Juan Carlos Hodar, por primera vez en dieciséis años, estaba preocupado, sabía que ese momento tendría que llegar algún día, que su hija se haría mayor y saldría con chicos, pero para él, Violeta aún era su niñita. Su pequeña había ido a un baile, y aunque suplicó y rogó a su mujer que lo dejara ir a la escuela a espiar, Susana se lo había prohibido rotundamente, así que no le había quedado más remedio que esperar en casa sentado en el viejo sillón del salón que había situado delante de la puerta con la lámpara del salón encendida y un viejo libro como compañía.
Como no podía hacer nada para vigilar a su hija, le pidió a las brutas de sus hermanas que la espiaran durante toda la fiesta y que no la dejaran a solas con ese jovencito lleno de hormonas ni un solo instante, pero sus hijos eran unas babosas y seguro que se habían olvidado de su hermana en cuanto llegaron al baile. Su último recurso antes de resignarse a perder a su pequeña había sido pedir a Chiara que compartiera el auto de alquiler con sus hijas, con suerte esas dos volverían a las andadas y pasarían todo el tiempo discutiendo, sus parejas se cansarian de ellas y su Violeta volvería a casa diciendo que odiaba a todos los chicos y los bailes.
—Dios, por favor, que vuelva a casa maldiciendo a la vecina y no con una sonrisa radiante de «me he besado con un muchacho y quiero más» -rezó Juan Carlos Hodar antes de que la puerta de su casa se abriera con brusquedad y su hija entrara descalza y gritando.
—¡Odio a Chiara Oliver y no pienso volver a ir a ningún estúpido baile con ningún chico! ¡De hecho, no pienso salir con nadie! ¡Nunca!—
—Gracias, Dios mío - murmuró Juanca antes de levantarse del sofá para calmar a su hija.
Sus hermanas, que entraron tras ella, intentaron calmarla y muy pronto no tardó en unirse a la reunión Susana, que salió de su habitación en la planta superior dispuesta a solucionar una vez más el enfado que su hija tenía con la vecina. Cuando la madre de Violeta entró al salón adormilada, terminó de despertarse de golpe en cuanto vio a Marina y Tana con las ropas destrozadas y llenas de moretones peleándose, a Violeta buscando la escopeta de perdigones con el vestido de noche y descalza, y a su marido persiguiéndola una vez más portando el folleto de ese internado «sólo de chicas» que no paraba de sacar en cada conversación desde que se había dado cuenta de que Violeta era toda una mujer.
—¿Qué demonios pasa aquí?— gritó Susana a pleno pulmón poniendo fin a todo el alboroto.
—Vio odia a los hombres y las fiestas— contestó Juanca muy ilusionado.
—Mis hermanas se pelearon en el baile acusó Violeta en un intento de distraer a su madre de lo que estaba haciendo.
—Kiki besó a Vio -comentó Martina evitando la mirada furiosa de su madre.
-Y por eso... Vio quiere pegarle un tiro a la vecina— señaló Tana librándose de la atención de su madre, que finalmente recayó en su hermana.
—¡Ésa es mi niña! iAsí se hace! ¡Ven aquí, que te enseño a disparar! animó Juanca a su hija bajo la mirada reprobatoria de su mujer.
—¡Nadie va a disparar a la vecina!— gritó Susana histérica. —Violeta, ¿Te has vuelto loca? —¡Suelta la escopeta de tu padre ahora
mismo!——¡Pero mamá; me besó en la boca y me metió la lengua! ¡Fue asqueroso! ¡No voy a volver a besara ninguna persona en mi vida!— protestó Violeta mientras bajaba la escopeta.
—Gracias, Dios, porque la vecina no sabe besar! Mañana mismo le regalo una cesta de frutas— murmuró Juanca.
—¡Juan Carlos Hodar, cállate y déjame a solas con tu hija! ¡Me estás poniendo histérica!— dijo Susana señalando la puerta del salón.

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Mi perfecta señorita
Teen FictionVioleta Hodar y Chiara Oliver se declararon la guerra desde pequeñas. En cuanto se conocieron se convirtieron en acérrimas enemigas, pues ella es "Señorita perfecta" y ella una niña un tanto salvaje.