CAPÍTULO 4

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                               "Reino rosa"

Mi habitación parecía un reino olvidado, cuyos colores se habían vuelto opacos y el polvo parecía reinar. Al menos estaba intacto, demasiado intacto. A ninguno de la familia se le había ocurrido limpiarlo en estos dos años. Vaya tragedia.

Era verdad que cada uno se encargaba de ciertas labores en esta casa. No teníamos mantenimiento, ni ningún empleado. Ninguna persona era lo suficiente valiente para permanecer en esta casa; la paga no les bastaba, y por eso el mantenimiento de la casa lo hacíamos nosotros mismos.

Sería mi primera noche en este lugar, y me quedé corta al decir que estaba nerviosa. Concentré toda mi atención en desempolvar la cama.

Mi tía Doty permaneció en la entrada de mi habitación sin poner un pie dentro.

—Creí que necesitarías estas mantas limpias.

—Gracias, tía. Pasa por favor.

Ella arrugó las cejas.

—Sabes que no me gusta pisar las habitaciones de otros. Atraes energías ajenas que no siempre son positivas.

—Te aseguró que mis energías son positivas —me burlé—. O eso creo.

—Me niego rotundamente a quebrantar mi principio.

—Las cosas no han cambiado.

Ella negó con la cabeza. Tomé las mantas y ella simplemente asintió y se alejó diciendo buenas noches.

Mientras descansaba un momento de desempacar, revisé por segunda vez la foto en mi teléfono celular. Sería una locura que se me hubiese ocurrido subirla a Instagram, pero aún lo estaba considerando.

Pude ver en la foto de nueva cuenta lo asustada que estaba la mujer de aquel tipo, la cara de él pensando que debía ser una broma, a mi tía Doty intentando ahorcar al pobre abogado, a mi tío Phil casi llorando y al pobre tío Fred que pareció muy decaído ante la idea de conocer a su hermano perdido. Supongo que debía estar ebrio para sonreír.

Otro rostro que resaltó mi atención fue el de la tía Selene que, sin más, parecía haberse vuelto loca. Era la persona más cuerda de todos nosotros, pero supongo que el hecho de que un extraño reciba toda la fortuna de tu padre puede enloquecer a cualquiera.

La pobre pareja joven salió tan asustada que fue imposible que no me soltara a reír. Al solo ver cómo corría la estirada mujer, me pregunté qué efecto tendrían en ella las primeras impresiones, y por eso habían tomado un avión y se habían largado. Suspiré al solo pensar que esta casa ya no era nuestra, y que el pobre abuelo ya no podría poner orden en esta desquiciada familia.

Alguien empujó la puerta de mi habitación por lo que me vi obligada a guardar mi móvil; mi hermano entró detrás de la tía Selene que sujetaba una copa medio llena de vino. Cielos, estaba bebiendo vino, algo digno de la situación.

—¡Oh querida! —me dijo—. Ahí estás. Debes dejar de aparecer como un fantasma.

—Están en mi habitación.

—Cierto.

No pude descifrar el rostro de mi hermano. Parecía calmado, pero conociendo su temperamento sabía que estaba intentando estar cuerdo también.

—Al menos —le dijo la tía Selene continuando su conversación—, tienen la casa de sus padres. Eso está arreglado, nos quedaremos ahí los tres, mis cuentas del banco no están vacías, y la cuenta de sus padres aún está llena, así que no quiero ver rostros preocupados.

Se tomó el resto de su vino de un trago.

—Solo me pregunto, tía —mi hermano era la persona que más me recordaba a mi abuelo, más inteligente de lo que la gente espera que lo sea y calculador hasta el cielo—; me pregunto ¿qué será de las empresas? No creo que tengan ninguna experiencia en ese ámbito, es solo que...

—Es solo que el abuelo nos ha dejado en la calle y conociendo el temperamento y la poca compasión de un Fasseliny, supongo que debemos desalojar la casa lo más pronto posible. Suspiré —mi opinión siempre es escuchada, pero casi nunca puesta en práctica—. ¿Qué pasa si es su hijo?

—No concuerdo contigo, Amelia —mi tía Selene superaba a mi hermano; sin duda era la persona más ambiciosa que hubiese conocido—. Si fuese su hijo y no hubiera vivido tanto tiempo afuera, ya estaría muerto. Tengo que averiguar quién es Henry. Es sin duda un nuevo rico; ahora debe estar saltando y gritando, prometiéndole mil cosas a su frustrada mujer. Pero es solo un pobre niño abandonado, que apuesto lo que sea a que solo quiere ser aceptado en una familia... Alguien que no conoce de amor y que ansía recibirlo, recibirá cualquier cosa que le ofrezca algo parecido a ello.

Ni Víctor, ni yo dijimos nada; recordamos después de todo que nosotros habíamos estado en aquella situación, dos huérfanos sedientos de cariño y compañía, de quienes su poderosa y ambiciosa familia se había hecho cargo.

Como si nos hubiera leído la mente, la tía Selene nos miró a ambos.

—Por favor, chicos, saben que no pueden siquiera compararse con ese extraño, hijo de quien sabe quién. Ustedes son mi sangre y saben que no dudaría en dar mi vida por ustedes. El vino me está haciendo decir estupideces.

—Eso no quita, querida tía, que mi hermana y yo seamos los únicos aquí con dinero en nuestras cuentas, además de una poderosa suma si vendiéramos la casa.
Víctor habló vacilante.

—Pero por supuesto que no podríamos olvidarnos de la tía Selene, nuestra tía favorita, hermano —le recordé siguiéndole el juego.

—Por supuesto que no. —Me respondió.

—¡Brindemos por ello! —respondió la tía, quien se sirvió otra copa—. Ahora, mis inteligentes sobrinos, les daré uno de mis tan experimentados consejos. No digan a nadie de su cuenta de tan elevada suma de dinero. Esta casa se convertirá pronto en un juego a muerte donde el premio será su cabeza.

Quizá tenía razón.

—¡Maldito sea Louis! —gritó un poco ebria y salió de mi habitación acompañada del sonido de sus elevados tacones.

Maldecir al viejo Louis era ya una costumbre en nuestra familia, nuestro más antiguo, pero no respetado ancestro, el encargado de robar lo que ahora nos convertía en la más poderosa familia de las tres familias antiguas de Valle Ilusión.

Los ladrones afortunados. O al menos eso es lo que me habían contado, más bien lo que me había esforzado en saber escondida tras las paredes.

Volví a la realidad; mi hermano me miró del otro lado de la habitación.

—Esto es una pesadilla—me explicó—, pero el abuelo sabía por qué tomó esa decisión; él siempre acertó en ellas.

Amor, secretos y fantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora