Resarcimiento

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A su pesar, Sigma admitió que no podía seguir manteniéndose al margen, de modo que se atrevió a meterse en el cuartucho que había estado cerrado desde hacía un par de días, de modo que no le sorprendió que de allí se desprendiera un aroma de tal intensidad que se preguntó si Nikolái no habría terminado por asfixiarse. Miró la figura encogida del hombre a quien consideraba el más indeseado del grupo. Ahora lo primero que vino a su mente fue que le despertaba cierta lástima o algo parecido. Estaba vuelto un ovillo en la esquina, con el cabello lleno de ceniza, mascullando y con la mirada perdida. Era claro que desvariaba.

—¿Saldrás ahora? —le preguntó Sigma, cubriéndose la nariz con la manga del traje, antes de que avanzara, viendo que, al plantar la mano en la pared y deslizarla, esta rozó una gran quemadura que iba de la base al techo. La mano se le manchó, pero, ignorándola, llegó al centro, adivinando apenas la silueta del otro.

—Lo he ofendido... Lo he ofendido...

—¿Por qué lo has hecho?

Sigma se arrodilló, alargando su brazo con aire tentativo. No se atrevería a decir nunca que podía entenderle y saber qué le pasaba por la cabeza. Estaba loco, sin duda, tan loco como lo estaban Fiódor y Dazai, pensó, bajando la cabeza con resentimiento.

—Desde que comencé a existir todos me han manipulado. Todos —le contó a Nikolái, pero no podía estar seguro de si lo entendía o no, pues balbuceaba, permaneciendo tembloroso de los pies a la cabeza—. Tú incluido. Por eso me salvaste. Por lo menos la primera vez. Aun así, podrías no haberlo hecho. No me necesitabas.

Suspiró. No sabría responder porqué los tres años con que contaba de vida, le habían infundido la idea de saldar cuentas. Por eso había querido seguir con la administración del casino. Lo había hecho bien, casi perfectamente.

—Me has llamado asistente todo el rato, me arrastraste de vuelta a "esto", sea lo que sea, pero... —se dio cuenta de que Nikolái lo miraba, habiéndose quedado en silencio. Si era buena señal o no, no lo supo—. Pero has sido amable conmigo.

Suspiró por segunda vez, corriendo sus mangas, ayudando a Nikolái a sentarse y así se sorprendió al ver que aquel gesto no le supuso el esfuerzo esperado. Pese a lo alto que era, Sigma se dio cuenta de que no pesaba o que se había deteriorado con rapidez. Sin importar cuál fuera el caso, se dijo que le debía hacerlo moverse.

—Luces distinto, mucho —murmuró.

—No me siento distinto —dijo Nikolái con ronquera.

—No, ¿por eso lo hiciste? ¿para sentirte distinto? —Sigma tiró de Nikolái y le puso de pie. Le sostuvo, ignorando el mal olor que despedía, el cual se mezclaba y potenciaba con el aroma a quemado que había en el cuarto, llenándolo por completo.

Cuando consiguió sacarle de allí, la repentina luz, aunque mortecina, le robó una queja a Nikolái que alzó la mano para protegerse los ojos. Entonces, Sigma miró las ampollas que tenía en ambas manos, que le cubrían cada tramo de piel.

—Algo está mal contigo... —dejó escapar Sigma, guiando sus pasos al cuarto de baño e ignorando lo mejor que pudo la puerta tras la cual reposaba el demonio que se aferraba a saber a qué para no ceder a una herida de la magnitud que habría hecho ceder a un animal salvaje.

Con tal escenario delante, ¿por qué se quedaba en esa casa de locos? Precisamente por eso, pudo haberse dicho. Su actitud era una locura tan grande como la que mostraban los otros dos. Uno que se moría y el otro que trataba y no lo conseguía. Si acaso era un castigo autoimpuesto, tal vez ya debería considerar su pago hecho.

—Vamos, aséate un poco —le pidió Sigma una vez que hizo a Nikolái entrar en el baño, donde ya había preparado el agua de la tina, por si acaso no hacerlo era la traba con la que hubiera podido dar su compañero para negarse—. Luego veré que puedo hacer por tus manos.

—¿Y la capa? —preguntó entonces Nikolái, dándose un vistazo, aparentemente sorprendido con el reflejo que le devolvió el espejo. Decir que se veía desmejorado era quedarse corto; bajo las manchas de hollín, se atisbaba que estaba amarillo y delgado, con bolsas bajos los ojos irritados.

—La quemaste, ¿recuerdas? Lo quemaste todo. La capa, el sombrero y los guantes —enlistó Sigma con paciencia una vez que reparó en que la confusión de Nikolái era genuina—. La trenza también...

—Ah... —Nikolái se llevó la mano a la nuca, reparando en el cabello corto. No pareció arrepentido, sino más bien se mostró presa de un aturdimiento generalizado.

—¿Qué no tengas tu capa hará que no uses tu habilidad?

—No lo sé. No había estado sin ella.

—Claramente no naciste con la capa.

—Pero qué listo eres...

De nuevo, a falta de malicia en su actitud, Sigma se forzó a quedarse allí, mirándolo en silencio. Ahora que lo pensaba bien, ni le había visto dormir ni comer. Le dio un empujón para ponerlo en marcha, no queriendo desaprovechar esa muestra de docilidad de su parte.

—Metete en la tina —le dijo, dejando la mano en la perilla, buscando retirarse y buscar el material necesario con que atenderle las ampollas, algunas ya reventadas—. ¿Tengo que preocuparme por qué se te ocurra otra locura?

—Mi querido asistente, precisamente hacer locuras es lo que yo hago mejor —dijo Nikolái, soltando un sonido raro que pretendía ser una risa.

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