Kamui

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—Me han llegado a mis oídos ciertos rumores —señaló Fukuchi luciendo el traje de los Perros de Caza, lo que había provocado cierta disonancia, frente al resto de trajes blancos inmaculados, empezando por el suyo, se dijo Fiódor, levemente satisfecho por el hecho de que, tanto Sigma como Nikolái, hubieran permanecido cerca, en claro estamento de dónde tenían puesta su lealtad. Podría ser momentánea o no, frágil inclusive, pero, por lo pronto, Fiódor supo que había tenido que causarle una inquietud palpable al otro que no pudo esconder, pese al carisma intachable.

—¿Rumores? —preguntó entonces, exagerando su sorpresa y en absoluto preocupado.

Sigma llegó a darle un vistazo, cavilando en silencio el resultado del encuentro en una muestra más de que sería él el indicado para el manejo del casino aéreo, mientras que Nikolái tenía la mirada puesta en el suelo, con una sonrisa suave, como si fuera a él a quien hubieran descubierto cometiendo una mala broma de la cual no se arrepentía. Deslizaba su pie con la bota puntiaguda y seguía el movimiento, tarareando algo en tono bajo.

—Te di una completa libertad con el caso de The Guild, pero ahora... Tú sabes cómo tiene que terminar el segundo acto —repuso Fukuchi, erguido, quizá ostentando sin darse cuenta su rango como militar. Tenía la mano descansando en la empuñadura de la espada, un viejo trasto que Fiódor consideró anticuado para las épocas que corrían.

—Ah, esos rumores —dijo Fiódor, encogiendo los hombros y soltando una risilla de aparente despreocupación—. Si es por los rehenes que he usado, tal vez podría moderarme... Pero tienes que admitir que hice un gran trabajo al bajarle la moral a Kunikida Doppo, uno de los cabecillas. Las guerras pueden ganarse de distintas formas. Lo sabes bien.

—Me tiene sin cuidado quiénes hayan sido, pero sé que has estado haciendo planes. No hay manera en que todo esto resulte creíble si no...

—¿Si no acabo en Meursault? Permíteme discrepar, jefe —lo interrumpió levantando la mano e interponiéndose entre ambos, levemente fastidiado por el apunte. Mientras tuviera la oportunidad, esquivaría un nuevo encierro. Si bien todos habían sido parte de la estrategia, comenzaba a cansarse de las esperas en las prisiones y otros lugares de mala calaña—. Tengo muchas maneras de hacer lo que me pides, evitando quedarme allí.

Lo miró con expresión afilada y desafiante. Desde luego que Fukuchi no querría tenerle cerca una vez que hubiera estado completada buena parte del plan. Pensaría que de aquella manera no podría intervenir. Le dejaría olvidado en la fortaleza europea, como habían intentado muchos otros en el pasado.

—Bien, ya lo has hecho. Discrepar —dijo Fukuchi avanzando en su dirección, sin que hubiera relajado el temple—. Fiódor-kun, estás equivocado si crees que no apreció que pusieras tu intelecto a trabajar en esto. Quinientas almas contra 210 millones. Es un cálculo que nadie habría sido capaz de hacer y menos aún poner las cosas en marcha. Aun así...

Fiódor ladeó el rostro, mirando entonces el cambio imprevisto en sus facciones que terminaron por endurecerse y recordarle por qué había querido ser parte de sus planes en primer lugar: en esos ojos cansados y aparentemente apagados, reconoció lo mismo que había visto en los suyos, innumerables veces. El deseo apenas controlable de castigarlos a todos por los crímenes cometidos. También había visto esa misma determinación en el ministro Nathaniel, pero, para su mala suerte, no tenía los medios adecuados para cumplir su cometido. Una pena, cuando era de los pocos que habían conseguido despertarle cierta simpatía. Sin embargo, le pareció que bajar la cabeza en señal de sumisión en ese momento era un crimen en sí mismo, de modo que tenía toda intención de convencer a Kamui de dejarle fuera.

Ahora que lo pensaba, tuvo que haber hecho evidente su sentir, sin que lo hubiera podido notar él pues, apenas comenzó a reflexionar en las palabras correctas para convencer a ese hombre, éste ya se había desvanecido, abandonando su lugar frente a él. Ni siquiera había conseguido pestañear cuando Fiódor le vio detrás de Nikolái.

Sigma profirió una exclamación de sorpresa y tal vez fue solo por aquello que hizo que Fiódor reparara en la sangre que tosió Nikolái de improvisto y ruidosamente, con la punta de la espada saliendo de su pecho, atravesándolo. Atisbó a Fukuchi, inmovilizado y mirándolo sin rencor alguno, si no sólo mostrándole que también se sentía sorprendido. Era un aplauso en su silencio.

Fiódor, en cambio, pasó del desconcierto a la indignación, notando las cejas torcerse y los labios formar una mueca desagradable.

—¿Qué haces? —no evitó preguntar en tono ácido, mirando la silueta de Fukuchi volver a erguirse retirando la espada, en un desliz húmedo, que fue seguido de la queja ahogada de Nikolái que acabó por desplomarse, incapaz de sostenerse por sí mismo. Si no terminó por azotar en el suelo, fue porque Sigma se había interpuesto en su camino sujetándolo lo mejor que pudo, manchándose las manos al instante.

—¿A qué viene...? ¡¿qué has hecho?! —le increpó a Fukuchi que agitó la espada, regando gotas de sangre por el suelo pulido, contrastando de la misma manera que lo hacía su traje de comandante contra las capas blancas.

—Te pondré las cosas claras aquí, Fiódor-kun —señaló Fukuchi, impasible, como si no hubiera herido a un subordinado, sin provocación de su parte—, tú harás lo que yo te pido y solo eso. Si digo que Meursault es un paso necesario del plan, entonces lo será.

Esta vez, Fiódor caviló con rapidez sus posibles réplicas, pero lo que resaltó sobre todo fue un profundo reproche frente a su descuido. Podría haber dicho que aquello era un sinsentido cuando Nikolái y Sigma eran partes claves del plan, pero entonces Kamui o Fukuchi, quien fuera que tuviera delante, le diría que siempre podría hallar la manera de prescindir de ambos y tendría la razón. Por otro lado, ¿qué pretendía con aquello? ¿acaso pensaba que un chantaje como aquel tendría el menor efecto en su persona? Tembló de rabia. Sí que lo tenía, porque requería que Nikolái y Sigma estuvieran de su parte y no podría hacer aquello si pensaban que los descartaría en cuanto dejaran de serle útiles, como haría con Iván y Pushkin llegado el momento. Así pues, requería emular la lealtad que quería conservar hasta que hubiera conseguido concretarse lo escrito en la página. Ya estaba hecho. Nikolái, Sigma e incluso él tendrían que representar los papeles dados por el jefe.

Fukuchi o Kamui lo sabían.

—Ya me queda claro —tuvo que decir, mientras Fukuchi se alejaba de los otros dos. Ahora, tenía una espada en cada mano. En la derecha tenía la espalda con que había herido a Nikolái, teñida de su sangre, y en la izquierda lucía desenvainada Amenogozen.

—Entonces, ¿tenemos un acuerdo? —dijo el hombre, mostrándole nuevamente una expresión afable, casi risueña.

Le va el mote. El hombre de los mil rostros, pensó con amargura Fiódor.

—Lo tenemos. Deshaz lo que has hecho.

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