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—Érase una vez una joven lechera que llevaba un cubo de leche en la cabeza camino del mercado para venderla. Por el camino, la joven soñadora se preguntó qué podría hacer con la leche. Pensó que, en primer lugar, con el dinero de la venta compraría una cesta de huevos que, una vez incubados, le permitiría poner en marcha una pequeña granja de gallinas. Cuando las gallinas crecieran, podría venderlas, lo que le daría dinero para comprar un lechón. Una vez que el lechón creciera, la venta del animal bastaría para comprar una novilla, con cuya leche seguiría obteniendo beneficios y además podría tener terneros. Sin embargo, mientras pensaba en todas estas cosas, la joven tropezó, haciendo que la jarra cayera al suelo y se rompiera. Y con ella, sus expectativas de lo que podría haber hecho con ella.

—¿Has terminado ya? —le bufó Saray a Mónica.

Mónica le sermoneaba durante la cena con sus analogías y recuentos de las versiones de Esopo y La Fontaine para explicarle que debía cuidarse de la ambición y no perder el sentido de las cosas. Por su parte, Amparo se reía de las historias que se inventaba Mónica para hacerse entender. Mónica tenía el don de la elocuencia, era cierto, y también el don de ser cansina, pensaba Saray.

—¿Estás segura de que aceptar este trabajo es bueno para vosotras? —preguntó Amparo.

—Sí, contéstale —atizó Mónica, y Saray la fulminó con los ojos—. Porque también me gustaría saber en qué nos va a beneficiar si te vas a dedicar exclusivamente a ese paciente.

—A ver, chicas... Mónica, nunca lo he hecho antes, es cierto —explicó ella— Nadie me había propuesto algo así, pero es mucho dinero y nos viene bien.

—Tú mismo has oído lo que te dijo esa mujer. Su hijo es intratable. ¿Cómo te las arreglarás para permanecer allí más de dos días? No es justo que tú renuncies a todo tu horario para dedicarte a un solo paciente, dejándome a mí la responsabilidad de toda nuestra agenda. Y si las cosas se tuercen, las dos estamos jodidas, ¿sabes?

Saray le echó una mirada ceñuda de desilusión. ¿Tan poca fe tenía en ella?, pensaba.

—Los psiquiatras dicen que es necesario, que para salir del derrumbe hay que tocar fondo. Y déjame que te diga, nena, nosotras hemos tocado fondo —le espetó Saray.

Mónica sabía de lo que ella hablaba. Estaban al límite de su capital y de sus gastos. La situación de su negocio era crítica y este trabajo, aunque surrealista, era una posible salida, les permitiría remontar. Sin embargo, Mónica, que siempre había tenido los pies demasiado firmemente arraigados en la tierra, no quería hacerse demasiadas ilusiones. Prefería ser realista.

—También indican que para sanar la mente el enfermo debe ser consciente que no está bien —sonrió con ironía—, la medicina tradicional asevera lo mismo.

—Ja, ja, ja —replicó Saray con la misma dosis de sarcasmo.

—Chicas, si hoy os piden sacrificios es porque si no se hacen el mañana será, como poco, peor. La esperanza no debe perderse y hay que perseverar en el esfuerzo. Hoy las cosas no están bien porque no es el final; cuando llegue, ya saldrán mejor —Amparo las observaba con anuencia.

Mónica y Saray se quedaron quietas, sin reaccionar. Ambas jugaban con los tenedores en sus propios platos, pero sin pinchar nada de comida. Amparo se había juntado a ellas para cenar en su casa. Lo hacían cada viernes, tras la semana de trabajo y aprovechaban para contarse cosas unas a las otras.

—Venga, chicas, parar ya. No entiendo por qué te enfadas tanto, Mónica. Es un buen proyecto.

—No me enfado. Me preocupo, lo que es diferente —dijo, con reluctancia.

Combate de Amor | Terminada y completaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora