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"Déjame convencerla, para ver si esta noche con nosotros se va."

°°°

—Dale, Licha, vos sos el que andabas de celoso reclamando que no venías. —Insistió Enzo, observando como el morocho cambiaba los canales del televisor de su habitación compartida de hotel sin importarle mucho el hecho de que los estaban esperando hace una hora.

—Pero, ¿hoy? Estoy re cansado, boludo. —Esbozó una mueca, terminando por apagar la televisión cuando no encontró nada interesante.

—Vos pediste venir, así que apúrate, dale. —Apresuró, colocándose perfume masculino en los puntos correctos para mantener esa esencia peculiar tan característica de él. Su buen olor. —En la que Paulo no nos vea...

—¿Qué va a hacer el trolo ese? —Rodó sus ojos, levantándose de su lugar para buscar su valija con la intención de terminar de arreglarse. —Bastante hacemos yendo.

—Te va a re gustar, dejá de quejarte. —Rió por lo bajo el menor, sentándose en la cama para mirarlo acomodar sus cabellos desordenados con un poco de cera.

—Más te vale. —Murmuró.

Lisandro se había dado cuenta de que su relación pasada lo había alejado demasiado de sus compañeros de selección y amigos que, en un momento, habían sido de los más cercanos que tenía, por lo que al hablarlo con Enzo, un amigo que tenía lo suficientemente cerca geográficamente, este le ofreció asistir a una de las fiestas organizadas por uno de sus compañeros más cercanos, Paulo Dybala, en uno de los glamorosos barrios de Estados Unidos. Miami. Nada que no supiera ya, la pequeña joya tenía esa fama de infiel desde hacía bastante, sin contar sobre los rumores acerca de sus fiestas especiales, como a la que estaba a punto de ir con la intención de olvidarse un poco de todo.

Enzo lo había convencido de que esa sería la solución a sus problemas, un poco de música, tragos y mujeres que le hicieran olvidar del vacío que tenía gracias a su reciente ruptura y la falta de personas que lo acompañaran en su vida diaria. Un pequeño momento en el que distraerse de la realidad como él mismo solía hacer en cada viaje que hacía a Miami o a dónde fueran organizadas las fiestas de Dybala, sus horas de escape de la vida monogamica que solía aparentar frente a las cámaras y toda persona ajena a su círculo social cercano. Un lugar donde ser la persona que no pudo ser y disfrutar de las ventajas que tenía ser la figura pública que era.

Y por más que a Lisandro no le gustara, jamás estaba de más probar cosas nuevas y seguirle las locuras a Enzo.

Todo mientras nada le gustara demasiado.

°°°

Nada lo podía sorprender más que la naturalidad con la que su amigo saludaba a cada persona que se cruzaba, le sonreía a minas con las que, supuso, ya se había acostado, se detenía a hablar con algún que otro futbolista que podía reconocer bajo el inferior nivel de luces disponibles y hasta parecía un campeón en su auge. Que por más que lo fueran, Lisandro no podía dejar de sentirse fuera de lugar. Jamás había sido de ir a jodas como lo hacían varios de sus compañeros como Enzo, Paulo o Leandro, si bien sabía divertirse, tenía en claro que no era el ambiente indicado para él sino era solo para pasar el rato. Prefería mil veces quedarse en casa mirando una película mientras se tomaba un vino que en una fiesta clandestina en un lugar oculto de Miami.

O quizás solo necesitaba tomarse un buen trago.

Enzo lo tomó por los hombros y en pocos minutos ya se encontraban en la zona VIP, en busca de sus amigos y el dueño de ese gran desastre, que parecía no estar por ningún lado más que seguramente buscando con quien pasar la noche. El pelinegro de su acompañante decidió explicarle un par de cosas acerca del lugar, pero no supo si fueron las luces, el sonido retumbante o la morocha que les pasó por en frente, dedicándoles una sonrisa traviesa, que logró que se perdiera en la conversación.

GATA. | ENZO FERNÁNDEZ, LISANDRO MARTINEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora