El Último Frío

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El bosque susurra su canción ancestral mientras el viento frío se cuela entre los árboles, dibujando danzas invisibles con las hojas. Las ramas crujen y se estiran bajo su caricia vigorosa, como si el viento las instara a bailar con él. Las hojas, aún aferradas a sus ramas, tiemblan con cada ráfaga, un coro tembloroso que acompaña el paso del viento. En su viaje por el bosque, el viento arrastra consigo pequeñas hojas secas que giran y danzan en su estela, como diminutas mariposas de otoño. Finalmente, como un visitante indómito y curioso, el viento se infiltra en la intimidad de una habitación a través de una ventana entreabierta, llevando consigo el aroma fresco del bosque y el susurro de sus secretos.

Era la madrugada. El viento circulaba por aquella habitación compartida. El aire gélido se infiltraba por cada rincón. Una briza no precisamente agradable despertó a Dedos de su profundo sueño. Estirándose brevemente, tapado con un guante para invierno y una pequeña cobija diseñada especialmente para él, sus sentidos, además de captar el tremendo frío, captaron otra cosa. Un sonido. Levantándose curiosamente, buscó el origen.

Al otro extremo de la habitación, la silueta de Enid apenas visible en su cama, cubierta por completo por una sábana delgada. La mujer yace allí, su cuerpo envuelto en la tela apenas capaz de ofrecer protección contra el gélido aliento del invierno.

Sus dedos, pálidos como la luna en una noche de nieve, se aferran con firmeza al borde de la sábana, buscando desesperadamente un poco de calor. Cada respiración es un esfuerzo, un eco de frío que se cuela hasta los huesos. Los pequeños escalofríos recorren su piel, como diminutos ejércitos de hormigas de hielo que avanzan implacables.

Los labios entreabiertos, apenas audibles, emiten susurros de protesta mientras los dientes castañetean fuertemente en un rítmico compás de angustia. Su cuerpo se contrae involuntariamente, una danza involuntaria ante la cruel sinfonía del frío.

Y en medio de ese tormento, sus ojos, apenas visibles bajo los párpados entrecerrados, buscan refugio en el mundo de los sueños, anhelando el calor que solo el sueño puede ofrecer, mientras la sábana delgada se convierte en su única barrera contra la implacable fuerza del invierno.

Dedos sintió un pinchazo repentino, como si una antigua herida se reabriera en su pecho. Sin detenerse a reflexionar, se lanzó hacia la cama de Wednesday con movimientos frenéticos, dando saltos desesperados en un intento por sacudirla de su profundo sueño. Sabía que despertar a Wednesday era una tarea ardua, especialmente cuando estaba sumida en sueños turbulentos y profundos.

Con un corazón acelerado y la urgencia latente en cada fibra de su ser, Dedos se precipitó hacia el rostro de Wednesday, picoteándolo con rapidez y precisión. Al instante, como si un interruptor se hubiera activado en su mente dormida, Wednesday despertó de golpe, sus manos atrapando a Dedos con firmeza pero sin lastimarlo.

La mirada de Wednesday, lejos de ser acogedora, transmitía una mezcla de irritación y descontento por ser despertada de manera tan abrupta. Dedos se retorcía entre sus manos, tratando de comunicar desesperadamente la urgencia de la situación, pero por el agarre no podía.

Fue entonces cuando, sin otra opción, Dedos tuvo que recurrir a un gesto más drástico: rasguñar los dedos de Wednesday con desesperación, luchando por liberarse de su agarre. Finalmente, consiguió liberarse y se apartó de ella, esquivando sus intentos de volver a capturarlo.

"Es Enid, Wednesday", articuló Dedos con rapidez, acompañando con gestos de urgencia y preocupación. En ellos expresaba su angustia por la situación, mientras esperaba que Wednesday comprendiera la gravedad del asunto.

La mención de Enid actuó como una sacudida eléctrica para Wednesday. En un instante, el ambiente tranquilo de la habitación se transformó en una atmósfera cargada de preocupación y urgencia. Las facciones de Wednesday, antes serias y adormiladas, se contrajeron en una mueca de angustia.

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