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Los ojos de Saray le picaban a causa de las lágrimas de risa y, por más que se repetía que no debía ser mala, comenzaban a desbordar en su rostro, humedeciendo sus mejillas. No sabía qué hacer cuando este tipo de cosas le sucedía. No solo eso, sino que el tema la tenía algo achispada y su corazón estaba galopeando con fuerza dentro de su caja torácica.

—¿Va en serio?, joder, no te pongas así. No digo nada más. ¡Y punto en boca!, que lo sepas.

Sentí que tocó mi hombro con su mano sudada y caliente.

—Venga, Mónica, no ves que se está teniendo un ataque de risa.

Volteó para mirarla a los ojos y Saray secó las lágrimas, avergonzada, pero sin poder parar de reír. La miró arrepentida e hizo una mueca de disgusto. Luego comenzó a reír como desquiciada.

—Oh, porrr favorrr —Amparo arrastró las palabras, demostrando que estaba demasiado ebria como para pronunciarlas correctamente.

Y de igual modo se echó a reír junto con Saray. Las dos estaban pasándolo pipa, cachondeándose de su amiga.

—Nos vemos mañana cuando estés sobria, ¿vale? —Mónica les lanzó una mirada intensa, con expresión seria, llena de irritación.

Mónica hizo un gesto con la mano para pedir permiso de hablar­­—: Donde entra beber, sale saber.

—¿Sabéis qué? El vino y la mierda por la izquierda. Paso de vosotras.

Mónica apartó la mirada de donde estaban sentadas sus amigas y se cruzó de brazos, enfadada. Ni siquiera tenía paciencia para seguir dándoles la charla para que siguieran riéndose de ella como hienas, ni para esperar el ascensor, ni para coger un taxi, así que se quedó callada.

—Venga, Moni... —suplicó Saray, intentando parecer seria, pero con una débil risa en los labios.

—Dejadme las dos ya...

Las tres parecían colegialas haciéndose bromas en el patio. Entrando en esta sardónica escena, llegó Rosa, que había ido al baño, mientras las chicas se desbordaban en la mesa.

—¿Qué ha pasado aquí? —dijo ella, sentándose y mirando la cara de todas—, ¿Sólo llevo un par de minutos en el baño y ya os habéis quedado ciegas? Dios, qué rabia me dais. Ahora que no puedo beber.

Rosa estaba a punto de dar a luz. De hecho, era tan inminente como que hacía una semana que había salido de cuentas. Y esa niña no parecía querer aterrizar en este mundo.

—Les estaba contando la pedida de Diego y se están descojonando de mí, es eso —le informó Mónica dando un suspiro cansado.

—A ver... —comenzó por decir Rosa—, tienes que entender que es algo difícil de tragar.

—Pues a ellas no les está costando nada tragar... —ironizó Mónica, estrechando los ojos.

—Oye, que estamos aquí. No hables de nosotras como si no estuviéramos —dijo Amparo con una sonrisa socarrona.

Y a los pocos segundos, Saray y ella empezaron a carcajadas nuevamente, contorciéndose de la risa.

—No vale la pena, ya te dije, están tontas —Rosa asintió con la cabeza mientras Mónica le decía aquellas palabras, pero en su rostro había un expresión de complicidad con Saray y Amparo.

La situación resultó en esto por una razón muy sencilla: en un animado bar del centro de la ciudad, las cuatro amigas disfrutaban de una agradable tarde de vinos y charla. Sentadas en una mesa cercana a la barra, reían y compartían anécdotas, mientras los demás clientes del local seguían con sus propias conversaciones.

Combate de Amor | Terminada y completaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora