9. (Casi) Exprimir un limón

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Direccionó el timón y, con la misma mano, cambió las velocidades del coche. Sería fantástico arreglar el espejo torcido, pero se encontraba en plena persecución y cada segundo era decisivo. Tenía el brazo izquierdo engayolado y sujeto con un cabestrillo; se lo había quebrado cuando un perdedor de las carreras ilegales se decidió por casi matarlo a base de batazos. Pese al impedimento, Ryan Walker se propuso a robar un Ammunation. De paso, probaría una nueva experiencia, ¿no había muchos lisiados de guerra que manejaban así?

Hizo un giro brusco en una intersección. El Interceptor que le perseguía casi se estampa, pero logró estabilizarse y seguirle el rastro. Walker miró brevemente hacia atrás. La opacidad del vidrio del patrulla hacía difícil ver, pero el dúo que le perseguía tenía un nosequé particular hasta en la forma de conducir. Confirmó sus sospechas después, cuando utilizaron el comunicador.

—¡Vamos, limón! ¡Que te vamos a pillar!

El limón correspondió al desafío haciendo zumbar el motor. Estaban acercándose a la zona de las ratoneras y Ryan valoró la posibilidad de entrar y perder de vista a los policías. Zigzagueó por la carretera y entró entre medio de los tubos amarillos. Tenía el Interceptor muy pegado al culete, así que se escabulló en una de las salidas y evadió el código 100 que realizaba el patrulla de apoyo.

—Buen cien —escuchó que decía el Oficial de cabello rubio.

A consciencia, el Limón bajó la velocidad. Planeó la triquiñuela que emplearía para perderlos de vista y echó un vistazo por la ventanilla del vehículo. El conductor del Interceptor también le observó, con una mirada especialmente adusta. Sus ojos azules resaltaban entra las sombras del coche, y el ceño fruncido de su frente solo denotaba el ímpetu que ponía para atraparle. Le causó gracia, al igual que le hizo sentir honrado. Era el poli de siempre, ése poli que le lanzaba dagas con los ojos ni bien veía su máscara cítrica. Su mirada prometía un desafío, y a Ryan Walker le ponían mucho los desafíos. 

Frenó de golpe y anduvo de retroceso, volteó el vehículo y evitó con éxito darse de bruces con el patrulla de refuerzo. El coche policial se estrelló contra el poste de un semáforo y este cayó sobre el parabrisas. Al poco rato, descendió la mujer castaña que conducía, acunándose la frente con la mano y quejándose del dolor. El Interceptor siguió persiguiéndole, esta vez con más ahínco.

—¡Qué cabrón! —Le gritó Navarro—. ¡Golpeaste a Chiwaka!

—¡Cuando te empapele te voy a meter una multa impresionante! —prometió el policía Rubio.

La persecución continuó otros cinco minutos. Le dieron la vuelta a la zona rica y regresaron a la ciudad, cerca de la presa. En algún momento del corre-que-te-pillo, se acercó una Mery con las sirenas activadas. Ryan suspiró. Era buen conductor, pero manejar un Zentorno con dos manos resultaba intricado, mucho peor si lo hacía con una sola y con un Interceptor y una Mery detrás de su pista.

Para deshacerse de la Mery, se insertó de lleno al terraplén de la presa. Desconcertó al piloto de la motocicleta y lo obligó a perseguirle por una orilla que le patinó la rueda delantera. El conductor de la Mery maldijo; logró no caerse, aunque perdió segundos valiosos.

—¡Pero Gordon, qué mierda fue eso!

—CÁLLATE ISIDORO, CÁLLATE.

—¡Concentraros, coño! Paso por la izquierda. Reincorpórate. 

Walker alternó la vista entre adelante y el espejo retrovisor. Se estaban acercando demasiado.

Gustabo García FICLETSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora