5. Misión imposible

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Revisó la fotografía adjunta al expediente. En ella se retrataba a un hombre joven de más o menos 28 años, con cabello rubio y ojos azules. Según las descripciones, su nombre era Gustabo García, parte de la LSPD y con cargo incierto. Algunos informes decían que se trataba de un Oficial, otros, que era un Instructor traído de Francia para entrenar al cuerpo policial. La versión más nueva afirmaba que era un Inspector que tenía contacto directo con el Superintendente y el Comisario.

—Es un tipo fácil de identificar —indicó Connor Lawrence, el abogado de Los Santos—. Es pan comido, José. Si lo secuestras y me lo traes aquí, obtendrás la suma que acordamos. Nuestros contratistas son generosos a la hora del desembolso.

—Yo cobro por adelantado, abogadito.

—Puedo darte un anticipo de la mitad. 

José asintió, satisfecho. Salió del bufete de Connor con una misión entre manos que además sería muy bien pagada. Ahora solo tendría que ser paciente, buscar la mejor oportunidad y analizar la rutina del presunto Inspector. Le pillaría de preferencia cuando se encontrase fuera de servicio, en la noche paseando por la ciudad o cuando fuese camino a su casa luego de acabar su jornada. Lo ideal sería evitar que saltase la alarma del QRR, o tendría a una docena de policías pisándole los talones; debía ser un operativo discreto y desapercibido.

***

Primer intento.

José Hernández aparcó estratégicamente cerca de comisaría, atento a oportunidades de seguir al Inspector García, pero pasaron las horas y su objetivo jamás salió de servicio. A media noche, resopló con frustración. Se talló los ojos y reclinó el asiento. Al parecer, tendría que dormir en el vehículo. Acuñó su mala suerte a que, probablemente, el Inspector tenía trabajo importante que realizar y por ello había pasado la noche en comisaría. 

Despertó a eso de las seis de la mañana, con el sonido de los Agentes regresando a su lugar de trabajo y organizándose para empezar a patrullar. Disimuladamente se bajó del coche e ingresó con cautela a la recepción. Ahí, interceptó a una policía.

—Señorita, disculpe, ¿con quién puedo poner una denuncia?

—Puedo ayudarle, si quiere. ¿Qué ocurre?

—Verá, he estado teniendo problemas —mintió, mirando más allá de la mujer, y buscó a su objetivo en la multitud de Agentes—. Hay un tipejo que se aparece repetidamente en mi negocio, y... Un momento, por favor —Se interrumpió, pues divisó a García bajando los escalones. Flanqueó a la Agente y la dejó parada sin entender qué ocurría.

García caminó por su derecha junto a Isidoro Navarro y se detuvo frente a la máquina expendedora. Metió una monedita en la ranura y marcó un botón, esperando su bebida. José se sentó en una de las sillas de espera y sacó el celular, aparentando naturalidad. Abrió el block de notas e hizo algunas observaciones de su misión.

—Ay, Gu'tabo. Es que de verdad —Comentó Isidoro. José paró la oreja, atento a la conversación—. Todavía que te di las llaves.

—¿Qué quieres que haga, tío? La casa está muy lejos.

—¿Y prefieres dormir aquí?

—¿Qué tiene de malo? —Se defendió el rubio, encogiéndose de hombros. Cogió un Monster de la máquina y lo tomó tranquilamente—. En el archivero se duerme de puta madre. Antes tenía el garaje, pero el alcalde me arruinó la vida con la remodelación. Porque, sino, seguiría durmiendo rodeao' de coches.

—Qué dices, tete. ¿Acaso eres mecanofílico? —hipotetisó Isidoro. Gustabo le dedicó una mirada de muerte y fue sacando poco a poco su escopeta de perdigones—. Tal vez te van las palancas y te gusta meterte... ¡AYMAI!

Gustabo García FICLETSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora