XXII. You can be all I got, what's the difference?

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XXII. You can be all I got, what's the difference?




El sabor de las lágrimas de Anakin tenían el mismo gusto a las olas del océano: salado, y su llanto, profundamente errático, le recordaba al sonido de aquellas olas impactando contra el roquerío al borde de la playa. Obi-Wan había dejado que Anakin llorara en sus brazos toda la noche, permitió que restregara su rostro húmedo contra la herida en su cuello y que emparara sus labios con sus lágrimas. Obi-Wan las saboreó como si pudiera absorber con ellas su dolor.

Y en aquel abrazo, luego de tanto tiempo separados, Anakin descargó en Obi-Wan todo lo que había almacenado dentro de sí, frente a la pérdida de su madre y ante el miedo que tenía a la muerte, temblando como alguna vez lo hizo cuando pequeño. El Omega lo acunó como si el Alfa de casi veinte años fuese el niño de nueve traído directamente desde Tatooine, y no el hombre que lo había dañado y utilizado durante el último tiempo. Era una nueva oportunidad, pensó Obi-Wan mientras cerraba sus ojos y acariciaba el cabello rizado del Alfa, era la nueva y última oportunidad que le entregaría a Anakin, la última ocasión en que podrían remediar su rota relación. Y también sería la última vez en que dejaría que su instinto nublara su juicio y doblegara su voluntad; la última oportunidad en que dejaría que Anakin se saliera con la suya y él aceptara verlo a través del profundo apego que sentía por él.

Aquella noche, se prometió a sí mismo Obi-Wan, sería la última vez en que priorizaría el dolor de Anakin.

Porque ser un Jedi no significaba ser ajeno al dolor, ni mucho menos ser un Omega marcado ser un hombre complaciente.

Ambos perdieron la noción del tiempo en aquel íntimo instante, mientras la luz de la noche caía sobre sus cuerpos y tornaba sus figuras de tonos azulados. Anakin lloró hasta que sus pulmones se quedaron sin aire, hasta que su pecho inflado ardió ante la inmensidad de su dolor, lloró tanto que su voz se tornó rasposa y desnivelada, tanto como para que la carne de Obi-Wan, aprisionada entre sus dedos, se tornara rojiza, incluso debajo de tantas capas de ropa.

Lloraba sin clemencia, recordando a su madre muerta y su cara cenicienta. Aquel recuerdo asoló su mente, pero en algún momento, lo reemplazó por el rostro de Obi-Wan. Como si Shmi Skywalker en realidad fuese en esos momentos Obi­-Wan Kenobi. La figura materna que había perdido estaba condensada en una sola persona. Solo para que Anakin pudiese aferrarse a su madre y no al Omega que había reclamado para él.

Aquella noche parecía ser para que sufriera su pérdida, viviera el dolor y no lo rechazara. Porque el dejarlo fluir hacia la Fuerza que los envolvía a ambos, no era suficiente. Obi-Wan se vio tentado en un instante a hacerlo también, sintió como sus ojos escocían con la invitación de drenar su dolor al igual que el Alfa; acercando nuevamente sus corazones y haciéndolos sonar al mismo ritmo errático que producía la pena, las heridas sangrantes y el abandono.

Grab your wrist | AnaobiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora