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Las jugarretas de las niñas continuaron, a medida que iban creciendo éstas se tornaban más ingeniosas, además de que se molestaban continuamente para ser la mejor y la más perfecta en las actividades extraescolares, y así se pudo ver como el pueblo de Tarrassa tuvo la mejor alumna en clase de cocina ante una furiosa Violeta, así como a la excelente y más violenta jugadora de hockey ante una asombrada Chiara.

Cuando las niñas competían entre sí, era la guerra, pero cuando se juntaban, resultaba asombroso ver como se compenetraban para lograr ser las mejores en aquello que estuviesen haciendo. A pesar de que en ocasiones pactaban una pequeña tregua por el bien de la comunidad, sus peleas seguían siendo la mejor diversión ante los monótonos días en ese aburrido pueblo.

En todos los años que tenía Rose, y ya eran muchos pues estaba cerca de los sesenta, nunca había presenciado una serenata tan espantosa como la que dedicó su nieta a la vecina. Todo había comenzado esa misma mañana, cuando había visto a su nieta de quince años correr de un lado a otro de la casa con sus ahorros en la mano.

—Abuela, ¿Me prestas cinco dólares?— preguntó Chiara con cara de angelito, por lo que en esos momentos Rose supo que planeaba una de las suyas.

—Espero que no quieras el dinero para hacer alguna de tus travesuras— dio la abuela mientras le tendía el dinero, sin poder resistirse a la mirada lastimera de esos preciosos ojos verdes.

—No abuela, es para dar una serenata a una chica. Me faltan cinco dólares para poder alquilar los instrumentos—

—¡Oh, qué romántico!— declaró Rose conmovida —Tu abuelo también me cantaba al pie de la ventana cuando éramos jóvenes.
¿Y quién es la afortunada...?—

Chiara no dejó que su abuela terminara la pregunta, rápidamente le dio un beso en la mejilla agradeciéndole su aportación y se despidió mientras salía por la puerta
—¡Ya lo verás, abuelita!—

En cuanto Rose vio como los oios de su nieta brillaban emocionados y una sonrisa ladina
cruzaba su rosto mientras se despedía con esas palabras, supo que no era nada bueno lo que tenía planeado para ese día, y que, sin duda, la vecina andaba implicada en ello.
Ojalá se equivocase, pero conocía demasiado bien a su nieta y esos ojos que le delataban cuándo estaba planeando una de las suyas.

La tarde transcurrió plácida, sin que ocurriera nada, por lo que Rose se preguntó si por primera vez en años se habría equivocado con su nieta, pero después de cenar Chiara corrió a su habitación, teléfono en mano y allí se encerró durante un buen rato.
Rose comenzó a sospechar, y sus sospechas se vieron confirmadas cuando minutos después apareció ante la puerta de su casa un grupo de cinco niños vestidos con vaqueros raídos, camisetas de calaveras y cadenas por todas partes.

Uno de ellos, el que menos cadenas llevaba, preguntó amablemente ante ella

—¿Está Chiara.—

Ala abuela no le dio tiempo a contestar cuando apareció su nieta corriendo como un torbellino y vestida como los demás.

—¿Está todo preparado?— quiso saber mientras salía por la puerta hacia el jardín de la vecina.

—¡Todo listo!— contestó uno de ellos.

—Bien, que empiece el espectáculo!— gritó Chiara animando a sus amigos.

Rose, resignada a las tonterías de su nieta, se sentó en la vieja silla del porche con una limonada a la espera de que comenzara la función.

En el jardín trasero de la señora Hodar, en el silencio de la noche, habían sido montadas una batería, dos guitarras eléctricas con amplificador, un bajo, una pandereta y un micrófono, todos los niños tomaron posición, se encendieron los altavoces y comenzó la serenata. La cantante principal era Chiara y las canciones, sin duda alguna de su creación, ya que cada una de ellas iba dirigida
a Violeta Hodar.

Mi perfecta señoritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora