El asistente

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Puesto en el suelo de la alacena, oscura y mugrienta, Nikolái miró a Sigma ir de un lado a otro, sin que pareciera darse cuenta de su gesto. Lo veía serio y meditabundo, y sabía bien el motivo, aun si el otro pensaba que podía escondérselo al negarse a decirle nada cuando le cuestionó al respecto.

Al final del día, tendrían que comprender que allí únicamente tenían un solo papel que cumplir y ese sería el que les diera Fiódor.

Sonrió, pasándose las manos ampolladas por la nuca, encogiéndose y balanceándose con suavidad mientras cerraba los ojos dispares. Debería quedarse quieto y solo esperar a que sucediera lo que tuviera que ocurrir, se dijo una vez más. O el demonio sucumbía a sus heridas y entonces tanto él como Sigma podrían marcharse, o se levantaba y ambos cedían su libertad de una vez por todas. Era una cuestión tan simple como esa. Dos caras. De otro modo, dudaba que pudiera obtener autodeterminación e independencia de aceptar el trabajo impuesto, y en tal caso lo que podía hacer era resistir también y dejar en claro que no se movería hasta que no recibiera su parte del trato.

"Profanaste una tumba y torturaste a un niño".

—Ah, pero sin duda me he divertido —musitó mirándose las palmas descubiertas para luego ponerse de pie, tambaleándose con ello, de modo que hizo que Sigma se volviera a él, sobresaltado—. Y no fuiste tú quién se manchó las manos ni lo recuerda todo el rato, ese soy solo yo...

—¿Qué dices?

—¿Hiciste algún trabajo antes, además de administrar el casino? —le preguntó de improviso Nikolái, teniendo que parar en seco para recuperar el equilibrio. Notó una punzada de dolor y así se cubrió el ojo derecho, mientras aguardaba por la respuesta. A su vez, encontró apoyo en la mesa desvencijada que crujió bajo su peso.

—¿A qué viene eso ahora? Tú sabes que sí.

—Cuatro muertes por cuatro ángeles, ¿no? Un buen repertorio si me permites decirlo.

Pese a hundir la mano en su rostro, en un intento por mitigar el dolor, captó que Sigma desviaba la mirada, en aparente fastidio. Al final tuvo que asentir con la cabeza dándose luego la vuelta con brusquedad queriendo marcharse de allí. Nikolái fue tras él, avanzando lento y dejando la mano puesta en su sitio con un poco más de fuerza.

—Si es así, ¿por qué pensaste que podías ir a la agencia de detectives? ¿No es ese el lugar de los buenos y de los abnegados? —canturreó—. ¿O, por el contrario, es la manera con la cual diste para que pudieras expiarte y deshacerte de la culpa? —insistió yendo por el angosto pasillo—. Los que lo seguimos a él éramos todos convictos...

—Estoy seguro de que más de uno allí también ha hecho cosas terribles —replicó Sigma parando en seco, con lo cual Nikolái frenó de golpe también, encarándole—. Pero no se trata de algo como eso. No me arrepiento de nada de lo que hice. No. Ni me arrepiento ni busco pedirle perdón a nadie.

—¿De nada? Envidiable... —dijo posando su vista en el techo, en el cual atisbó grietas y la humedad que iba deteriorando todo a su paso como una enfermedad—. ¿Entonces buscabas un sitio dónde quedarte? ¿es eso?

—¿Por qué preguntas lo que ya sabes? Lo dijiste tú mismo.

—Quizá se me haya pasado por la cabeza la posibilidad de haber cometido una equivocación.

—¿Y cuál sería?

—Cuando te salvé, si es posible decirlo, y te traje aquí ¿no te quite lo único que yo quiero? Si así son las cosas, y si existe la posibilidad de regresar y empezar todo de nuevo, esa la tienes únicamente tú. Puedes volver y tener lo que tanto querías.

—¿Qué se supone que me dices?

—La cosa es realmente simple, mi querido asistente —dijo agachando la cabeza una vez más y así mirarse las botas puntiagudas—. Sé lo que has hecho. ¿Pensaste que solo podías ir por allí susurrándole palabras al oído sin que fuera a saberlo yo?

Aun sin verlo, supo que Sigma respingó, logrando quedarse callado tan solo un momento.

—¿Me amenazas? ¿Tú también? Sólo intenté ayudar.

—Hay quienes estamos más allá de eso. Pensé que lo sabías —llegó a susurrar, deslizándose a un lado para ir al final del pasillo.

—¿Eh? ¿a dónde vas? —le espetó Sigma con molestia.

—A probar mi punto, ¿qué más podría hacer si no? —le miró sobre su hombro, captando la expresión confusa de su compañero. Entonces le dedicó una sonrisa que salió como una mueca. Se dio cuenta de que sangraba, allí donde había ido a hundir sus dedos—. Por cierto, yo no hago amenazas. Lo que hago, lo hago sin más. Deberías intentarlo. Es mi consejo para ti. Vete antes de que sea tarde. 

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