Una petición

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—Toma —Sigma tendió un plato de gachas en la mesa, pese a que Nikolái se mantenía de pie, sin dejar de garabatear en un montón de hojas que apoyaba en el brazo, pese a tener las manos vendadas y tenía que serle difícil sostener el bolígrafo. No se sentó. Por lo visto el tiempo máximo que podía estar quieto rondaba los cinco minutos y ahora había dejado de merodear cerca del cuarto de Fiódor para quedarse dentro de la reducida cocina, quizá en un intento por esconderse.

Como él, se quedaba allí.

No supo si le habría escuchado, cuando tenía tal expresión de abstracción, pero no podría haber seguido ignorando lo flaco que se había puesto en tan pocos días, terminó por convencerse Sigma cuando ya comenzaba a renegar de sus buenas intenciones. Le dejó solo, mientras llevaba sus pasos al otro extremo de la casa, preguntándose si algún día tendría la sorpresa de ver que Fiódor había terminado por ceder a las heridas que se mantenían casi tan aparatosas como el día en que se las infligieron.

A saber cuál sería su reacción de ocurrir.

Cuando le alcanzó, sin anunciarse, lo encontró sentado sobre la cama, mirando por la ventana, pese a que apenas pudiese distinguirse algo a través de los cristales. El cuarto helaba, como el resto del sitio, más húmedo que nunca.

—Debiste permanecer en Yokohama —dijo Sigma, intentando no usar un tono que delatara demasiado. Al menos eso procuró.

—¿Por qué? —replicó Fiódor sin que pudiera hacer gran cosa por su aspecto demacrado—. Con el caos que dejó Fukuchi tardarán en movilizarse. No irán tras de mí de inmediato. Puedo mantenerme tranquilo.

—¿Cómo lo sabes?

—Siempre es así —dijo sonriendo a medias con suficiencia, antes de que se dejara caer en el montón de almohadas que había tras él. No escondió una queja y la torcedura consecuente de sus rasgos—. ¿Te aburres acaso? Ya daré con algo útil para que te tengas bien empleado.

—¿Qué hay de Nikolái?

—¿Qué pasa con él?

—Deberías decirle algo.

Solo cuando se atrevió a decir aquello, Sigma inclinó la cabeza, pensando que se metía en un sitio que no le correspondía, cuando Fiódor tenía que mantenerse cavilando en la forma de responderle a que siguiera los pasos de Dazai y hubiera querido ayudarlo con la vaga esperanza de ser parte de la agencia. Solo frente al silencio y aferrándose al hecho de que Fiódor hubiera señalado que aún le usaría, fue que continuó.

—Si quieres usarlo, tendrás que ayudarlo primero. No tendría que ser tan difícil para ti —murmuró, tratando de que su voz no se tambaleara. Se vio conteniendo la respiración y, pese al estado en que se hallaba el otro, admitió que no fue capaz de sostenerle la mirada, intimidado. Desde luego que no se había equivocado. Había conseguido reclutar aliados a su causa una vez tras otra pese a su reputación.

Le había engañado. Como un idiota había caído redondo y la puñalada en el pecho se lo recordaba.

—¿Por qué querría hacerlo? No tengo necesidad de una ni de otra —espetó Fiódor dejando entrever su disgusto. Era tan patente, que tendría que haber parado allí mismo, se repitió Sigma, pese a que alzó la mirada.

—Porque casi ha quemado este lugar y porque ya se recrimina él solo. A este paso no quedará nada que pueda serte útil. Él nos sacó de allí —quiso añadir, cuando advirtió que perdía esa contienda. Tenía que ser mejor en la defensa de su caso, tenía que ser tan bueno como lo había sido durante su administración del casino aéreo. Si lo era, ya le probaría no solo a Fiódor sino a Dazai que cometían un error en descartarle a él también. Ahora ¿cómo abogaba por alguien cuya sanidad mental pendía de un hilo?

—¿Puede usar su habilidad?

—Eh, no tengo idea. Él tampoco —tuvo que admitir.

—Si no puede no me servirá de nada.

—No tiene por qué saberlo.

—Sabes que te ayudó porque te necesitó. Ahora no sucede nada diferente. Como sigas cayendo en los mismos errores, Sigma, tu corta existencia será eso solamente. Tan corta como superficial.

—Lo querías cerca.

—No, simplemente no lo necesitaba lejos, haciendo de las suyas y volviendo a entorpecerme.

—Él no sabe nada. Ni de ti, ni de lo que quieras hacer ahora.

—No, ese eres solo tú, ¿cierto? —apuntó Fiódor.

Eso era una amenaza. Una velada, pero amenaza, al fin y al cabo.

Sólo eso bastó para rendirse allí mismo y no le quedó más opción que reconocer que, al final del día, Dazai había tenido razón.

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