La obra

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Nikolái ignoró lo que mejor que pudo las expresiones desdeñosas de Fiódor, que le recordaban a las burlas recibidas en el pasado, según cambiaba de un personaje a otro, con ayuda de su habilidad y la capa, gracias a la cual se había vuelto un remolino blanco que iba de una esquina de la habitación a la otra, recitando sus líneas, cuidadosamente pensadas. No se contuvo durante toda su interpretación; si debía reír lo hacía, si debía llorar lo hacía, tal y como había desempeñado su papel durante la primera y última aparición pública de La corrupción del ángel.

Cuando terminó, inclinándose al frente, con el brazo cruzado sobre su torso, en espera de una ovación que no se daría, se vio jadeando, entre febril y nervioso, se dijo irguiéndose todo lo alto que era y así miró a Fiódor que había pasado de lucir aburrido a burlón y finalmente a mantener un semblante que denotaba indiferencia y cansancio. Podía leerlo perfectamente, se dijo Nikolái, notando el desliz de la trenza a su espalda en cuanto se movió. Tomó aire, despacio, componiendo una mejor cara.

—No necesitas que te diga lo que ya sabes —repuso Fiódor, sentado en la silla, pálido y enfermo—. No todos deberían decir lo que piensan...

—¿A falta de las palabras adecuadas? —dijo Nikolái, sonriendo con suavidad mientras miraba los ojos de Fiódor para terminar por posar los suyos en los zapatos puntiagudos. Balanceó la trenza y entrecerró los ojos.

—Talento, ingenio, aptitud... Llámalo como quieras. Hace tiempo que no veía nada más patético —ladeó el rostro, profiriendo un suspiro.

—Ah, qué cosa tan cruel para decir... —replicó Nikolái en tono jocoso—. ¿Es tu manera de desquitarte conmigo?

—No tengo ningún tipo de aversión en este momento para que pienses que por eso te he dicho la verdad. Además, ¿de qué te sorprendes? Estoy seguro de que no he sido el primero y tampoco seré el último que te señale tu falta de cualidades. No todos pueden hacer cualquier cosa por mucho que lo quieran.

Nikolái no dijo nada de inmediato, mirándose ambas manos, cubiertas por los guantes rojos, que contrastaban con el resto del traje. Desde luego que tenía que ya haberse habituado al repudio y desdén, pero se había negado a reconocerlo. Aun sin los medios, había siempre algo que decir y, si acaso podía, pues tenía una boca y un alma, ¿por qué no hacerlo?

—Lo he dicho, lo he escrito y pintado, pero nunca parece llegarle a nadie... —murmuró.

—No le des tanta importancia. Sin duda no la tiene —sentenció Fiódor, en señal de que ya había tenido suficiente de aquello y lo invitaba a retirarse. No, se lo ordenaba, era más preciso decir.

Sin negar que se sintió contrariado, pese a las bajas expectativas con las cuales había llegado a presentarse, Nikolái apretó levemente los labios, inclinando el rostro y agachándose para recoger todas las hojas que había dejado regadas por el suelo, acomodándolas ya sin ningún orden. No creía haber pedido mucho en su vida, se dijo, mientras llegaba a ver de forma distorsionadas las palabras en las hojas o puede que sólo se tratara de la letra descuidada que no podía evitar. Quieto, reiteró su carácter para sí. Era modesto y sobrio, y sin grandes pretensiones.

¿Era demasiado pedir que alguien le prestara su atención?

Irrumpió Sigma, que traía una expresión taciturna. En suma, bastante seria, pero no lo suficientemente vacía como quería, aventuró Nikolái, mirando que traía consigo una bandeja con comida. Apenas le dio un vistazo. Con rapidez y sin pensarlo demasiado, tomó los platos y frente al asombro de Sigma, se los colocó en las manos, quedándose con la bandeja que arrojó con una precisión que hizo al otro proferir un respingo.

Se quedó clavada en el muro, habiendo rozado el rostro de Fiódor que, pese a todo, hizo un esfuerzo por mantener el rostro impasible.

—Hay que decirlo, Dos-kun, eres un público difícil.

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