"AMELIA Y LOS ACTOS DE BONDAD QUE NO DEJAN NADA BUENO"
Me gustaba mirar más allá de mi ventana, al amanecer, que constantemente me atraía. Era como un escape mirar la belleza que se extendía sobre las puntas de los árboles.
Me gustaba pensar en ese momento. Aunque mi cabeza estaba muy confundida...
No podía confiar en nadie. Ni en familia con sus incontables secretos. Ni siquiera en el recién llegado. Por más interesante que me pareciera, no podía hacerlo el protagonista de mi curiosidad. Aunque no podía evitar poner mis ojos en él, era como una maldición.
Aquella mañana trabajaría en mis diseños; nada iba a impedir que concentrara mi atención en aquella tarea. Un escape a mi mente o mi salvación: así podría definir mi adicción a la moda.
Nada me arrebataría mi concentración, excepto que en el pasillo la puerta del estudio del abuelo estaba abierta. El laberinto de la perilla había sido descifrado.
Impresionada, entre en la habitación llena de artilugios extraños, libros viejos y mucho polvo.
—Lograste abrirla —dije notablemente entusiasmada.
Henry Evans llevaba gafas; levantó los ojos del libro que estaba ojeando; sentado en un viejo sofá tenía los pies cruzados y la corbata floja; su saco descansaba en el perchero.
—Me daba curiosidad saber qué escondían aquí —se encogió de hombros—. Me iré a otro lado. Hoy no estoy de humor para discutir contigo.
—Yo tampoco quiero discutir.
—¿Entonces dime tú qué vamos a hacer tú y yo en una habitación? Lo tuyo es insultarme. — Sonrió.
—Quizás ignorarnos.
—No.
—Entonces tendrás que conversar conmigo.
—No sé si sobreviviré... —bromeó.
—¿Cuánto te tomó abrir la puerta?
—Solo me tomó tres días —dijo con ironía.
—Me tomó una hora cuando fui lo suficiente mayor —le confié. No pude evitar sonar orgullosa.
—¿Entonces que? ¿Soy digno o no soy digno?
—Yo digo que eres muy terco.
Él arrojó el libro al lado.
—Volviste a salir de tu habitación. Eso es bueno, creo. ¿Sueles invernar o algo así?
—A veces me da por dormir mucho.
—Entiendo —se pasó las manos por el pelo—. Tus tíos hablaron conmigo de lo qué pasó la otra noche.
Oh no. Me congele.
—Sé que no me incumbe. Pero...
—Tienes razón; no te incumbe. Así que es mejor que no des tu opinión al respecto.
—Solo iba a decirte que...
—No me importa. Ya sé que debes estar pensando —me moví de un lado al otro—. Ya sé qué te debieron de haber dicho mis tíos; sé que todos ellos creen que estoy loca, que soy mentalmente inestable y sé que posiblemente usen eso en mi contra si es que logro quedarme con la maldita herencia. Y eso me pone furiosa.
—¿Me dejarás hablar o lo seguirás impidiendo?
—Claro, Henry, te dejo hablar —dije con un tono de puro agotamiento.
—En primera, no creo que estés loca por esa razón; creo que perdiste la cabeza una vez que tu cabeza respiró oxígeno.
El muy maldito se rió.
—Poniéndome más serio, lo que quiero que sepas es que te creo.
—Es un truco.
—No. De verdad estoy decidiendo creerte; me resulta fascinante eso de que un fantasma te persigue desde que eras una niña.
—Sí lo dices en voz alta, hasta yo creo que estoy loca.
—Tus tíos dicen que has estado con esas visiones desde niña. Yo no creo que tengas el transtorno que te fue diagnosticado.
—Puedes decirlo. Esquizofrenia, Henry, tengo esquizofrenia.
—Quizá sí, quizás no. No estás para saberlo, pero en uno de mis casos llegué a conocer a una mujer que decía escuchar voces del más allá.
—¿Una médium? —pregunté sin dudar.
—Supongo que a estas alturas no eres escéptica.
Negué con la cabeza.
—Bueno... Ella no podía verlos, pero decía tener un informante; les llamaba susurros. No llegue a contradecirla. Dijo tener cierto don para comunicarse con seres del más allá.
—Estas bromeando. ¿No estás hablando de una médium de la feria verdad?
Se encogió de hombros.
—En realidad estaba un poco escéptico al principio, pero ahora viendo tu caso creo que puedo creerle, y no, no es una médium de feria.
La sorpresa me inundó.
—Vaya. — Sentí la boca un poco seca.
—¿Tú le crees en serio?
—Ella lo afirmaba —dijo—. Nunca había indagado mucho en el tema. No suelo involucrarme mucho en los asuntos de otros.
—Qué extraño, tengo la impresión de que siempre estás en mis asuntos. Eres muy entrometido.
—Intentó ayudar a que salgas de tu confusión, solamente.
—Está bien. ¿Puedo hablar con ella? ¿Dónde la encuentro?
—Estoy seguro que estará encantada de hablar contigo; su consultorio está en París, Francia —sonrió.
Como una llama que fue encendida y luego bruscamente soplada, meneé la cabeza.
—No puedo ir tan lejos. Imposible.
—¿Necesitas la autorización de alguien? Creo que ya eres bastante mayorista. ¿Cuantos años tienes exactamente?
—Veintiún años. Y no, no necesito la autorización de nadie. Es solo que nadie puede pasar más de tres días fuera de la casa.
—¿Por qué no podrías? ¿Por la maldición que el pueblo entero afirma que ustedes tienen? Eres más inteligente que eso.
Henry rodó los ojos.
—Quizá sí estemos malditos.
—Sigues hablando de esa supuesta maldición, y no puedo entender como pasaste dos años fuera de este lugar.
—Suerte, supongo. He sido la única en mi familia en pasar tanto tiempo fuera del pueblo; usualmente les ocurre algo malo que atenta contra su vida.
—Podrías tentar a la suerte una vez más.
Entonces entendí...
—Bien jugado. No voy a abandonar esta casa en los próximos 6 meses, Henry Evans.
Sonrió, el muy maldito.
—Ni en los próximos 50 años a mi parecer. Pero tenía que intentarlo.
Se incorporó dispuesto a irse. Pero antes lo detuve tomando su brazo.
—¿Por qué no dudas de lo que digo? ¿Por qué no piensas que estoy loca como todos en este lugar?
Él no rompió el contacto. —Resulta que soy muy observador. Y mientras todos discutían sobre tu estado mental, yo estuve indagando por ahí. Encontré una ventana secreta en el pasillo principal y no solo eso, estaba abierta; además, había pisadas de barro. No hay que ser muy listo para saber que eso es un indicativo de que alguien entró a escondidas en esta casa.
—Alguien entró a la maldita casa —repetí llena de asombro.
Henry asintió. —Alguien intenta jugar con tu mente. Siempre he dicho que hay que tener miedo de los vivos, no de los muertos.
—Increíble.
—Solo hazme un favor, no le digas nada a nadie de lo que acabo de contarte.
—¿Por qué?
—La cosa es que a la mañana siguiente, la ventana estaba cerrada y las huellas de lodo habían sido limpiadas.
Me quede helada. — Prometo no decir nada. Gracias, Henry Evans.
Él asintió. Solté su brazo por fin.
—Puedes decir solo mi nombre. No hace falta el apellido.
—Así te has registrado en mi mente —le dije.
Asintió.
—Te has quedado solo aquí. Tus amigos se fueron. ¿Fue por mi culpa? ¿Yo los ahuyente?
Se rió y negó con la cabeza.
—Simplemente tienen que volver a sus vidas. Aseguraron volver pronto, aunque se veían aliviados de salir de aquí.
Me reí.
—¿No fue por mi culpa?
—Sin ofender, pero hace falta más que una frágil y pálida chica para ahuyentar a esos dos. ¿En serio tienes tan mal concepto de ti misma? Allá afuera hay peores personas que en esta casa; despiadados y sin remordimiento... Y tú solo eres una delicada florecilla silvestre.
—No soy tan frágil como crees, me gusta ser despiadada, a veces.
Henry sonrió.
—Bueno, querida, tengo que irme. Al parecer esta casa me ha dado mayores ocupaciones de las que pensaba.
—¿Cómo cuales?
—Una mudanza. Hoy llegará un camión con mis cosas desde New York.
Me reí con ganas.
—No creo que necesites un camión con tus cosas. Vas a irte pronto.
—No estés tan segura, Florecilla.
—¿Por qué me llamas así? —pregunté curiosa.
—Lo siento, así te has registrado en mi mente.
—Eres raro.
—¿Y me lo dices tú?
Sonreí.
—¿Y si los fantasmas te ahuyentan? —pregunté después de un segundo.
Él arrugó las cejas y lentamente se acercó a mí; me quedé inmóvil, ante su figura alta y ejercitada. Pude oler su perfume, un olor sutil y elegante, un olor limpio, como si acabara de salir de la ducha. Su boca estuvo a centímetros de mi oído.
—Estoy seguro de que puedo ahuyentar a las sombras —dijo demasiado cerca. Y luego se alejó como si nada.
Tarde un par de segundos en volver a respirar.
...
Me gustaba pasar tiempo con mi tío Fred. Nos gustaba armar rompecabezas juntos. Extrañaba pasar tiempo con mi tío, y hoy por primera vez volvimos a armar uno. Me entusiasmé cuando llegó del trabajo y levantó la caja para que la mirara. Salte del sofá de la sala.
Habíamos acaparado la mesa de la cocina. No dejamos cenar a nadie. Se trataba de un rompecabezas del coliseo romano.
—Si lo armamos en dos días te compro un helado.
—Hecho —dije. Nos lo tomábamos muy en serio.
Un mensaje de texto me llegó pasada de la media noche. Era Chelsea. Mi tío alcanzó a ver el nombre del contacto en las notificaciones. El celular estaba frente a él sobre la mesa.
—¿Desde cuando te escribes con Chelsea Montealba?
—Desde hace un tiempo. Me agrada. Fue buena conmigo desde el jardín de niños.
—Ah —dijo intentando parecer desinteresado—. Solo no le digas a Selene, quizá se le tuerza la boca.
Nos reímos juntos.
"Te espero en la entrada, es urgente"
Bueno, podía ser un truco... o quizá sí me necesitaba. No era tan fuerte. Mi curiosidad siempre ganaba la batalla con la sensatez.
Me puse unos converse con la pillama. Las únicas zapatillas que me parecían pasables; odiaba las zapatillas y todo lo relacionado con la ropa muy informal.
Arriba las luces aún estaban encendidas; abajo en la sala alcancé a ver cómo Doty y Evelyn discutían.
No les presté atención.
Llegue a la entrada de la propiedad.
Dos figuras se escondían detrás del tronco de un pino enorme. Chelsea suspiró cuando me vio y salió de su escondite.
—Pensé que no vendrías —dijo.
—No me gusta que interrumpan mi tiempo de calidad con mi fantástico tío. ¿Qué quieres?
—Te dije que necesitaba ayuda con una amiga.
Sloane Ravened salió de la oscuridad, se movía inquieta, se abrazaba a sí misma. Vaya sorpresa.
—Mis antepasados deben estar retorciéndose en su tumba —dije de lo más divertida.
—Te dije que era una mala idea —murmuró Sloane. Chelsea se limitó a negar.
—¿Qué quieren exactamente?
—Que esta maldita pesadilla termine —dijo Sloane. Apunté la linterna de mi teléfono a su cara; tenía los ojos rojos como si hubiera estado llorando.
Rodee los ojos.
—Queremos que nos ayudes. Hace un par de meses, entramos a la vieja casona, solo por curiosidad. Y creo que despertamos algo...
—Robé un libro y ahora una mujer loca de vestido blanco me persigue.
Chelsea asintió muy consternada. Casi pude sentir ternura por ambas.
—Imposible —dije de inmediato—. ¿Quieren que les crea que Sloane Ravened está siendo acosada por la mujer de blanco? La leyenda que azota este pueblo. La que es un cuento solamente.
—Sé que suena estúpido —dijo Sloane—. Pero estoy desesperada. No hay día que no me visite en mis sueños.
La sorpresa me inundó. La esperanza de que quizá yo no imaginara todo me llena de alegría. De pronto me sentí con ímpetu de recuperar el respeto de mi familia, de que lograran creerme.
—¿Vas a ayudarnos? —preguntó Chelsea.
—Por favor, estoy desesperada —murmuró Sloane.
Y casi no pude reconocer a la chica perfecta, que siempre sonreía, que siempre tenía las cosas bajo control. La que en el instituto brillaba, siendo una niña prodigio que quería sobresalir en todo. La misma que descubrió lo que tenía su hermano Edmund conmigo y aún así no dijo nada.
—Sí —dije y ella suspiró llena de alivio—. ¿Tienen el libro?
—Aquí mismo —dijo Chelsea entusiasta. Sacó de su abrigo un pequeño libro de pasta de cuero café oscuro. Tenía la letra M bordada. Tenía la M de Margaret Montealba. La piel se me erizó.
—Vayamos ahora mismo a devolverlo.
—¿Ahora mismo? —preguntó Chelsea.
—Mis tíos me vigilan mucho últimamente; jamás permitirían que yo fuera a esa casa. Es ahora o nunca.
—Mis padres también están sobre mí —admitió Sloane.
—Entonces vayamos ahora.
La desesperación puede llevarte a tomar decisiones equivocadas. Te provoca un sentimiento de inconsciencia, porque tomaríamos cualquier oportunidad para aliviar el problema, para evitar que siga asfixiándonos, sin importar las consecuencias que pueda provocarte.
Y porque quizá sólo éramos tres cabezas de chorlito.
...
Justo a unos cuatro kilómetros de mi casa, en medio de árboles y maleza se encontraba una réplica casi exacta de mi casa. Podía decirse que era idéntica excepto por las remodelaciones que habían hecho recientemente en mi casa, y porque esta parecía muerta, sin vida y llevaba el nombre de la antigua mansión Montealba.
Juntas caminamos hasta aquella casa abandonada que se caía a pedazos, la casa color gris, la casa que fácilmente podía ser utilizada como escenario para películas de terror.
La madera estaba podrida, las plantas parecían tragársela y los cristales, los que aún estaban intactos, estaban casi oscuros por la suciedad. En los mil setecientos habría sido una casa para príncipes. Pero ahora era solo madera podrida y rocas mohosas.
—Me castigaron tres meses cuando me descubrieron que frecuentaba ese lugar. Esas cosas ocultas ahí deben quedarse en ese sitio... digamos que la abuela dice que son peligrosas.
La abuela Montealba ciertamente tenía cara de bruja, pero no creía que lo fuera realmente.
—Gracias, Chels, no voy a olvidar esto —le dijo Sloane—. Ni tampoco que hayas accedido a venir, Amelia. Sé que en el instituto no hablamos mucho... pero compartíamos la clase de literatura; tus poemas eran buenos.
—Mi hermano los escribía por mí.
Sloane formó una mueca. Me reí.
—Descuida, nunca me importó lo académico, más allá de mis dibujos. Tengo planeado estudiar diseño de modas.
—Esa carrera es muy costosa... —dijo Chelsea; luego pareció recordar. —Se rio—. Olvidé que habló con dos chicas de familias asquerosamente ricas.
—Recuerdo que tenías las mejores notas —la animé.
—Siempre tuve que quemarme las pestañas para obtener becas.
—Yo tenía las mejores notas —me recordó Sloane.
—Las hubieras tenido si hubieras dejado de andar con Tony.
Me reí. Tony Turner era un imbecil, que había sido líder del equipo de fútbol, pero aún usaba calculadora para las sumas. Que yo también lo hacía, pero solo algunas veces.
—Gracias por estar aquí, chicas, en serio.
—Solo espero que te sea de ayuda. Y que no sirva para nada estar aquí. Podría haber vagabundos asesinos.
—Acabas de desbloquearme un nuevo miedo, Amelia. —murmuró Chelsea.
—Esperen un momento —dije—. Somos sólo tres chicas temerosas en medio de la noche. ¿En serio vamos a entrar a esa casa horrenda para correr miles de riesgos?
—Sí lo dices así bueno...
—No estamos en una maldita película de terror. No me asustan los vagabundos asesinos —aseguró Sloane.
—Seguro que una de nosotras no saldrá con vida de ahí. Pero bueno.
Mientras nos acercábamos, se podía sentir la tensión, como si las fuerzas de esta casa se cargaran sobre mis hombros. Y no me quitaba esa sensación de que alguien nos observaba.
—Me da escalofríos este lugar —le confesó Chelsea—. Tiene un aura oscura que me asusta.
Al parecer yo no era la única. Entramos por un hueco que se formaba en la desgastada puerta de la entrada principal. Caminamos por el polvoriento suelo que rechinaba a cada paso.
Sloane se detuvo en seco. —Esos rechinidos, los sonidos de aquella mujer... —cerró los ojos un momento.
—¿Estás bien?
—Sí. Debolvamos el maldito libro.
La luz de la luna iluminaba poco este lugar. Usamos las linternas del celular. Chelsea se detuvo bruscamente en el umbral del pasillo de aquel frío lugar.
—Te va a sonar extraño —me dijo—. Pero necesito que nos tomemos de la mano. Y por nada del mundo, Sloane, Amelia, vayan a soltarme.
Sloane asintió rápidamente. Al principio creí que Chelsea tenía miedo... Luego me aclaró mis dudas. Ambas chicas me tomaron de las manos y emprendimos el paso entre aquellas habitaciones solitarias.
—No pienses que tengo miedo... es solo que a veces creo perderme, no entre estas paredes que son conocidas por mí, si no en algo más oscuro... como si algo me llamara.
Se me erizaron los vellos. Pero continúe valiente, aunque no pudiera quitarme la sensación de ser observada.
No era buen momento para decirles sobre mi fobia a los fantasmas. Mejor que creyeran en mi valentía. Aunque caminaba rápido para no ser la última.
Aquel lugar alejado de la vida no parecía inspirarle miedo a Chelsea; a mí me inspiraba terror, a Sloane solo una irremediable desesperación.
Llegamos a una puerta carmesí que Chelsea golpeó un poco para poder abrirla. Iluminamos el lugar con las linternas; era una especie de biblioteca con sábanas amarillentas, cubriéndose los muebles viejos. Parecía un centro de utilería para una película de terror; pensé que este lugar sería perfecto para la escena de los asesinatos.
—Por aquí —nos indicó Chelsea; las tres nos dirigimos a una pintura que descansaba colgada de la pared. La pintura sucia y borrosa mostraba a un hombre joven de bigote grande y cabello pelirrojo igual al de Chelsea. Quitaron la pintura de la pared juntas.
Y para mi sorpresa detrás había un escondite, una especie de agujero donde cabría a la perfección una persona agachada, un cuarto secreto.
Mi corazón se paralizó cuando me di cuenta que Chels quería entrar.
—El libro estaba detrás.
—Aquí hay muchos libros.
—Pero no es el lugar que necesitamos.
Sloane asintió y sin soltar mi mano, ni yo la de su amiga, cruzamos aquel pasadizo agachados. Se paralizó al ver lo que había detrás, un cuartito de unos metros solamente, con una pared llena de símbolos extraños. Y unos cuantos libros en una repisa de roca.
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Amor, secretos y fantasmas
ParanormalElla está huyendo de sus fantasmas, sabe que es la heredera de la incalculable fortuna de su familia. En un pueblo pequeño donde se le juzga de estar maldita, ella y toda su familia viven aislados en su mansión llena de secretos, cargando con las co...