11. Tres formas (+1)

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Primera

García —La voz a través de la radio interrumpió el patrullaje entre Gustabo e Isidoro—. Ven inmediatamente al hospital.

El rubio y su acompañante se miraron mutuamente. Gustabo comentó un "en camino" para hacerle saber a su jefe que llegaría pronto, y cambió de rumbo. Le dio tristeza, porque en esos momentos se desarrollaba un robo con pocos efectivos. Había sido, por demás, un día tranquilo. Y cuando al fin aparecía un poquito de acción, el viejo le llamaba para resolver quién sabe qué.

—Esto es culpa tuya —aseguró el rubio—. Tal vez ya se chivó de que hiciste estallar un tanque en la gasolinera del norte.

—¡Imposible! Limpié la escena del crimen. Y si acaso, nos llamaría a su oficina, no al hospital.

—Pregúntale para qué nos necesita.

Isidoro se señaló con el dedo.
—¿Yo? Pero coñito, a mí me va a mandar a tomar por culo. Pregúntaselo tú.

—Que no, pregúntale tú. Con dos cojones.

—Pero me das un besito.

—Isidoro, hoy no tengo paciencia.

—Vale, vale.

Isidoro entró en la sintonía del Superintendente, que llamaba a gritos a Gordon, también requiriendo su presencia en el hospital. Esperó a que el mayor acabara de berrear y carraspeó en radio.

—Hola Conwi. ¿Por que quieres que Gustabito y yo vayamos al hospital?

—Dije García, no tú. Gilipollas.

—Okay, ¿pero para qué?

—La psicóloga dice que hay policías quejándose de su manera de dar órdenes.

Isidoro golpeó la mano contra el tablero.
—¡Que hijaputa! Eso es mentira.

—Yo soy el que decide eso. Dile a tu superior que traiga su culo aquí, YA. Y sal de mi frecuencia, pringado.

Gustabo arrugó el ceño.
—¿Quejas de mí? Pero cuando he hecho yo algo malo... Bueno, tengo mis cositas, pero soy decente dando órdenes.

Eso era cierto, e incluso Isidoro estaba intrigado sobre qué tipo de quejas habían perturbado a la psicóloga a tal punto que llamó a Conway para arreglar el problema. Gustabo García tenía muchas virtudes (y defectos), y uno de los más resaltables era su amabilidad para con el cuerpo. Evitaba dar órdenes si podía e intentaba mantener una buena relación con subalternos y superiores.

Intrigados, llegaron al parqueo del hospital. Isidoro fue tras su dúo dinámico, pese a saber que Conway no le quería ahí. Entraron a la recepción, donde Castro, Gordon, Conway y la psicóloga esperaban.

—García, apresúrate, joder —se quejó el Intendente, con los brazos cruzados.

—Ya estoy aquí, calma.

La improvisada reunión era un problema de ya varios meses: alumnos quejándose del trabajo y de la cadena de mando. Si bien al inicio Conway parecía un toro resoplando frente a una banderilla roja, perdió su enojo burbujeante cuando la psicóloga expuso la raíz del problema. Se tomó la libertad de rodar los ojos y relajar su postura.

Gustabo García FICLETSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora