CAPÍTULO 26

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"El amor"

Mi casa se sentía diferente. Se veía oscura y deshabitada.

—No le digas que yo hablé contigo. Es un obstinado con mal genio —me dijo René.

Entramos hasta la sala donde Wallas permanecía alerta en un sofá.

—El jefe te dijo que nadie más podía entrar aquí. Mucho menos ella.

—Hola, Wally. ¿Donde está Henry?

—Él no está aquí.

—Aún no debe de haber vuelto —me dijo Rene.

—¿Donde están todos los fantasmas?

—Ya casi no queda nadie aquí. Tienen miedo. Están escondidos.

—¿Donde está exactamente Henry?

—No puedo decírtelo.

—Dime dónde está —le ordené con voz furiosa. Wallas levantó las manos en señal de paz.

—Está en el otro lado. Él puede ir al más allá. Pero no debes decirle que yo te lo dije.

—¿Con que propósito?

—Cada noche, después de la media noche, el hombre de la cicatriz vuelve. Y cada noche Henry hace que vuelva a las tinieblas.

Entonces recordé las palabras de Rene.

"Está haciendo esto por ti"

Caí sobre el sofá. Ni siquiera podía asimilarlo del todo.

—¿Cuánto tiempo llevan aquí?

—Un par de semanas.

Después de unos minutos. Un humo comenzó a brotar en la sala.

—Ya viene —anunció Rene—. Tendrás un minuto antes de que detecte tu presencia. Su cansancio no lo deja ver, así que tendrás tiempo suficiente para aclarar tus dudas.

Asentí.

Me escondí en el pasillo detrás de la pared.

Un portal sin forma geométrica se abrió en la pared de la sala, como rasgar papel tapiz en una pared o quitar una astilla. Henry atravesó aquello y su cuerpo fue visible para mí. Llevaba una camisa negra casi desabotonada por completo, pantalones negros y no usaba zapatos.

Una vez que su cuerpo entero estuvo visible completamente, aquella grieta de humo y oscuridad desapareció ante mis ojos.

Wallas apareció junto a Henry y sorpresivamente este último se tambaleó. Wallas tomó su brazo, lo acomodó en sus hombros y lo ayudó a caminar.

—Esta vez ha permanecido más tiempo del otro lado, jefe. Creo que es un récord.

Henry gruñó.

—Agua... Necesito agua.

Rene asintió y lo dejó acomodarse en el sofá. Entonces por el rabillo del ojo logré observar el aspecto cansado y desaliñado de Henry. Llevaba el cabello revuelto sobre la frente. Estaba pálido y más ojeroso de lo común.

Sostenía su cabeza y miraba al suelo.

Rene volvió con una bandeja, una jarra de cristal llena de agua y un vaso. Henry optó por tomar la garra entera y llevársela a la boca. Se mojó la ropa.

—He conseguido que permanezca por más tiempo cautivo en ese lugar. Pero Louis Fasseliny no es un hueso fácil de roer, es muy listo y tiene cierto poder sobre las almas del otro lado. Cosa que aún no entiendo.

Henry dejó caer la cabeza en el respaldo del sofá.

—¿Louis Fasseliny volverá?

—Creo que sí. Aún no encuentro la manera de hacer que permanezca del otro lado permanentemente. Pero cada día mi cuerpo se debilita más fácilmente estando allá y tengo que volver. Soy más humano de lo que pensaba.

—Señor... Si me permite preguntar... me gustaría saber. ¿Vale la pena arriesgar su bienestar?

Henry asintió sin protestar.

—Por primera vez en mi vida tengo un motivo —dijo recuperando el aliento—. Y vale malditamente la pena.

—¿Es consciente de que su "motivo" puede que este momento lo odie más que nada?

—Hay que tomar riesgos. Lo sabía; cuando tome esta decisión, su bienestar es primero.

Yo era su motivo. Una electricidad me recorrió; hizo que las piernas me temblaran.

—Vaya, argumentó el suyo. ¿Y si Louis Fasseliny jamás deja de intentar volver?

—Tendré una eternidad de medias noches caóticas.

—¿Está dispuesto a pasar tanto tiempo aquí?

—Sí —Henry tomó aire y siendo consciente arrugó el semblante—. ¿Por qué me haces tantas preguntas hoy?

—Porque no estoy seguro de querer permanecer tanto tiempo aquí.

Henry asintió.

—Eres libre de irte cuando quieras. Aunque... ¿a donde irías? Estás atrapado aquí tanto como yo.

—Yo también tengo un "motivo".

Rene me miró y sonrió en complicidad.

—Un intruso se acerca —dijo el muy maldito de Wallas—. Una intrusa de zapatos altos.

—Mierda —dijo Henry.

Maldito soplón. No me quedó de otra que acomodar mi ropa. Ni siquiera me había vestido bien. Suspiréis

Me acerqué lentamente por el pasillo.

—¿Hay alguien aquí? —pregunté haciéndome la inocente.

Entre a la sala teatralmente.

—Ahí estás. ¿Donde te habías metido?

Henry me miró lleno de sorpresa. Se había sentado derecho y fingía una vitalidad que hacía un minuto era inexistente.

—Te vez fatal —le dije.

—Amelia Fasseliny... —dijo muy severo—. Te di una sola advertencia; te dije que nadie de tu familia, incluyéndote, podría pisar esta casa.

—Henry, Evans... —dije imitando su tono—. Como si no me conocieras. Quiero hablar contigo —le dije—. A solas.

—Retírense por favor —dijo rápidamente.

—¿Estará bien ella, jefe? —preguntó Wallas.

—Claro que lo estará —espetó del mal humor.

—Gracias por preocuparte por mi Wally. Sabía que te agradaba en el fondo.

—¿Quieres comer algo en el pueblo? —le preguntó Rene y ambos se fueron.

—Qué grosero de tu parte que tus amigos te llamen jefe.

—¿Qué deseas? No creo que esto sea una visita de cortesía para tu enemigo.

—Estas en lo correcto, mi listo (pero no demasiado), amigo Henry Evans. Estoy aquí con un único propósito y ese es el de hacerte una oferta.

—No me digas —dijo algo cansado.

—Ajá. Una oferta que si rechazas no dejaré que no te lleves la victoria. Voy a impugnar el testamento; te llevaré a juicio, Henry. Voy a demostrar que no eres el Henry verdadero.

—¿Te importa tanto el dinero?

—Sabes que sí.

—¿Sabes que para un juicio como el que se viene necesitas mucho dinero? No solo para los abogados, si no para otros gastos. Deberías ahorrar lo que tienes hasta ahora, no desperdiciarlo de esa manera.

Me acerqué al tocadiscos de mi tío Phil y puse una canción lenta.

—Está canción es de mis favoritas.

Comencé a bailar; moví mis caderas lentamente, cerré los ojos y me dejé llevar al ritmo de la música. Abrí los ojos para encontrarme con una mirada intensa y oscura. Henry se sostenía muy fuerte de los respaldos del sofá.

—Me parece que no es tiempo de bailar —dije haciéndome la inocente.

—Siempre hay tiempo —murmuró y luego pasó la saliba.

—¿Qué te estaba diciendo?

—Qué quieres quitarme todo. Con un abogado y no sé qué más.

—Cierto. Creo que tengo posibilidades de recuperar todo.

—Tan pronto te cansaste de una vida mundana —se burló—. Pero sí pensé que aquel empleo era todo lo que querías.

—Me gusta mi empleo.

—Además... ¿Cómo vas a financiar todo?

—Lo tengo resuelto. Voy a casarme con Edmund. Por bienes separados, claro.

—Sobre mi cadáver —dijo rápidamente con palabras apretadas.

—¿Me recomiendas que sea por bienes mancomunados entonces?

—Si el dinero es todo lo que te importa, quédate todo esto, no me importa, pero no pierdas tu dignidad solo por ambición.

—Eso no es de tu incumbencia. Henry Evans.

Se puso de pie y me encaró.

—¿En serio estás considerando la propuesta de Ravened?

—Ajá.

—Entonces comenzaré a dudar de tu cordura ahora mismo.

—¿De verdad no te agrada Edmund o estás celoso?

—Alguien como yo no siente celos, no siente nada —dijo de mal humor.

—¿Entonces por qué te muestras tan afectado? Al final sientes como los humanos; no tienes forma de controlarte. ¿Dime porque te afecta tanto si no son celos?

—Le tocaste la mejilla, maldita sea. Y eras tan amable con él.

Robo mi mano y la pozo en su mejilla. Cerró los ojos y se inclinó.
Se me hizo pequeño el corazón. Recordé tantas veces que había sido descortés con él o las veces que lo había llamado imbécil.

—Henry, estás helado. Como si estuvieras muerto. ¿Estás bien?

—Perfectamente —dijo pasando su mirada de mi boca a mis ojos—. Mejor que nunca.

Se soltó bruscamente de mi agarre.

—Será mejor que te vayas. Debes cumplir con nuestro acuerdo de no volvernos a ver. Vete.

—Me iré cuando yo quiera irme.

—¿Qué haces aquí, Amelia?

—Vine a despedirme.

Su semblante cambió notoriamente; su máscara se cayó por un momento. Me acerqué a la chimenea, y la encendí. Me arrodillé frente al fuego; me senté en los tobillos.

—¿Te irás? —preguntó—. ¿A donde?

—Ven, siéntate al fuego —le pedí amablemente—. Estás helado y tienes que tomar calor.

—Contéstame.

—¡QUE TE SIENTES!

Y para mi sorpresa él me obedeció. Se sentó junto a mí; extendió las piernas hacia el fuego.

—¿A donde irás?

—Me iré hasta pelear por lo mío.

—No estás pensando con coherencia.

Extendí mis manos hacia el fuego.

—En realidad tengo un plan de vida —mentí.

—Entonces hazlo. Vete de aquí, vive en libertad.

—¿No quieres oír como presagio mi futuro?

Henry asintió.

—Bueno, si pierdo el juicio por los bienes. Me casare con Edmund Ravened. Tendré que llevar su apellido. Posiblemente me mude a la costa y construya una casa suficientemente grande para dos niños.

—A ti no te gustan los niños.

—Querré niños.

—No entiendo —dijo él de pronto—. ¿Por qué estás diciéndome todo esto? Quieres saber qué tan vulnerable puedo ser cuando estoy junto a ti. Eres más lista de lo que pensaba.

—No miento. Estoy hablando de mis posibilidades...

—Tus posibilidades...
Entonces su mirada cambió, se puso tenso y rápidamente se puso de pie.
—Ponte detrás de mí. Ahora.

No perdí tiempo. Hice lo que me pidió.

—Te dije que no debías venir aquí.

La grieta en la pared volvió a abrirse, la niebla oscura se disipó y de las tinieblas apareció Louis Fasseliny.
—Pero qué tenemos aquí. Los amantes por fin reunidos. Mis felicitaciones...

Se cruzó de brazos.

—Pensé que esta noche me había deshecho de ti. Pero eres como una rata escurridiza —le dijo Henry. Su rostro se había vuelto seguro. No había rastro de cansancio en su cuerpo.

—¿Qué haces en esta farsa? Ambos sabemos cómo terminará esto. Yo seguiré escapando; será cuestión de tiempo para que tú querida Cressida vuelva a morir.

—No si te mato primero.

Louis Fasseliny sonrió cuando me vio.

—¿Por qué te escondes primor? ¿Cómo prefieres que llame, Cressida o Amelia? Pero no importa, de cualquier forma llevas mi sangre.

—Me aburro —admití—. Aunque lleve tu sangre manchada, para mí serás un ser insignificante. Estás muerto, Louis Fasseliny, y pronto tú alma dejará de existir también. Yo no creo que no tengas una debilidad... Yo creo que sí...

—Tienes la lengua de un Fasseliny. Pero yo me encargaré de cortártela.

La vitrina a mi espalda comenzó a temblar; alcancé a ver cómo se venía abajo con todas las antigüedades del abuelo.

Me moví rápidamente. Henry era una niebla cuando se acercó a Louis e intentó someterlo.

—Eres débil aquí. La fuerza que tuviste en el inframundo ya es inexistente.

—No me digas, y yo que quería impresionarte. Demos otro paseo, viejo amigo.

Alcance a ver cómo Louis se resistía. Tomó a Henry del cuello. Debía ayudar de una forma... Obligue a mi cerebro a recordar...

—Yo sé a qué le temes —dije rápidamente.

—Cariño, ahora no —me dijo Henry con la voz apenas audible.

—Hay cierto artefacto que tú robaste. Una espada... que escondieron de ti después. La ladrona de almas.

Louis Fasseliny se acercó a mí en un milisegundo. Acarició mi mejilla con su dedo helado. Su cicatriz estuvo a centímetros de mi cara.

—Mi bella y astuta Cressida... Dime donde la escondieron antes de que sea tu alma la que me acompañe para la eternidad.

—Ni muerta te lo diría.

Fue suficiente para que Henry lo sometiera por el cuello. Aquel portal se abrió de nuevo.
Henry me miró a los ojos y susurró algo que no pude entender antes de que junto a Louis desapareciera en la oscuridad.

Me senté sobre el suelo; el cuerpo me temblaba del miedo. Y esperé, hasta que Henry volviera. El miedo me cubrió cuando pasaron las horas y no había rastro de él.

Espere sobre el suelo cruzada de pies, con la bandeja de agua y otra de comida. Estaría exausto cuando volviera...

Entonces la idea de que él no volvería llegó a mi mente. Me entraron unas ganas inmensas de llorar, si no tenía otra oportunidad de verlo... Y sí, no podía decirle todas las cosas que tenía ganas de decir.

Todos mis miedos se esfumaron cuando el portal volvió a abrirse. Henry atravesó y se esfumó en el suelo; el portal se cerró tras su llegada.

—Por Dios.

Sus ojos se abrieron y me buscaron.

—¿Sigues aquí? Por qué nunca haces lo que te pido.

Me acerqué a él a gatas. Se veía exausto.

—Agua por favor...

Tomé la jarra y se la di rápidamente. Levantó un poco la cabeza y se la tomó rápidamente.

—¿Quieres algo de comer? Aunque tus víveres son un asco, no hay nada en el refrigerador salvo galletas saladas, fresas y manzanas.

Su respiración aún estaba agitada. Se recostó en el suelo y cerró los ojos.

Me recosté junto a él.

—Esto es un caos —le dije y suspiré—. Apenas acabo de enterarme de que existen los fantasmas y ya quiere asesinarme un loco.

—¿Por qué volviste, Amelia? —preguntó apenas con un susurro.

—Estoy aquí por un motivo solamente. Quiero proponerte un trato. Ayúdame a terminar con Louis Fasseliny. No quiero que lastime a más integrantes de mi familia.

—No temes por ti misma.

—Claro que sí.

Él se rió en el piso. Tapo su rostro con ambas manos.

—Déjame comer algo. Necesito recobrar fuerzas para plantearle cara a tu oferta.

Asentí. Se levantó del suelo lentamente, me extendió su mano y la tomé. Me ayudó a incorporarme de un jalón.

—¿A dónde llevas a Louis? —pregunté siguiéndolo a la cocina.

—Al inframundo.

—¿Por qué vuelves así?

—¿Así como?

—Tan agotado. Puedo darme cuenta, aunque te hagas el fuerte.

Henry rodó los ojos. Tomó una sartén y huevos.

—Imagina un lugar sin agua, ni comida. Estar ahí se siente como si no pertenecieras, como si pudieras rechazar tu cuerpo humano.

—¿Eso eres? ¿Un humano?

—Desde hace tiempo sí.

—¿Qué eras antes?

Cocinaba con gran facilidad. De pronto ya estaba cocinando un omelet.

—Un imbécil rebelde, pero la mayoría me consideraba un príncipe del inframundo. Por cierto, avísame cuando tu cabecita ya no pueda procesar información.

—Mi cabeza está perfectamente. ¿Qué hace un príncipe del Inframundo aquí?

—Existiendo. Y cocinando para ti, según comprendo.

Lo observé cocinar atentamente; estaba intentando comprenderlo. Tendría que usar otra técnica con este imbecil obstinado.

—Amelia. Mencionaste una espada...

—Solo un cuento del abuelo.

—No creo que sea un cuento. Esa espada existió. Si sabes dónde está, podrías ser la solución a nuestros problemas.

—¿Por qué estás tan seguro de que existe?

—Porque era mía. Pero alguien la burló.

—Yo no sé donde está. Pero Selene debe saberlo.

Asintió.

Me sirvió la mitad de su omelet en un plato. Luego me paso unos cubiertos.

—No gracias.

—Come —me ordenó—. Pareciera que no lo has hecho en días. ¿Nadie ha cocinado para ti algo decente?

—Yo cocino para mí.

—Ahora entiendo. Come o no, voy a seguir contestando a tus preguntas.

Apenas probé el omelet cuando me llegó un mensaje de la tía Selene a mi celular.

—Mierda. Olvidé avisarle a mis tíos donde estaba. Tengo que irme. ¿Estarás bien solo?

Rodó los ojos.

—No debes preocuparte por el bienestar de un enemigo; va en contra de la naturaleza de supervivencia.

—Cómo digas —le dije—. Adiós.

—No te vayas —dijo de pronto y ocultó rápidamente su tono suplicante—. Hablaré contigo ahora sobre tu trato.

—Bien —dije y me volví a sentar.

—Podría acceder a ayudar a tu desesperada familia con una condición.

—Lo que sea te daré lo que sea.

Apretó su tápiate nazal. Se puso de pie y comenzó a caminar a mi alrededor; acomodó sus manos en su espalda. Un predador mirando a su presa.
—Jamás digas eso —dijo a mi espalda—. Ni a mí ni a nadie. Hay criaturas que no se tentarían el corazón para obtener tu alma si quisieran.

—Como tú.

—Amelia Fasseliny... —susurró cerca de mi cuello. Lo sentí detrás de mí. Como sus manos a cada lado de mí, sobre la mesa, me cubrían. No juegues con mi paciencia.

—¿Qué quieres? —pregunté con miedo a girar mi rostro y encontrarlo.

—Quiero algo que no puedes darme. Tengo un deseo oscuro y un castigo digno para ti. Quiero que seas mía para siempre, que te quedes a mi lado para la eternidad.

Las piernas me flaquearon. Me armé de valor para girarme en el banco; ahí estaba su magnífico rostro; me miró y sus ojos verdes me hicieron trizas. Sus pestañas me hechizaron y sus labios parecían un imán.
¿Cómo no había notado lo atractivo que era antes? O aquella mirada que solo me pertenecía a mí.

—Bien —dije rápidamente y me encogí de hombros.

El parpadeo confundido.

—No estoy bromeando.

—Lo se.

Arrugó las cejas.

—¿Vas a soportar una eternidad conmigo?

—Sí.

—Te dije que estaba aquí para negociar. Estoy aceptando tus condiciones.

—Tú nunca aceptas nada así porque sí. ¿Qué tramas?

—Nada. Quiero quedarme contigo para siempre.

—Estas mintiendo.

—No.

—De verdad estás desesperada por mi ayuda —susurró.

—No puede ser tan malo pasar la eternidad con alguien a quien se ama.

Sus manos cayeron a los costados un segundo después.

—Puede haber casos peores —continué—. Creo que me enamoré de ti aquella vez que me compartiste tu chocolate. O quizás aquella vez que me compraste fresas. No lo sé.

—¿Por qué me torturas de esa forma? No juegues conmigo.

—No estoy jugando. Me enamoré de ti; ahora estás maldito, mi pobre Henry.

—Dijiste que me odiabas.

—Supongo que lo hago a veces. Pero supongo que también perdí este juego contra ti.

—Amelia, yo no soy tu enemigo.

—Entonces, ¿cómo se le puede llamar a alguien que planeó una venganza contra mí?

—¿Por qué eres tan testaruda? Debiste solo irte.

—¿De verdad quieres que me vaya?

—No —dijo rápidamente—. Ya no me quedan fuerzas para alejarme de ti. Debiste irte cuando pudiste.

—No quiero alejarme de ti.

—¿Por qué? —preguntó conflictuado.

—No lo sé. Quería hacer sufrir hasta verte arder en llamas por haberme lastimado tanto, por haber roto mi corazón. Pero no puedo odiarte, y, aunque trate de llenarme de sentimientos malos hacia ti, no pude. Despiertas solo cosas buenas en mí.

Henry se pasó las manos por el pelo. Y no dijo nada.

—No puedes amar a tu enemigo.

—Tú no eres mi enemigo. Solo eres un tonto obstinado.

—Y tú una mujer sin sentido del peligro.

—Es porque sé que te tengo a ti para cuidarme.

—Has perdido el juicio.

—Eres un necio.

—¿Me odias?

—Henry, yo te amo.

Y fue suficiente para que él suspirara de alivio, como si se hubiera contenido de respirar. Me beso desesperadamente, acerqué mi cuerpo al suyo. Sujetó mi cabeza con sus manos y yo su cabello. Pasó sus manos por mi cadera con fuerza.

—¿Amelia?

Interrumpió el beso.

—¿Sí? —pregunté sin dejar de ver sus labios.

—Tú no vas a casarte con nadie que no sea yo.

—Y tú tampoco.

—Bien.

—Bien.

Volvió a besarme más intensamente.

—Porque sí yo soy tuyo. Tú eres mía, así funciona esto.

—Me queda claro. Como también sé que ambos somos conscientes de que nunca hemos sido los buenos del cuento.

Él sonrió.

—Entonces, cariño, prepárate porque quiero llevarte a las estrellas.

—Quizás no estoy segura de lo que es el amor. Pero sí puedo asegurarte que cualquier sentimiento bueno que mi corazón provoque te pertenece solo a ti.

Con un movimiento me cargo en sus brazos. Y sin dejar de besarlo subimos las escaleras sin pisar el primer escalón.

...

Desperté con Henry a mi lado. Dormía plácidamente en mi cama; yo lo observaba intentando memorizar sus rasgos. Casi no se movía al dormir.

Le pique una mejilla con el dedo índice.
Abrió los ojos rápidamente.

—Mierda —dijo mirando a todos lados—. Me quedé dormido. Estaba vigilando y el cansancio me ganó.

—Yo estaba vigilando.

—Aún no estás segura aquí. No sabemos cuando pueda que vuelva.

—Henry, no siempre tienes que cuidar de mí. Quita esa carga de tus hombros.

—No eres una carga.

—Entonces entiende que yo también puedo cuidar de ti. Sé que estás acostumbrado a actuar solo. Pero a partir de ahora ya no estarás solo, Henry, en ninguna decisión o acción; ya no debes cargarlo solo a tus hombros. Me tienes a mí y vamos a resolverlo juntos. Tienes una familia un poco rota y eso, pero si tú quieres puedes ser un Fasseliny.

—¿Te he dicho lo hermosa que te vez? Si tan solo pudieras verte ahora como yo te veo.

—Eres un mentiroso.

—No miento —sus manos llegaron a mis costillas haciéndome cosquillas. Comencé a reírme sin parar. De pronto estaba arriba de mí de nuevo.

—Cariño, No hay ninguna venganza. Nunca la hubo, lo inventé porque estaba desesperado por ahuyentarte de este pueblo. Había encontrado una forma de deshacerme de Louis y tú no estabas segura aquí.

Y ahí estaba la verdad.

—Sabía que no podías ser tan imbecil.

Besé sus mejillas y le sonreí abiertamente.

—Perdóname por la forma en la que te trate. Era una farsa. Te prometo que voy a compensar mi estúpido comportamiento.

—Abriste mis ojos para saber la verdad. ¿Cuando recordaste el pasado?

—Un día cualquiera, cuando te mire a los ojos y me sonreíste. Estaba tan confundido, que lo primero que hice fue irme. Pero me conquistaste desde que enviaste esa carta y me volviste loco en todos los sentidos. Estoy completamente a tu merced. Pero quiero que seas consciente de tus posibilidades: aún puedes escoger a Ravened, un tipo bueno para ti. Amelia, yo jamás voy a poder darte la vida mundana que tú quieres.

Lo miré con una mueca.

—Yo no quiero una vida mundana. Solo estaba provocándote. Por cierto... ten algo de paciencia conmigo... Cuando me interesa algo... bueno, suelo ser algo posesiva. Digamos que ahora te considero solo mío y de nadie más.

Sonrió.

—Amelia Yo he querido que seas mía desde el momento en que abriste aquella puerta para mí. Pero que yo diga que quiero que seas mía no significa que yo quiera que no seas consciente de las demás posibilidades —admitió—.

—Yo apuesto por ti —sonreí.

—Ayer estaba a punto de desaparecer a Ravened del mapa.

Rodé los ojos.

—¿Por qué aparecías en cada lado al que iba? ¿Estabas siguiéndome?

—No. Bueno... quizá. Solo quería verte. Te hechaba de menos; estaba volviéndome loco en esta casa sin ti.

—Tú también tienes posibilidades —le dije—. Aunque me vea como Cressida, aunque todo el mundo diga que reencarno en mí. Yo jamás seré ella.

—No me importa el pasado. Amelia, yo me enamoré de ti. No me importa si eres ella o no. Yo te amo ahora.

—Me queda claro. Ojalá te quede claro que no quiero a nadie más que no seas tú —dije—. Y ojalá dejes de hablar porque tengo que irme al trabajo.

—Mi Amelia, mi mujer despiadada.

Él asintió y volvió a besarme.

—De verdad tengo que ir a trabajar.

—¿Por qué?

—Soy pobre ahora.

—Cariño, yo jamás cancelé tus tarjetas. Has podido disponer de todo el dinero todo este tiempo.

Entonces ocurrió un borrón.

—Voy a asesinarte.

—Es verdad. Nunca dejaste de ser rica. No iba a torturarte de esa forma.

—Bueno, ahora me lo dices.

—Todo lo que tengo te pertenece. Y tengo una forma en mente para comprobártelo.

—Te escuchó.

—Se trata de un documento que solicité hace un tiempo.

—¿Qué documento?

—Acompáñame a buscar a Rene, y yo te llevo al trabajo.

—De acuerdo.

Le di un último beso a Henry y me convertí en fuego. Era esto el amor... este sentimiento de seguridad y felicidad. Quizá y con suerte sí.

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