¿Qué rayos es el amor?
Tú que no me respondiste nada
Sé que no me creíste.
Y sin embargo, aquí estoy.
Puedes confiar en mí.
No me iré. (L-O-V-E - Nat King Kole).
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Aquella noche soñé con mi difunta madre. Me despertaba del sueño con su cálida voz; al abrir los ojos la luz del sol me golpeó. Me encontraba en un páramo lleno de flores de todos los colores. Y junto a mí estaba ella con su cálida sonrisa.
—Ven conmigo, Amelia.
Comenzaba a alejarse de mí, corría y sonreía mientras tocaba las flores con la punta de los dedos.
—Espérame mamá.
—Ven hija. Ven conmigo.
Se detuvo y extendió su mano hacia mí, pero no podía tomarla; algo me impedía caminar, moverme.
—Ven Amelia.
Y yo estaba dispuesta a seguirla a donde fuera.
—¡Amelia! —gritó alguien a mi espalda, pero el páramo estaba vacío. Cuando busqué a mi madre de nuevo, no estaba ella. Sino aquel niño de la cicatriz en el rostro, el que siempre me observaba. Su cicatriz brillaba como si aquella quemadura fuera reciente.
—¡Amelia abre los ojos!
Fue como alejarse del miedo y la oscuridad. Abrí los ojos y volví de mi sueño. Una lástima que el temor volviera de nuevo.
No estaba en mi habitación. El viento me golpeó las mejillas y movió mi cabello. Pude ver el panorama con claridad: yo parada en el techo de cristal del invernadero de mi madre.
—Amelia, girate lentamente. No tengas miedo.
A mi espalda se encontraba Henry; también estaba en el techo, pero él no pisaba el cristal como yo. No estaba a un paso de la muerte.
—Amelia, cariño, hazme caso.
—¿Cómo llegué aquí?
—Estabas caminando dormida.
Henry me extendía su mano.
—Da el primer paso. Amelia, apresúrate, el cristal es demasiado débil.
Cerré los ojos un momento y tomé aire. Di el primer paso; el cristal crujió.
—Henry...
—Mírame. No quites la vista de mí. Sigue caminando Amelia.
Obligé a mis pies a moverse, una y otra vez, hasta que estuve lo suficientemente cerca para que Henry me tomara por la cintura y me cargo hasta entrar por la ventana.
Me aferré a su cuerpo temblando de miedo. No sé por qué. Pero su calidez ahora me servía más allá de un consuelo.
—Está todo bien, Florecilla.
—No me sueltes, Henry.
—Jamás. Sujetate bien.
No le costó ningún trabajo caminar; era ágil tanto que me cargó en sus brazos sin dificultad. Cruzamos del techo al balcón y él no parecía querer soltarme. Al igual que yo no quería soltarlo, me llevó adentro a la sala de la planta alta.
—Gracias —dije soltando un suspiro.
—Te vi desde la ventana de la biblioteca. Me di cuenta que estabas dormida cuando no respondiste. Creí que no llegaría a tiempo para detenerte.
—Estaba soñando con mi madre. Y luego con el niño de la cara marcada.
—¿Un niño?
—Un fantasma que atormenta mis sueños.
Él no dijo nada.
—¿Crees que estoy perdiendo por completo la razón? —le pregunté.
—Ya somos dos, Florecilla. Entremos, está helando.
Asentí. Me puso sobre el suelo. La casa estaba en completa oscuridad.
—¿Por qué no hay luz?
—No tengo ni la menor idea. Se fue después de la media noche. No podía dormir, así que comencé a leer en la biblioteca. Tengo una vela.
—Eres como una lechuza, Henry. Siempre estás despierto de noche.
—Al menos puedo cuidarte de noche.
—No será necesario. Cerraré con llave mi habitación a partir de ahora. Ya no tengo control de mí misma.
—Bien. Será mejor que descanses.
Entonces pensé en la idea de estar sola en mi habitación en completa oscuridad. Y no sé qué me aterro más: si eso o alejarme de Henry.
—¿Puedo ir contigo?
—Por supuesto.
Puso mi mano en su hombro para guiarme. Llegamos a la biblioteca y pude ver el sofá con un libro abierto descansando sobre él. Un candelabro de tres brazos sobre la mesita, iluminando lo suficiente.
—Supongo que cuando no puedes dormir te sumerges en la lectura.
—No en cualquier lectura, solo en libros interesantes. ¿Qué haces tú?
—Pongo una película o simplemente me quedo mirando al techo y reflexiono. Pero hace mucho que no miro al techo y reflexiono. Usualmente mis pensamientos suelen ganar una batalla con mi mente y generalmente termino sintiéndome ansiosa y miserable.
—¿Qué te hace sentir miserable? —preguntó.
—Las cosas que no puedo cambiar.
—Y si dejas de pensar en lo que no puedes cambiar, y si comienzas a tomar otro camino y comienzas a enfocarte solo en el futuro. Te sorprendería saber cuántas posibilidades tienes, Amelia Fasseliny...
—¿Posibilidades en qué exactamente? —pregunté.
—En la vida. En cualquier cosa.
—En el fondo eres muy positivo; no sabía que podías tener tanta esperanza alojada en tu ser.
—Sí supieras todos los sentimientos positivos que provocas en mí, sabrías que puedo convertirme en un ser completamente diferente. Un ser que puede pensar en un futuro más allá de seis meses, que puede engañarse por voluntad pensando en las posibilidades, que puede soñar cuando creyó estar muerto en vida por años.
—¿Con qué sueñas, Henry Evans?
—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó y antes de que pudiera decirle que sí, él negó con la cabeza—. Quizá en otro momento te cuente mis secretos más profundos. Hoy no estoy completamente bien; me temo que soy un hombre normal con cansancio hasta en los huesos.
Asentí.
—¿Qué estabas leyendo?
—La sombra del viento.
—Nunca lo he leído.
Él se sentó en el sofá.
—Ven, que pocas veces uno puede apreciar semejante obra literaria.
—Debe gustarte mucho.
—Una obra a la altura de las mejores obras que mis ojos hayan tenido la dicha de leer. Pero nada te supera, querida Amelia; tú eres una obra de arte moldeada por Dios; de otra forma no encuentro explicación alguna a semejante magnificencia.
No sé porque estaba mirándome así y parpadeaba sin parar.
—No puedo leer del todo —le expliqué—. Al menos no textos largos. Esque... Me cuesta concentrarme, no vayas a creer que soy estupida... Simplemente estoy en mi propio mundo.
—Tu mente es hiperactiva, es lo que creo, y me resulta fascinante.
—¿De verdad?
—Tan cierto como que yo soy un tipo aburrido que siempre está con las narices en un libro.
—No creo que seas aburrido. Yo más bien creo que tienes muchos secretos y no sabes lo mucho que despiertas mi curiosidad.
Sonrió y me observo de esa forma en la que los ojos brillan y por más que lo intentes no puedes dejar de parecer contento.
—Ven aquí, viajera de mundos. Yo leeré este libro para ti.
—¿Por qué lo harías? —pregunté sin poder ocultar mi sorpresa.
—Porque este libro es tan bueno que merece ser leído por más personas. Y porque sería un placer leer para ti.
—Bien —dije entusiasmada y me dejé caer a su lado—. Cuando me aburra te lo haré saber.
—Muy considerada.
—Ajá. Mañana comenzaremos con los secretos del tío Fred —le recordé.
—Entendido —asintió, y tomó su libro. Entonces comenzó: —El cementerio de los libros olvidados...
Escuché a Henry por mucho tiempo, porque resultó ser una historia interesante y porque su voz era como un arrullo para mí, no que daba sueño, de los arrullos que calman el remolino de pensamientos y el alboroto en el alma.
Me recosté en su hombro, y aunque juraba que había detenido su lectura por un segundo, después pareció muy agusto.
De pronto me resultó tan fácil estar junto a Henry. Y de veras que me gustaba.
Me quedé dormida no sé cuánto tiempo después.
Pero cuando desperté algo había cambiado. Algo se movía en mi estómago al darme cuenta que me había aropado con una manta, y había dejado una nota para mí.
"Necesito atender unos asuntos en la ciudad florecilla exploradora de techos". Regresaré en unas horas. No me eches de menos demasiado.
Tú, amigo y más grande admirador, Henry.
Arrugue el papel con molestia. Luego me arrepentí completamente.
Entonces me di cuenta de algo. Algo que se sentía diferente. Mi mente ya no sentía odio por Henry Evans... Entonces me di cuenta que iba a extrañarlo. Que mi corazón se oprimía al pensar que por fin había huido de aquí...
Necesitaba una visita al médico urgentemente.
...
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Amor, secretos y fantasmas
ParanormalneElla está huyendo de sus fantasmas, sabe que es la heredera de la incalculable fortuna de su familia. En un pueblo pequeño donde se le juzga de estar maldita, ella y toda su familia viven aislados en su mansión llena de secretos, cargando con las co...