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—Pensé que había algo especial, ¿sabes? —explicó Saray después de casi una hora de hablar con Axel.

—Es cierto lo que te conté. Yo no quería tener hijos. No después de lo que pasó con mi sobrino. No lo puedo explicar. Es algo... que nunca había sentido antes. No te lo quería decir porque no quería estropear lo que estaba pasando entre nosotros.

—En serio Axel, no quiero presionarte a nada, ni sobre el bebé, ni sobre nosotros...

—A veces pienso que sería mucho más feliz si no les diera tantas vueltas a las cosas.

—A veces, pensar demasiado es lo que nos jode la vida. He estado allí. Lo he hecho. Míranos. Estamos dándole vueltas sin parar y quizás nos estamos perdiendo la oportunidad de experimentar algo bonito. Lo desconocido es excitante, pero da miedo.

—No quiero herirte, no quiero estropear nuestra relación.

—Si la vida te hizo perder las ilusiones, no es para que te sumerjas en el escepticismo o en el descorazonamiento: es para liberarte, conduciéndote por los caminos del perdón y de la confianza. Necesaria, esta actitud crítica es desastrosa si no nos conduce a dudar del carácter primordial e irremplazable de nuestra misión de padres y de nuestra capacidad de desarrollarla. Pues, si hay una palabra clave válida para ti, ésa es «confianza». Tienes que confiar en ti.

—Siempre quise ser padre —Saray abrió mucho los ojos, sorprendida por esta revelación—. Desde pequeño. Desde que tengo memoria. Desde siempre. Desde que un día, paseando junto al mar, vi a un padre coger de la mano a su hijo pequeño para que una ola no le arrastrara entre la espuma. Tal vez sea ese uno de mis primeros recuerdos de niño y apenas tendría cuatro o cinco años. Aquella imagen jamás salió de mi cabeza. Yo no tuve un padre que me hiciera eso. A mi padre no le importaba lo suficiente como para saber cómo era ser padre. Así que no acepto que tenga ese estatus.

—Para ser sincera, pensaba que una de las razones por las que no querías ser padre era por eso. Tu relación con tu padre. Nunca hablaste mucho de ello, pero recuerdo que dijiste algo parecido.

Axel negó con la cabeza.

—Los recuerdos de la infancia nos acompañan siempre. Cuando son buenos, claro. Cuando son malos pasan al olvido de la memoria. O tal vez no. O tal vez sea mejor así, aunque he de decir que, en mi caso, esos recuerdos son buenos. Son muy buenos. Tal vez ha sido por eso, por todos los comentarios sobre él que aún me hacen cada cuando, que ese sentimiento ha ido creciendo. No quiero ser como mi padre. Quiero ser un hombre bueno. Muy bueno. Íntegro. Decente. Una buena persona que sepa educarle con un código de valores sencillo, pero tan claro, tan firme y a la vez tan abierto, que sepa ayudarle a formar una personalidad que, aunque a veces no me aguanto ni yo, al menos dejarle claras cuatro o cinco cosas. Las importantes. Mi madre me enseñó a ser tolerante. A entender que los demás tienen derecho a pensar de una manera distinta de la mía. Mi madre me enseñó a ser respetuoso y a tener claro que mi libertad se acaba allí donde empieza la de los demás. O no se acaba, si no que puede seguir adelante si es compartida con los demás.

—Tu madre es gran mujer y ha sufrido mucho, Axel.

—Lo sé. Y no se me ha dado muy bien convivir con ella, últimamente. En cierto modo, estaba muy resentido con ella después de lo que pasó. Antes estábamos muy unidos. Pero cuando le dio la espalda a Noa, las cosas no funcionaron muy bien entre nosotros.

—Quizá no es que le haya dado la espalda, como tú dices. Quizá ella también tenía miedo.

—Sí, ahora lo entiendo. Tuve exactamente la misma reacción que ella, con mi propio hijo. Lo cual es aún más escabroso. Me siento mal por haberla tratado así, si no sabía nada mejor. De todos modos, hoy sé, por desgracia, que no somos todos iguales. Que la brutalidad y la soberbia, de la mano de los bárbaros, nos han llevado con frecuencia por un camino abrupto, sembrado de lágrimas, de golpes, de desprecios y, que horror, de muertes. Y lo sé gracias a todos los valores que me enseñó mi madre.

Combate de Amor | Terminada y completaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora