CAPÍTULO 27

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                         "Mujer de blanco"

Chelsea no se apareció en el trabajo. Intenté llamarla al celular, pero nunca llegó.

Cuando termine mi turno, estaba dispuesta a ir a buscarla a su casa. Pero me distrajo el tipo con la ropa manchada y el golpe en la mejilla.

—Henry...

—Amor mío...

Su voz grave me dio escalofríos en la espalda.

—¿Qué te ocurrió en la cara, en la ropa?

—Creo que arregle las cosas con Fred.

—¿No hubo besos ni omelets?

Me miró malhumorado cuando comencé a reírme.

—No hubo ni una cosa ni la otra —admitió—. Solo golpes sobre el lodo. Pero no merezco otra cosa. Me porte como un imbecil.

—¿Enfrentaste a toda mi familia tú solo?

—He enfrentado situaciones aterradoras a lo largo de mi vida. Pero aquella mirada de Selene juró que me heló la sangre.

—Debiste esperarme. Juntos podríamos haber hablado con ellos.

—Tenía que darles la cara. Después de todo, según tu tío, te secuestré toda la noche. Enfrentaría cualquier cosa por ti. Hasta tu aterradora familia.

—¿A donde vamos? —le pregunté.

—A casa. A casa de tus padres. Según tus tíos, hoy tenemos una cena.

...

Vestidos elegantes, trajes pulcros, miradas asesinas, tensión en el aire y la mano de Henry tocando la mía por debajo de la mesa.

Acabamos de cenar con mi familia y Evelyn fue quien rompió la tensión del silencio.

—¿Eres un demonio? ¿Puedes poseer a las personas?

—No soy un demonio.

—Aburrido.

Selene se raspó la garganta.

—Según dices, Louis Fasseliny cada noche vuelve del más allá. Y tú necesitas nuestra mayor reliquia para terminar con él.

—Así es. Una espada antigua para ser exactos.

—Necesito una copa —murmuró ella—. Pero ahora creo que ha llegado el momento de preguntar a nuestros antepasados si hemos de otorgar nuestro mayor tesoro.

—Creo que el mayor tesoro ya lo tengo —tomó mi mano y la besó lentamente.

—Hazme el favor de no tocar a mi sobrina frente a nosotros —le advirtió mi tío Fred.

Henry hizo caso a la petición de mi tío. Lentamente alejó sus manos de mí. Rodee los ojos.

—¿Amelia, estás lista para conocerlos a todos? —me preguntó mi tía Selene.

Sentí un poco de pánico. Pero asentí.

Ella se puso de pie, y con el bastón del abuelo dio tres golpes sobre el suelo. Todos la seguimos.

—¡Aparescan todos! Asciendan del inframundo. ¡No tienen que esconderse más! —gritó levantando las manos al cielo.

Las paredes comenzaron a temblar y las cosas comenzaron a moverse de su sitio. Y uno a uno fueron saliendo de la oscuridad, gente con heridas y piel grisácea, con ropa de otra época; todos comenzaron a rodearnos. Yo comenzaba a entrar en una crisis nerviosa.

—Tranquila Florecilla. Todo está bien.

Me sentía la mayor egoísta en la historia, pero en aquel momento no me importó; era la chica más feliz del mundo. Un sentimiento entusiasta y desconocido reinó en mí. Me sentía libre, feliz y contenta porque mi corazón ya no estaba vacío; ahora lo ocupaba Henry Evans y él me amaba.

—Un placer conocerlos a todos —dijo muy educado a todos ellos.

—Debes conocer a todos —me dijo Evelyn, tomando mi brazo y separándome de Henry.

—Por supuesto.

Fueron unas gemelas quienes sonrieron y se dirigieron a nosotras primero. Con la misma sonrisa de labios rojos.

—Murieron en los años 50, pero tienen la apariencia de unas jóvenes; pocas veces se les ve por la casa.

—Bien parecido —dijeron—. Es una ventaja.

Se referían a Henry.

—Somos Emily y Nelly tus tías —dijo la otra.

—Mucho gusto —les contesté.

Una mujer mayor suspiró ruidosamente.

—La abuela Prudence —me explicó Evelyn.

—¡Alabado sea el cielo! —dijo—. Aún recuerdo en el 45 a la pobre Betania, cuyo prometido jamás pudo vernos. Solo podía significar una cosa: la historia de Beth, cuyo marido jamás llegó a ver fantasmas porque jamás la amo.

Se presentaron conmigo y con Henry, todos y cada uno, mirando constantemente mi rostro. Henry sé veía intimidado en lo más mínimo, aunque tuviera más de 20 pares de ojos mirándole.

—Aún te falta la prueba más difícil —le comentó mi tío Robert, con una sonrisa—. Vencer a un Fasseliny en las cartas. Nos lo tomamos muy en serio, muchacho.

—Vencí a Fred en las cartas varias veces.

—Es porque lo deje ganar. ¿No somos bondados los Fasseliny?

—Lo son —dijo Henry y mis tíos se rieron.

Pronto me sentí cómoda, se movían como gente viva, bailaban y me sonreían.

Entonces Selene le entregó a Henry el bastón familiar delante de todos. Ella le enseñó a girarlo para que se transformara en una espada de metal negro y filoso.

Y supe que Henry les había agradado. Lo consideraban digno.

Eran las nueve de la noche cuando la cena terminó. Acompañé a Henry afuera. Me puso su saco en los hombros para evitar el frío de la lluvia suave que cubría mi hogar.

—¿De verdad tienes que irte?

—Sé que Louis volverá. Te veré por la mañana, Florecilla. Solo mantente a salvo aquí. Prométeme que te quedarás en casa.

Henry vistió un traje negro pulcro. Su rostro estaba complacido cuando lo besé.

—Te vez magnífica esta noche. ¿Te he dicho que te queda el color púrpura?

—Tú dices que todo se me ve bien.

—Mi favorito es cuando no usas ningún color.

—¡Henry Evans!

Sonrió de oreja a oreja; los ojos verdes de Henry brillaban con expectación.

—Sueña conmigo Amelia.

Desapareció como una niebla en la oscuridad. Y me dejó un vacío en el pecho. ¿Podía extrañarlo tan rápidamente?

Fue en ese momento en la oscuridad del pequeño patio cuando observé a la figura escondida detrás del árbol.

Me acerqué para encontrar cara a cara a la merodeadora.
—¡Ayúdame por favor! —gritó entre la penumbra—. Quieren hacerme daño.

—¿Quién?

—Isadora...

No lo pensé dos veces y corrí tras ella. Alcance a tomar su mano. Su piel era cálida, tan cálida como la de una persona viva. Me quedé estática y sus pulmones se llenaron de aire.

Fui valiente para poner mis manos sobre la muñeca de la niña, donde podrías checar el pulso. Y ahí estaba el pequeño movimiento.

El corazón de Virginia que aún latía. Ella está viva.

—Quiere lastimar a la chica Montelaba. Ayúdame por favor —chilló—. Me ha dicho que sí no vengo por ti la matará. A ella no le gusta el bebé que lleva en el vientre. Tienes que venir conmigo, solo tú... No podemos decirle a nadie... Tengo mucho miedo.

Asenti aún conmocionada y tomé su mano. Los ojos de aquella niña que se refugiaba de la lluvia bajo un árbol, que corría descalza por el piso frío, me miraron llenos de lágrimas. No sé cuántas veces había pasado hambre. Ya había sufrido tanto.

—Llévame con ella —le dije desapareciendo en la oscuridad del bosque.

...

Amor, secretos y fantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora