Un himno

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Nikolái notó la nieve caerle encima y derretirse sobre su rostro y, por un instante, se sintió demasiado liviano y tan insignificante como para rendirse y aceptar que tuviera lugar cualquier cosa sin oponerse. Así, cerró los ojos dispares, notando la caricia fría tanto en las manos ampolladas como en el cuello, puesto en el escenario que solo sería suyo. Por lo menos lo fue durante un momento. Un momento de paz que pareció extenderse y grabarse en sí, recorriéndolo por entero, desde la cabeza a los pies.

Se giró a Fiódor que había terminado reclinado bajo el árbol. Tenía un mal semblante; las ojeras pronunciadas y los ojos hundidos le mostraron a una persona frágil y enferma.

Por lo menos en apariencia, se recordó bajando de la tarima de un salto, hundiéndose sobre la nieve. El atrio tenía un aspecto sombrío, especialmente ahora que, pese a ser temprano, ya oscurecía y la temperatura bajaba rápidamente, de modo que se desvanecían las largas sombras que habían proyectado los árboles y el enrejado adornado que había sobre los muros.

Fue hasta Fiódor que apenas levantó la mirada, enfundado en el abrigo, dado que la capa la traía él sobre los hombros, pesada y oscura. Nikolái le observó con detenimiento, encorvado y sin creer que podría entenderlo como Fiódor lo había hecho con él. No era un idiota, como le había señalado, sabía bien que lo dicho había tenido una intención manipulativa, pero no por ello podía pensar que fuera mentira. Había comprendido su dilema. Por eso le buscó y aceptó en su tarea. Por eso dijo "magnífico".

—¿Es todo? —le preguntó Fiódor, conteniendo un temblor, aunque resultó claro que permanecía adolorido. El brazo lo tenía en torno al costado, ejerciendo presión.

—Por ahora —dijo Nikolái antes de extenderle su mano descubierta y ampollada, en una invitación silenciosa a que la tomara. Aguardó, sabiendo que levantó las sospechas de Fiódor. El cambio en sus facciones fue mínimo, pero se percató aun así, manteniendo una sonrisa suave, al tanto de la posición en que se había puesto.

Le tuvo sin cuidado.

Aún inclinado, casi sentado a los pies del árbol, Fiódor mantuvo un atisbo de duda, quizá de ponderación entre lo que le convenía hacer o no. Él se limitó a dejar bien extendido el brazo, solo para ver a Fiódor hacer el ademán de alzar la mano cubierta y herida. A través de las vendas, flojas para ese momento, Nikolái alcanzó a ver la piel negruzca y llena de costras sangrientas.

Por mí.

—Eh, vamos, hay que irnos ya—dijo entonces Sigma, alertándolos a ambos.

A juzgar por el semblante debía resultarle obvio su apremio de modo que Nikolái retrocedió un paso, confundido, sin saber a dónde tendría que ir. Habría querido usar su capa y su habilidad como primer gesto instintivo, pero se dijo que no podía, de modo que sólo se movió cuando vio a Fiódor alzarse y encaminar sus pasos de vuelta al pasillo, yendo Sigma tras él.

Los siguió.

—¿Qué pasa? —llegó a preguntarle a Sigma, mientras veía que Fiódor tenía que conocer el lugar, aun si no se lo hubiera dicho antes.

—Lo que iba a pasar de salir —replicó su compañero, fastidiado y rodando los ojos—. Me pareció que iban a realizar una inspección.

Por el tono le quedó claro que resultaba poco convincente creer que se trataba de una coincidencia de modo que Nikolái torció los labios, avanzando con calma como lo hacía Fiódor y trataba de hacerlo Sigma, cruzándose con un par de turistas en su camino. La pareja les saludó respetuosamente, confundiéndoles como integrantes de la iglesia.

Por lo pronto, la puerta de salida les había quedado bloqueada, de modo que terminaron por colarse dentro del recinto abovedado. Aun si lo cruzó sin mirarlo con detenimiento, Nikolái atisbó el decorado y las cruces puestas en lo alto que también debieron de captar el interés de Sigma, pero supuso que por motivos bien diferentes. Él arrugó el ceño, tensando las manos mientras escuchaba sus pasos resonar y darle un vistazo al patio nevado. Sólo entonces notó una punzada de dolor en el ojo que ignoró, mientras iban al otro extremo, aun en el interior, donde mirara donde mirara, había motivos religiosos que destacaban en las paredes y en los altos techos.

Pese a todo, posiblemente se habría detenido para contemplar aquello, pero se metieron dentro de un cuarto angosto y de allí supo que sus pasos terminarían por llevarlos al acceso trasero. No dijo nada, pero llegó a escuchar el rumor lejano de un himno conocido, recordándose entonces que vendrían pronto las celebraciones de Año Nuevo. Lo había olvidado por completo cuando sólo dejó que los días se sucedieran uno tras otro, encerrado en el complejo al que los había llevado Fiódor.

Entre los cantos agudos y las palabras ancestrales que oía cada vez más cerca y claramente, se sintió acorralado y, a su vez, terminó por llevarse las manos al rostro, hundiendo los dedos delgados en la piel pálida. Le dolía la cabeza, le dolía detrás del ojo, pero se limitó a gruñir, buscando que las palabras no volvieran a tomar forma ni le taladraran desde dentro, una vez absorbidas.

—Debes estar jugando, ¿en serio? —escuchó decir a Sigma, mientras él llegaba a encogerse, musitando entre dientes. Trataba de sólo escucharse a sí mismo.

—Que no ha sido lo que yo quería... No, no... Sé que lo he ofendido...

—Ponte de pie, tenemos que salir de aquí —insistió Sigma que tiró de su brazo, solo para ver que le fallaron las piernas. Supo que su compañero se había molestado, estando entre asustado e inquieto—. Eh, tenemos que irnos, luego podemos...

—Calla —dijo Fiódor en voz calmada, empujándolo, para luego acercarse e inclinarse frente a él.

Nikolái apenas consiguió sentir en su cuello la tela de las vendas, rasposas y desacomodadas, mientras musitaba con más fuerza y perdía ya la noción si el canto estaba dentro suyo o seguía proviniendo de fuera, de las bocas de aquellos extraños. Siguieron sucediéndose. Palabras condenatorias dichas en tonos afilados y punzantes.

—Lo siento, de verdad lo siento. Yo no he querido... Lo he ofendido...

Le pareció escuchar la voz de Sigma, pero no lo entendió en absoluto, así como ya solo se percató del zumbido en los oídos y el jadeo que profirió sin poder evitarlo. Notó su rostro blanco y se vio con náusea y mareo, solo para oír una nueva voz, menos incisiva.

Comenzó a escucharla, entendiendo las nuevas palabras que se dieron en su idioma natal, de modo que fue sencillo comenzar a entenderlas y que reemplazaran al ruido que hubo antes, sintiendo a la par que su respiración se volvió más lenta y menos ruidosa.

Al final, se sintió falto de fuerzas y así se hundió en su sitio.

Te lo dije, tú no eres nadie para decidir quién merece qué. 

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