10. Las preguntas de Castro

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De un frasquito de vidrio, sacó un par de pastillas para el dolor de cabeza. Se sirvió agua y apuró el remedio a tragos prolongados. La huella roja de su labial quedó en la orilla del vaso a modo de estampa, y Castro intentó borrarla con el dedo pulgar. Suspirando, dejó el vaso en la mesita de su escritorio y se puso de pie. Al salir de su oficina, sintió que le subía la presión.

—Directora, el Inspector Murray está afuera todavía.

—Puedo verlo, White —enfatizó la pelirroja, sobándose las sienes—. ¿Ahora qué quiere?

—Comunicarle sus quejas sobre el médico que le ha tratado.

—Ya, como siempre. Es que yo me cago en todo.

Castro maldijo para sus adentros. Si el Superintendente diera el ejemplo, se evitarían altercados entre policías y médicos. Pero Jack Conway gustaba mucho de tocarle los cojones. Y Murray era uno de los polis más repelentes con los que tenía que lidiar a diario. Fuera de sus casillas, la pelirroja se acercó al Inspector por la espalda y, al estar a su alcance, le dio un golpe con su linterna.

—¡Coño, Castro!

—Largo de mi hospital —gruñó, levantando la linterna—. F-U-E-R-A.

—A ver, Castro, hablemos como personas civilizadas. Eres la directora, mujer, deberías de dar el ejemplo... Luego por eso los médicos de aquí se desubican.

La pelirroja sintió que se crispaba. A lo lejos, observando tras una esquina, Goicoechea y Peralta tragaron grueso, emitiendo un "Uy" asustado.

—El ejemplo... —repitió Castro, con tranquilidad—. Sí, el ejemplo.

—Eso, eso.

Castro se tronó el cuello y los dedos antes de asestar un derechazo que aturdió a Murray.
—TOMA EJEMPLO, PEDAZO DE SUBNORMAL.

El Inspector recobró el sentido y empujó a la pelirroja por los hombros. Estuvo tentado a regresarle el golpe, pero Noah Holliday lo ascendería a civil en cuestión de segundos.

—¡Me cago en Dios! —Se quejó Murray—. TE VOY A CAGAR EL BAÑO TODOS LOS JODIDOS DÍAS.

—ATRÉVETE, TROZO DE MIERDA.

La pelirroja, en su afán de volver a golpear al Inspector, se llevó de paso a Eduardo (uno de los enfermeros que caminaba por el pasillo) y este cayó noqueado a la izquierda de un masetero. Goicoechea suspiró y pidió por radio que se preparase una camilla para atenderlo ni bien la pelea se terminase. Murray huyó, escabulléndose por los pasillos.

Con cautela, Ángela Peralta se acercó a su superiora, que yacía mirando a la distancia con odio y tenía la respiración agitada. La EMS carraspeó, llamando su atención.

—¡¿Qué?!

—¡N-nada! —Se apuró a decir la pelinegra, levantando los brazos para denotar inocencia.

Castro se tapó los ojos con irritación.
—Que alguien lleve a Eduardo a una sala.

—En eso, Directora.

—Bien.

—Dra. Castro, me atrevo a sugerir que debería tomarse un receso.

Gustabo García FICLETSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora