Mi libertad

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Sigma se dio cuenta de que aun si despertaba la ira de Fiódor, por lo pronto apagada, dada la fragilidad y deterioro de su cuerpo, habría valido la pena salir de su escondrijo. Allí, avanzando como mejor podía por las amplias calles, con el cuerpo entumecido, reparó en que el frío le robaba quejas y el pecho le ardía de forma dolorosa, pero que, luego de mucho tiempo, se sintió despierto. La nieve le caía en el rostro y se amontonaba por las calles, obligando a la gente a ir de un lado a otro con rapidez, sin molestarse en intercambiar palabras. A él no le importó. Si moría después...

Le daba lo mismo, se dijo, sumido en esa ola de autocompasión.

No había conseguido demasiado en tres años. ¿Qué podría ser diferente ahora que su nombre se había ligado por siempre a una organización terrorista que amenazó a la humanidad y que cometió una cuantiosa cantidad de asesinatos? Dazai habría sido capaz de darle sentido a su vida. Estaba seguro y por eso no evitaba pensar en él con resentimiento y aversión. Si no le hubiera dejado, quizá ahora tendría un trabajo en el que pudiera sentirse útil, sin ser usado. Una agencia como la suya, habría podido borrar su historial de crímenes, dándole un comienzo nuevo, una vida nueva...

Repentinamente molesto y a punto de gritar a los cuatros vientos reclamando tal injusticia, reparó en la silueta familiar, sentada a los pies del canal. Quiso reírse. Así que, una vez más, su vida estaba perdonada. Tendría un motivo por el cual habría querido salir y habría cumplido su objetivo al volver con él.

Se acercó teniendo que deslizarse por la pendiente y rogando por no terminar por azotar allí abajo, en el canal. El agua estaría helada y no le convendría en modo alguno llamar la atención.

Cuando alcanzó a Nikolái no se sorprendió. Le halló tal y como esperaba verlo cuando decidiera volver. De hecho, había estado pensando que, de hacerlo, diría que lo había recordado de golpe y que por eso regresaba. Dándole un vistazo, Sigma advirtió sus muchas dolencias. Tenía el rostro y las manos cortadas por el frío y estaba seguro de que había perdido aún más peso si lo que había hecho era solo vagar por las calles.

—Estaba preguntándome si saltarías —le dijo entonces Nikolái, sentado en el suelo mugriento y frío, levantando sus ojos a él.

—Ah, si fuera hacerlo elegiría un mejor lugar, ¿no? —respondió terminando por sentarse a su lado, tiritando y con los dientes castañeando—. Allí solo haría el tonto.

—Pasaste dos veces por aquí. Te perdiste.

—Pudiste haber dicho algo.

Nikolái soltó una risilla mientras llevaba la mano enrojecida y ampollada a su nuca. Entonces y considerando su propio temblor, Sigma se preguntó si podría moverse cuando estaba vistiendo la misma ropa con la que salió. Nada adecuado para el tiempo y que, además de todo, estaba mojada.

—Me odias.

Sigma levantó la ceja, pero no dijo nada.

—Te traje aquí. Querías quedarte.

—No lo sé realmente —dijo entonces, profiriendo un suspiro—. Quizá sólo podemos jugar el papel de malos —de locos—. Algunos dirían que me salvaste. Yo lo pienso a veces. Me había rendido, pero no quería morir de una manera como esa.

Explotando al golpear el suelo.

—Ah, pero al final todos somos unos pecadores —musitó Nikolái, deslizando la mano herida a su rostro, cubriéndose su ojo derecho mientras se balanceaba levemente—. Podrías irte si lo quisieras. Ahora es el mejor momento.

—Tú también. Es lo que pedías, ¿no? Ser libre.

—No. Es como me dijo alguna vez. La mejor manera de impedir que alguien huya es ocultarle que está encerrado en una jaula.

—Es verdad —murmuró Sigma soltando vaho y frotándose las manos en un intento por recuperar la movilidad en ellas. Tanto si regresaban como sino al complejo, sin duda los transeúntes empezarían a reparar en ellos, pero confió en que optarían por dejarles en paz. Esperó que ganara la indiferencia a una actitud samaritana.

En cualquier caso, helaba y eso haría que la gente se dedicara por completo a sus tareas. Él tenía una: convencer a Nikolái de volver. De paso, podrían resolver el encargo de Fiódor que no le había revelado el nombre de la persona con la que quería que diera.

Cavilando en el asunto, se recordó qué llevaba en el bolsillo y le tendió la hoja doblada. La primera página del manuscrito que había salvado de ser parte más de la basura que había en la alacena.

—Si no las has terminado, deberías...

—¿La has leído? —dijo Nikolái haciendo el intento de tomarla, pero con lo hinchada que traía la mano desistió al momento. Todas las ampollas estaban reventadas y solo ese simple vistazo hizo a Sigma formar una mueca. Se dio cuenta de que únicamente tendría que soportar la irritación por el adormecimiento causado por el frío. La nariz y las orejas tenían un preocupante tono azulado.

—No puedo.

—Y de poder, ¿lo habrías hecho?

—Seguramente —tuvo que admitir. Luego se puso de pie, estremeciéndose y frotándose los brazos. Cuando la noche cayera... Se giró a Nikolái y no le dijo nada. Le bastó con tirar de su brazo para ponerlo de pie y así conducirlo de regreso.

No sabía qué les recibiría, pero así estarían a mano. Lo creyó por ese momento.

—¿Qué dice ahí?

—¿Allí? Allí...

—Sí, lo que has escrito por todas partes.

—Mi libertad, lo más seguro.

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