CAPÍTULO 5

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                            "Carta de amor"

Cuatro semanas después...

Uno podía escapar a sus momentos felices, un superpoder para quien sabe apreciarlo.

Me gustaba viajar al momento exacto en el que, sentado frente a mí y un grupo de lectura, un chico de manos níveas ojeaba las páginas de un libro amarillento. ¿Podía estar obsesionada con sus manos? Quizá, porque el chico en sí me parecía un imbécil. Al parecer, nunca sospechó que se me complicaba la lectura, que me costaba mucho trabajo concentrarme y que deje de ir porque era absurdo que solo fuera a escucharlo leer, porque me gustaba su voz y no por los libros.

Pero pronto volvía a la realidad, a la vida en la mansión.

Existe un escalón en casa que no debes pisar: es el último, o el primero, depende de la perspectiva. Yo lo llamo el último-primero y no debes pisarlo o algo malo te ocurrirá.

Eso no lo inventé yo. Lo inventaron mis tatarabuelos, que por azares del destino, cada que pisaban ese escalón, uno de sus tobillos se doblaba o uno de sus autos se estrellaba.

¿Quién podía prever el suceso que iba a desencadenar un simple escalón? Yo no. Así que me limitaba a saltarlo de todas formas.

En casa éramos muy supersticiosos y temerosos de lo desconocido, aunque éramos muy buenos fingiendo osadía unos con otros.

Aquella mañana después de saltar el escalón me dispuse a desayunar; la mañana no parecía estar tan oscura como de costumbre; los rayos de sol se colaban por las nubes.

Era día lunes, y cocinaba el tío Fred. Y aunque su comida apestaba, no podía faltar en la mesa; alguien tenía que animarlo fingiendo que era deliciosa la comida que él preparaba; ese era mi trabajo y mi obra buena de los lunes y viernes.

Todos estaban en el gran comedor. Sus ojos estuvieron puestos en mí por un segundo. Les sonreí, por el sol, y porque llevaba mi nuevo atuendo de Channel, mis zapatos con correa no aptos para este clima y un maquillaje modesto y sofisticado.

—¿De qué vas disfrazada hoy? —preguntó Evelyn desde su lugar.

—Estilo Old Money. Es tendencia —le anuncié dando una vuelta sobre mis zapatos.

—Me gusta.

—Tus intentos de parecer amable, francamente, dejan mucho que desear —la enfrentó la tía Doty—. Siéntate, Amelia, te serviré un plato.

Evelyn maldijo en voz baja.

Lo hice, me senté junto a la tía Selene que comía sin poner ningún pero a la comida... Ella nunca parecía interesada por el entorno que la rodeaba. Parecía que su mundo era más interesante que el nuestro. Casi nunca sonreía, pero no lo necesitaba; ella era hermosa, superando a las modelos que veía en las pasarelas de You Tube. Nadie podía igualar sus ojos azules, su cabello negro azabache larguísimo y ese lunar en la mejilla.

Es cierto que la admiraba en estilo; es que ella siempre parecía lucir bien, demasiado elegante; nadie tenía tanta clase como ella.

—¿Y el tío Fred? —pregunté a todos en la mesa.

—En la cocina, discutiendo con Phil, Frederick nunca ha aceptado bien las críticas hacia su comida —murmuró la tía Selene.

—10 billetes a qué termina llorando —me reto Evelyn—. Mi padre puede ser muy cruel con él.

Evelyn se parecía tanto a su padre.

—Veinte a que arroja su mandil —le dije.

—Hecho.

—Bien.

Los gritos en la cocina terminaron con un "No saben apreciar nada bueno"; mi tío Fred atravesó la puerta y arrojó el mandil contra el suelo. El Tío Phil le seguía con su habitual cara seria.

Mire a Evelyn con una sonrisa. Deslizó un billete por la mesa.

—Podemos desayunar en silencio por favor. Me duele la cabeza —señaló la tía Doty.

—Como sea —murmuró el tío Fred que se sentó en un suspiro.

Probé un bocado de su insípido omeleth.

—Delicioso —murmuré.

Mi tío Fred fingió no escucharme, pero lo vi ocultar una sonrisa mientras acomodaba la servilleta en su cuello.

—No todo es malo esta mañana —canturreó la tía Selene; se levantó un segundo a tomar una carpeta de uno de los muebles.

—¿Qué es eso? ¿la orden de desalojo? —preguntó el tío Fred con ironía.

—No, imbécil. Es algo mejor.

—En una semana se cumple el plazo estipulado en el testamento; si Henry Evans no está aquí, no podrá tomar posesión de los vienes —nos dijo la tía Doty con un aire melancólico—. Si él vuelve, nosotros tendremos que irnos.

Pensar en abandonar la casa me erizaba los vellos, pero aún tenía la esperanza de que Henry Evans no volvería.

Después de todo lo sucedido aquella horrible noche, la policía había encontrado su auto volcado con René inconsciente dentro de él.

Mi familia escuchó el alboroto aquella noche. Encontraron a Henry, que se había liberado de aquella silla, a mí inconsciente en el piso junto a él, y ningún rastro de Victor...

Habían pasado cuatro semanas desde aquel suceso y aún me enviaba a un lugar oscuro lleno de tristeza y de rabia.

La policía afirmó que se había tratado de una huida del crimen; yo afirmé todo lo contrario: les conté sobre la silueta, sobre la persona que me había golpeado en la cabeza. Pero nunca pronuncie el nombre de Elliot Ravened.

¿Por qué? Aún no estaba segura.

Todo indicaba que Víctor había sido el responsable del crimen. A mí nadie me convencía de eso. Yo estaba segura de que alguien más era el responsable; por una sola razón, Víctor no era de los que huían, porque jamás me dejaría sola.

Solo podía tener a una persona en la mente, a aquel hábil e inteligente sujeto que se escondía tras las faldas del buen nombre de su familia: Elliot Ravened.

Volví a la realidad y observé cómo mi tía Selene sonreía.

—Lo que tengo aquí. Es el expediente completo de Henry Evans.

—¿Mandaste a investigarlo? —pregunté horrorizada.

—Es una situación desesperada. Que requiere de acciones rápidas, Amelia.

—Eres brillante —le animó el tío Fred muy entusiasta.

Selene sonrió de nuevo. Era un poco aterrador verla sonreír de esa forma, ella nunca sonreía y ahora mismo parecía el mismísimo gato de Chesire.

—A mí me parece bien —concordó el tío Phil—. Una falta completa a la privacidad. Pero puedes ir abriendo ese documento ya.

—¿Y si es un bastardo? ¿Y si tiene derecho por sangre a todo?

—Por favor, Dorotea. Eso es absurdo —la contradijo el tío Phil, que luego se puso pálido—. Mi padre viajaba constantemente a la ciudad... Puede que...

—¡Abre el documento de una vez! —exclame muerta de la curiosidad.

Selene asintió y abrió la carpeta. No era muy extensa. Constaba de tres hojas.

—Henry Evans, nacido en New York. 26 años, graduado en contaduría y criminalística. Actualmente trabaja como...

La tía Selene se quedó con la boca abierta; su coraza de roble pareció romperse por un momento...

—¿Qué pasa? —quiso saber Evelyn; tenía un puño de galletas en la boca.

Selene se raspó la garganta.
—Henry Evans actualmente tiene su propia oficina; hace poco fundó su propia agencia de investigación privada.

El tío Fred casi se ahoga con jugo verde. Escupió por toda la mesa.

Todos y cada uno lo miramos con desagrado. Pero sabía que todos teníamos la misma pregunta en la mente.

¿Por qué el abuelo dejaría la herencia a un investigador privado? ¿Por qué el tío Fred seguía bebiendo cada mañana esa cosa horrible?

—Reside en New York. Esta es la dirección de su empresa. Hijo biológico de Hall y Loreto Evans, cultivadores de plantas. Uno de los viveros más grandes del Estado.

—Un campesino.

—Descartamos la opción de que sea un bastardo.

—Por supuesto que no es un bastardo —dije, pero me detuve de inmediato. Me mordí la lengua, antes de confesar que sabía que Henry era un impostor.

Yo tenía la única prueba, y deseaba mantenerla para mí por un tiempo; deseaba que me fuera de utilidad.

—Esto solo me deja más confundido —confesó el tío Fred—. Mi padre fue un tacaño toda su vida. No iba a regalar su patrimonio solo así porque sí.

—Quiso jodernos, aceptémoslo —afirmó Evelyn.

—¿Un investigador privado? Es otro juego sádico de mi padre. Admitámoslo, todos sabemos que como último acto el viejo iba a dejarnos una sorpresa grande —murmuró el tío Phil y le dio un sorbo a su té.

Amor, secretos y fantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora