CAPÍTULO 10

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"AMELIA Y SU LIBRO NUEVO"

—Es lo más estúpido que he escuchado en mi vida —murmuró Henry—. Arriesgar la vida por una superstición. Un loco pudo haberlas encontrado ahí.

Abracé mis rodillas y vi como Sloane derramaba lágrimas; se permitió llorar de miedo y de arrepentimiento; habíamos despertado algo que ni siquiera yo misma comprendía.

—Debemos llamar a la policía —dijo Henry.

—¡No! —contestó ella inmediatamente—. No por favor. Mi familia no puede saber que estuve ahí... y menos con...

Conmigo. Lo entendía.

—¿Entonces quieres que tu amiga se quede en ese lugar?

—Regresemos y la buscaremos —sugerí.

—Insisto. Debemos llamar a la Policía.

—¡No puedo hacer un escándalo por el nombre de mi familia! No puedo... arriesgarme a perderlo todo.

Sentí escalofríos. Aunque no me sorprendió, los Ravened eran así: cuidaban su reputación más que nada en el mundo.

—Yo voy a regresar a buscarla. Lo más seguro es que permanezca en ese lugar.

—Detén el auto —dijo Sloane—. Voy a bajarme aquí, mi casa está a una cuadra. Nadie pasa por aquí a esta hora.

¿En serio le importaba quién pudiera verla con nosotros?

Henry obedeció. Se detuvo. Mire a Sloan con asco.

—Lo siento —dijo presa del pánico y bajo del auto.

Henry no arrancó, solo me miró.

—¿Qué quieres hacer?

—Es un mal momento para confesarte que soy una miedosa y que odio la oscuridad.

—¿Qué vamos a hacer? —corrigió.

—¿Seguro? ¿Quieres ir conmigo?

Él asintió.

—Volvamos a esa maldita casa.

...

Henry condujo hasta donde el auto podía llegar. Tuvimos que caminar a pie el resto del trayecto. Estaba agradecida de que me hubiera acompañado.

El camino estaba lleno de árboles caídos y rocas enormes cubiertas de musgo.

Me ofreció su mano al bajar una roca. La tomé sin poder evitarlo.

Sus manos no estaban frías como las mías, estaban cálidas y me dieron ganas de no soltarlo. Pero enseguida pensaría en lo rara que era y lo asociaría a algo romántico.

Aunque era la primera vez que tocaba la mano de un chico. Edmund nunca me tomó de las manos y me preguntaba por qué.

Solté su mano bruscamente.

—Me preguntó, ¿cómo es que no tienes ningún sentido de peligro?

—Sí intentas hacerme sentir estúpida, ya me siento así. Si esperas que desista, estás muy equivocado.

—¿Qué tenían planeado hacer allá? Es que no logró comprender.

—Explorar. Ya te lo dije. Además... ¿A dónde ibas? ¿Por qué llegaste ahí justo en el momento adecuado? Te lo agradezco, pero me pareció muy extraño.

—Alguien me dijo dónde estabas.

—Nadie lo sabía.

—Al parecer, hay alguien que vigila tus pasos y tú no tienes idea del peligro que corres —dijo con un tono de reprobación—. Y no me mires así. No soy yo.

—¿Quién entonces?

—No eres la única que le gusta frecuentar lugares de mala muerte. Alguien te vio y me avisó por suerte. Es mejor que no lo sepas. Al menos no hasta terminar mi investigación.

—No me gustan los secretos, Henry Evans.

—A mí no me gusta que arriesgues tu vida solo por jugar a ser valiente.

Mis pensamientos se desviaron. ¿Por qué le preocupaba?

—Sería una ventaja para ti si yo muriera. No entiendo cual es tu problema. Pero aún así te agradezco.

Él no dijo nada, no después de un minuto.

—¿Qué vieron ahí? ¿Por qué Chelsea perdió los nervios de esa forma?

—El lugar es horrible. Solo fue una crisis nerviosa.

—Cuidado —dijo.

Me tomó por los hombros y evitó que pisara una rama seca con espinas.

—Ya la había visto —mentí.

—Seguro que sí. Así que dime Indiana Jones. ¿Qué vas a hacer una vez que lleguemos a ese lugar?

—Primero me aseguro de que Chelsea esté bien. Segundo, voy a curiosear a más no poder.

—¿Es de tus pasatiempos favoritos, no es así? —hizo una pausa—. El de "curiosear".

Me encogí de hombros.

—En una casa cuyas habitaciones parecían ser mi mundo entero e inexplorado. No esperes que no indagaré. Además, curiosear no es ningún delito.

—¿Qué haces aparte de eso? ¿Cómo soportar el encierro?

Una pregunta que nadie me había hecho.

—Supongo que es fácil cuando estás con los que te aman —me perdí un momento en mis pensamientos—. Los dos años que estuve fuera, eché de menos a mi familia; me parecieron interminables; contaba cada día y cada noche. Aunque también estaba feliz de conocer nuevas personas.

La temperatura bajó de pronto; el cielo amenazaba con romperse.

—¿Por qué volviste? ¿Por qué no fuiste más lejos?

Su rostro serio y su tono de voz me decían que realmente quería saberlo, pero yo no estaba lista para admitirlo.

—Porque pertenezco aquí.

Él arrugó la frente: intentaba comprender algo que ni yo misma comprendía.

—Si crees en maldiciones, ¿cómo es que no te afectó si viviste dos años fuera?

Me encogí de hombros.

—Soy demasiado cool para este mundo.

Henry sonrió. Yo intenté no hacerlo.

—¿Qué hay de ti? ¿Dónde has vivido además de tu pequeño rancho y de New York?

—Nunca te dije de donde vengo.

Mierda.

—Tranquila. Sé que me investigaron; de ser ustedes yo habría hecho lo mismo.

Lo dijo tan tranquilo que lo mire solo para percatarme de que ni siquiera parecía bromear.

—He visitado muchos países —admitió—. He ido a lugares que nunca imaginé conocer; he conocido personas también, malvadas y de buen corazón.

—¿Conoces Italia? Yo amo Italia; soy muy fanática de la comida.

Henry asintió.

—Vivi por un tiempo en un prado cerca de la Toscana.

—Debió ser genial —admití.

—Los amaneceres, sobre todo, no he visto un color tan naranja como el cielo de aquel lugar. Era un regalo de la vida cada amanecer, y los atardeceres ni se diga; cuando me sentaba en una banca pequeña de madera justo al final de los viñedos, justo en ese momento todo parecía carecer de importancia.

No pude ocultar mi emoción. Me gustaba que la gente hablara con esa emoción. Casi podía transportarme al sentimiento. Algo cambió en ese momento: Henry se convirtió en mi nuevo libro. Y yo solía obsesionarme con los libros, hasta que alguien los leyera para mí.

Ouch, pobre.

—¿Por qué si has estado en tantos lugares pareces estar tan solo?

Lo tomó por sorpresa. No pudo ocultarlo.

—Por elección —se encogió de hombros.

—Es extraño. Estoy segura que debiste de conocer muchas personas. Que debiste de encontrar a alguien que te quisiera, aún que es difícil de creer para mí. Eres horrible, pero seguro que habría alguien que pensaría diferente. ¿No te has enamorado nunca?

Parecía no creer que le preguntara semejante cosa.

—Una vez —dijo solamente.

—Y qué pasa. Porque no estás con esa persona.

—Fue hace muchos años. Fue complicado.

—Pero ¿Porque?. No entiendo.

—Espera. Me gusta esto de que te dirijas a mí como a una persona y no como a una bestia, pero eso no te dará derecho a ser una entrometida.

Sonreí.

—Lo siento. Es que no sé cómo funciona esto del amor; no tengo ni la menor idea de que pueda impulsar un sentimiento como ese. Soy abiertamente intolerante al amor.

Henry se rió.

—Vaya. Bueno, no soy quien para hablarte de eso. No he vuelto a sentir eso por nadie. Además, que es eso de intolerante al amor. ¿Eso existe? ¿Es una clase de género nuevo? Porque lo respeto abiertamente.

—No lo sé. Solo no puedo amar a nadie.

—No sé si es una bendición que seas exenta o un castigo.

—¿Por qué sería un castigo?

—No para ti. Para quien se atreva a enamorarse de ti.

Por un momento pensé en Edmund, aunque nunca creí que me amara realmente.

—Me aburrí. Háblame de otra cosa.

—Como ordene. Mi exenta acompañante.

Estábamos por entrar al sombrío terreno de la casa. La pesadez en el aire se sentía, el frío parecía golpearme los huesos y la neblina daba ese toque terrorífico de las películas del exorcista.

—Muy pintoresco —se burló Henry—. Yo habría elegido algo más rústico. Debe ser genial para los turistas —ironizó.

—Odio este lugar.

—Es horrible sí. Y sin embargo, aquí estoy, siguiendo tus pasos. Eso no habla muy bien de mi sentido común.

—Tómame de la mano.

Henry se quedó estático. Rodee los ojos.

—Chelsea me dijo, que sea lo que sea que controle la energía de esa casa, se aleja si alguien te sostiene; te hace tener los pies sobre la tierra.

—Entiendo —dijo—. No es hora de dudar de mi sentido común.

Me extendió su mano caballerosamente, como lo hubiera hecho un viejo caballero para un baile.

La tomé y entrecerré los ojos. Una seguridad y calidez absoluta me cubrieron inmediatamente.

Amor, secretos y fantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora