre ellas.

Todo empezó con una simple presentación antes de una elegante cena. Ezequiel, amablemente, presentó a su madre Anette y a su padre Henry a los señores Hodar. Todo fue cordialidad y sonrisas hasta que Ezequiel se excusó durante unos instantes, ya que había visto a unos amigos que deseaba saludar.

Fue entonces cuando todos descubrieron lo larga y bífida que era la lengua de la señora
Sánchez.

—Bueno, ¿y cómo fue que mi hijo y tú os conocisteis?— preguntó Anette aparentando amabilidad.

—Fue en un restaurante como éste— respondió Violeta con una sonrisa. —Yo me alejaba enfadada con mi cita fallida cuando tropecé con él y, en cuanto nos vimos, supimos que éramos perfectos el uno para el otro.—

—Bueno, no eres tan perfecta como otras de las chicas con las que ha salido mi hijo, pero servirás. Después de todo, él te ha elegido. Te tienes que sentir halagada porque entre miles de mujeres te haya elegido a ti— comentó la señora Sánchez prepotente.

Su marido reaccionó abriendo los ojos escandalizado por su ataque gratuito, pero, sin reunir el valor para enfrentarse a la perfidia de su esposa, simplemente bebió toda su copa de un trago y pidió más vino al camarero.

Juan Carlos Hodar frunció el ceño enfadado, dirigiéndoles una mirada asesina a sus futuros parientes en la que podía leerse claramente «cuando llegue a casa, saco la escopeta», luego miró con lástima a su hija y continuó cortando su filete, imaginando que era la larga lengua de alguna que otra señora.

Susana Feixas, por su parte, no guardo silencio.

—Mi hija es perfecta, pregunte a todo el pueblo de Terrassa y le comunicarán lo mismo que yo. Tal vez sería su hijo quien tendría que estar agradecido, ya que no es la primera vez que se declaran a mi pequeña. ¿Podría usted decir lo mismo de su hijo?—

—Hay muchas mujeres que van detrás de mi Ezequiel tanto por su fama como empresario como por su fortuna. Seguro que su hija tiene algún encanto oculto por el que los chicos caen rendidos a sus pies— insinuó repasando reprobatoriamente la apariencia de Violeta.

—¡Mi hija es una gran artista que ha trabajado en una de las mejores galerías de arte de Nueva York!— manifestó con orgullo Susana.

—¡Ah, sí! ¿Ha expuesto algo? Tal vez tenga alguno de sus cuadros en mi hogar.—

—No, aún no ha expuesto nada, pero seguro que algún día lo hará.—

—Entonces en Nueva York trabajabas sólo vendiendo cuadros de otros con más talento que tú y, ahora que has vuelto, ¿a qué te dedicarás, querida?— preguntó maliciosamente Anette.

—Ha ocurrido todo tan rápido que realmente no sé lo que haré con mi vida profesional.—

Antes de que su futura suegra la acusara de cazafortunas y de que su madre saltara por encima de la mesa para morder en la yugular a la mujer que osaba insultar a su hija, apareció la impasible presencia de Ezequiel que calmó a todo el mundo con unas simples palabras.

Mi perfecta señoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora