6. Un toro muy bravo

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Se hace tarde, y tanto Blake como yo estamos extenuados. Razón por la cual, decidimos dejarlo por hoy y volver a casa. Al poco tiempo de salir de la mansión, la noche entra en escena. Mientras Blake y yo caminamos por las calles de Chinatown, buscamos algún local para llevar algo de comida para la cena. De repente, alzo la vista al cielo. Hay algo extraño que llama fuertemente mi atención. No sé exactamente lo que es, pero, a lo lejos, en el cielo nocturno, se puede apreciar sobre los edificios, lo que parece una gran bola fuego. Sus llamas son de un llamativo y brillante color azul eléctrico. Al principio parece que está quieta, pero de pronto, se comienza a mover, como si tuviera voluntad propia.

—¿Qué es eso? —le pregunto a Blake, con la vista puesta en el cielo.

Él también mira.

—¡Es un espíritu! —dice Blake al ver la esfera de llamas que circula sobre los rascacielos—. Uno bien grande, además. Y, por lo que parece, va en dirección a Wall Street. Debemos darnos prisa. Ahora solo nosotros podemos verle, pero, si se materializa, podría llamar demasiado la atención.

—Tengo mucha hambre. ¿No se puede encargar otro agente?

—Puede que tú seas el agente más cercano. ¡Vamos! —me grita, y sale disparado como una bala a toda velocidad.

—¡Espera! ¡Wall Street está a media hora de camino! —le grito a Blake sin respuesta—. Ni caso... —Corro tras él. Como no he logrado convencerle de que haga la vista gorda, lo acompaño a regañadientes para atrapar a ese espíritu. Suerte que me traje el ventilador de mano y la bolsa de canicas. Tras casi media hora persiguiendo a esa maldita bola ígnea que vuela por el cielo, parece que empieza a descender muy poco a poco.

—¡Mira, está descendiendo! —exclama Blake, casi sin aliento.

—No me había dado cuenta —le digo irónicamente y jadeante de tanto correr.

Ambos nos detenemos un momento para recuperarnos. Estamos a unos pasos de Bowling Green: un pequeño parque público del bajo Manhattan. Hay mucha gente paseando por las calles, y bastantes coches transitando por la carretera.

—¿Y ahora qué hacemos? Hay gente en la calle, no podemos tener un enfrentamiento aquí —digo.

—Tú céntrate en atraparlo lo más rápido posible —me dice él.

Qué buen consejo...

La esfera de llamas continúa descendiendo, lo hace muy lentamente, como si buscara algo. Está a punto de tocar tierra, llega a la altura de la emblemática escultura de bronce del Toro de Wall Street. Se detiene justo delante de ella, y, poco a poco, parece que las llamas empiezan a adquirir forma. De hecho, toman la misma forma y tamaño de la estatua. Es completamente negro. Y tiene unos terroríficos ojos rojos brillantes. La gente que hay en los alrededores se percata de la presencia del espíritu. Ahora sí pueden verlo. Todo el mundo se queda perplejo, observándolo. Algunos sacan rápidamente los móviles, supongo que para grabarlo o sacar fotos. Aunque la mayoría de gente permanece petrificada. Y no es de extrañar, porque su sola presencia impone terror.

—Pero, ¿por qué no pueden adoptar la forma de un conejito? —digo intimidado.

—¡Déjate de decir chorradas y atrápalo! —grita Blake.

El toro enseguida centra su atención en nosotros. ¿Será que sabe que somos Agentes de la Luz?

—No me gusta nada cómo nos está mirando —le digo a Blake.

De buenas a primeras, el toro viene disparado hacia nosotros para embestirnos.

—¡Corre, chucho! —Salgo corriendo a toda velocidad en dirección contraria.

Adrien Fleming y la Puerta al Abismo (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora