𝐕𝐈. Teacher's pet

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Advertencias: Diferecia de edad. Comportamiento Obsesivo

PODÍAS SENTIR TU SANGRE HERVIR DE TAN SOLO VERLO INTERACTUAR CON OTRA MUJER, TUS CELOS ERAN LOCOS, odiabas ver como él se relacionaba tan descaradamente con otras estudiantes, y más sabiendo que te pertenecía

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PODÍAS SENTIR TU SANGRE HERVIR DE TAN SOLO VERLO INTERACTUAR CON OTRA MUJER, TUS CELOS ERAN LOCOS, odiabas ver como él se relacionaba tan descaradamente con otras estudiantes, y más sabiendo que te pertenecía.

Él te pertenecía y el mismo no lo sabía, lo único que él podía saber de ti era tu nombre y apellido, tus calificaciones de cada trimestre.

Darías todo para que te mirara, como miraba a aquellas mujeres, darías lo que sea para que te hiciera caso, solo querías un poco de su amor. Solo un poco y lo harías sentir lo que era la devoción.

Él podría hacer lo que sea contigo y no te importaría, solo querías una oportunidad, pero lo único que recibías de su parte era un trato igual que al de cualquier otro profesor, y no querías eso, querías mucho más que eso. Querías toda su atención en ti, querías ser su única mujer, querías ser su maldita mascota.

Querías ser su pequeño secreto, el secreto más prohibido que él podria tener, querías ser su debilidad, lo que él más anhele.

Pero lo único que tus ojos veían era como él le sonreía y coqueteaba con aquella castaña, una compañera de clases, pero era la favorita de él, lo podías ver.

Te hervía la sangre de ver como discretamente ambos se intercambiaban papeles, como ella se quedaba sola con él, la forma en la que cuando él pasaba junto a ella la miraba con tanto interés. Todo eso te hacía poner de los pelos, los celos se acumulaban cada vez más y más.

Se suponía que tú deberías estar en su lugar, eras tú la que única que merecía su cariño y atención, eras la mejor de su clase, merecías su cariño, pero no, todo lo recibía ella y eso te volvía loca.

Tu obsesión se volvió tan grande que hiciste cosas inimaginables por él, por tu profesor Enzo, él era 9 años mayor que tú, tú tenías 21 y el 30, estaba mal, pero eso no te importo, solo lo querías para ti.

Y al fin lo tenías, todos aquellos celos se fueron en el momento que aquella castaña desapareció repentinamente de la vida de Enzo, ¿por qué será que ya no está? La última vez que la viste estaba caminando adelante tuyo en un callejón sin salida... Lista para sufrir las consecuencias de meterse con tu hombre.

Esa castaña no estaba en su vida, ahora eras tú y él.

Él estaba cayendo lentamente ante ti, tus coqueteos descarados, tu encanto e inteligencia. Todo de ti lo atrajo desde el momento que la castaña no volvió a aparecer. Todo iba para mejor y no lo arruinaría nadie más... No lo permitirías, no otra vez.

Enzo se paró frente a su escritorio, mirando a sus alumnos con mucha atención, viéndolos tan concentrados en sus exámenes, y él solo los miraba unos segundos, luego solo te miraba a ti, viendo como movías con delicadeza tu lapicera en la hoja de papel, viendo como tu cabello brillaba cuando el sol que entraba por la ventana le daba, viendo como tus largas pestañas se movía con naturalidad.

Él admiraba tu belleza desde lejos, la admiraba desde allí, hasta que por fin tuviera la oportunidad de poder admirarla de cerca.

Tus ojos se encontraban con los de él, compartiendo intensas miradas. Cada cierto tiempo lo mirabas, admirabas su belleza, tal como él lo hace cuando no lo miras.

Él se preguntó por qué no te había notado antes, eras tan bella e inteligente, eras la mejor de su clase, y eso le llevo a preguntarse si eras tan buena en todas las clases, tenía curiosidad de saber si eras así de coqueta con todos los profesores.

- Martínez, quédate al final de la clase, tengo que hablar de algo contigo - dijo mirando tu hoja del examen.

Todos se preguntaron si lo habías hecho tan mal, jamás habías sido llamada por él a final de sus clases, era la primera vez, y por supuesto no pararía de hacerlo.

- ¿Paso algo con el examen? ¿Lo hice muy mal? - dijiste inclinándote sobre su escritorio, mirándolo con lujuria, una lujuria muy intensa.

- Eres tan hermosa, tan hermosa que no dudaría en utilizarte como quisiera - dijo Enzo, tomándola de la mandíbula, acercándola a su cara. Con su mano libre quito algunos mechones de la cara de la chica y los dejo atrás de su oreja.

- Úseme como usted quiera, haré lo que sea por usted - dijiste derritiéndote por su toque - úseme a su manera, pero no me suelte, no me deje ir y átame a ti para siempre, por favor.

- Dulce, dulce señorita Martínez, usted a partir de este momento me pertenece, ¿lo sabe? Me pertenece tanto como yo le pertenezco, pero este será nuestro pequeño secreto, ¿está bien? - dijo Enzo rozando los labios de ambos.

- Nuestro pequeño secreto - afirmaste y por fin, después de lucha y lucha, pudiste sentir sus labios, sus cálidos y suaves labios, esos labios que te pertenecían desde antes que él te notara.

Quizás estabas loca por él, quizás tu obsesión era enferma, pero eso no te importo, no ahora, no cuando él por fin era tu dueño.

Estar junto a él todos aquellos meses fueron geniales, ambos se hundían en su placer, en su propia obsesión de uno con el otro, ambos gozaban de sus escapadas carnales a la casa d él, ambos gozaban sus encuentros en la sala de profesores, en algún salón vacío, y hasta afuera de la universidad, disfrutaban de sus encuentros en su auto a la salida de clases, cuando todo estaba oscuro y el único rastro de vida eran tú y él en su auto.

Ese auto que guardaba sucios y perversos secretos.

Todo lo que antes solía hacer con aquella castaña, ahora eran tuyas, todas muestras de afecto te pertenecían, por fin todo lo que habían querido, todo lo que te provocaba celos era tuyo, y ya no sentías celos, ahora sentías placer, amor y devoción... una fuerte devoción que él te dio.

Eras su pequeña mascota... eras la mascota de tu profesor y no te importaba en lo absoluto que te llamaran así, porque ellos estaban celosos

celosos de que tú eras su mascota y no ellos.

Tú eras la mascota del profesor.

Tú eras la mascota del profesor

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