13. Las prendas del Inspector

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El evento desencadenante fue una especie de broma que fue escalando. Gustabo no creía que fueran a tomarlo en serio, pero al parecer subestimó la naturaleza extraña de los atracadores de Los Santos.

Para tener un mejor contexto, hay que ir al origen, que sucedió en un yate. Era un navío bastante lujoso, con adornos caros y zonas de recreación; un crucero en miniatura. Y una banda bien organizada tuvo la ambición de robarlo. A lo largo del día hubo una denuncia y un live en Instagram en el que los secuestradores enseñaron a sus rehenes para que la ciudad los viera. De inmediato se activó un operativo para negociar un intercambio, del que el Inspector García se haría cargo, con la ayuda de Noah Holliday y, en menor medida, de Trucazo. Lo que nos lleva a la negociación, per se.

Gustabo hizo aplomo de su experiencia y de sus habilidades para improvisar. Lo quisiera o no, tenía que recuperar su práctica, así como adaptarse a los nuevos protocolos de la policía. Nunca lo diría en voz alta, pero estaba ligeramente nervioso. Tenía mucha presión en esos momentos: los alumnos escuchaban con atención (uno incluso escribía notas en una libretita), Freddy estaba haciendo perímetro mirándole algunas veces con una expresión de intriga mezclada con anticipación y el Sub Comisario Holliday, quizás en su afán por facilitarle el trabajo, le hacía recomendaciones constantes o le interrumpía. Hablaban varias personas a la vez y la comunicación se perdía.

—Le pregunto una cosa, caballero —dijo Holliday, dirigiéndose al sujeto enmascarado—. Ha pedido 40k. ¿Estaría bien que se aproximara una lancha con un oficial para entregarle la cantidad?

—Me parece bien —aceptó el líder de la banda.

—¿Entonces puedo bajar a recibirla?

—Baja —asintió el otro—. Pero uno de los míos te vigilará. No intentes nada raro.

Dicho y hecho, Holliday se apartó, con un vigía detrás. Para variar, el Comisario estaba en el piso de abajo, lejos del lugar. En ese tris, Gustabo vio su oportunidad.

Se acercó a la línea imaginaria que dividía a los policías de los delincuentes y sonrió amigablemente. El enmascarado a cargo de la negociación le devolvió la sonrisa. 

—Le noto de buen humor, oficial —comentó, sin apuntarle, a diferencia de antes.

—Se podría decir que lo estoy. Ya hacía falta mambo en estos lares.

—Comprendo —respondió el enmascarado—. ¿Le molestaría continuar la negociación?

—Justamente eso iba a pedirle yo. Hablemos sobre los cuatro rehenes que quedan.

El tipo asintió e hizo una seña con la mano para indicarle a sus hombres que dejaran a los rehenes a la vista. El grupito se aproximó, con los ojos vendados, y fueron arrodillados en el suelo pulido del yate a la espera de nuevas indicaciones. El líder señaló con la escopeta al primero.

—Me imagino yo que en vuestra comisaría tendréis algún Jugular incautado.

—Es posible, sí.

—Perfecto. Ese es el precio del primer rehén.

—Cuenta con ello. Lo verás en pocos minutos en la orilla de la playa —Gustabo hizo una pausa para informar por radio la decisión. Rápidamente se asignó a Gordon como el responsable para ir por el vehículo, así que continuó—. ¿Qué más?

Gustabo García FICLETSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora