El Delator

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Roma:

Puse mi libro sobre la mesada del laboratorio de Biología y me senté soltando un pequeño suspiro, no podía evitarlo, hoy hacía mucho calor.

Mateo, que al parecer, sería mi nuevo compañero de laboratorio, abrió su libro con un poco más de fuerza de la que yo hubiera creído necesaria en cuando la profesora anunció el tema de hoy:

Sexualidad.

No era una charla que me apeteciera escuchar cuando ni siquiera había dado mi primer beso.

Me giré un poco en mi asiento para dirigirle una mirada a Betty que demostrara toda la incomodidad, sufrimiento y aburrimiento que estaba experimentando mientras la profesora tomaba un pepino y nos enseñaba a como poner un condón con todas esas frases como:

Ya saben, sin gorrito no hay fiesta y todas esas cosas.

Aunque no lo aparentaba mucho, yo era una chica de física y matemáticas, me gustaban los números, no la biología, ni tampoco disfrutaba totalmente la literatura.

Betty se cubrió la boca para sofocar su risa, entonces para tratar de aminorar nuestra separación hizo una de mis caras favoritas y puso sus ojos bizcos.

Se me escapó una ligera risita y fue en ese instante en el que mi compañero decidió darse cuenta de que yo existía.

—Nunca puedes tomarte nada en serio, ¿no?—detecté un ligero tono de molestia.

Me giré un poquito hacia él y sonreí.

Con una rápida mirada a la profesora, que ahora estaba sacando un bebé de un muñeco de prueba para simular un parto, creí saber a lo que se refería.

Y es que Mateo González no me tenía en muy alta estima, y, seguramente pensaba que estaba riéndome de la simulación y no de los ojos de Betty, pero no iba a ser yo quien lo sacara de su error.

—Nunca puedes tomarte nada a la ligera, ¿no?—pregunté.

—Pensé que con los años madurarías, pero al parecer sigues siendo una niñata—soltó y como yo no reaccioné a su comentario, simplemente se giró y hundió la cabeza en su libro.

Miré a la profesora, que distraída, comenzaba a sacar toallitas femeninas de su bolsa. Eso me dio la oportunidad para acercarme un poco más a él, para que me escuchara.

—¿Piensas mucho en mí?—susurré.

Él volteó los ojos y levantó un la poco cabeza para mirarme a los ojos. Su azul era muy frío para mi gusto.

—Tanto como tú piensas en mí—respondió con voz bajita.

—Eso significa que, por lo menos, son unas...—hice como que contaba con mis dedos—, veinte horas al día, dejemos las cuatro restantes para momentos de sueño profundo. Eso es mucho para alguien que dice odiarme.

—Yo nunca te dije que te odio—susurró Mateo y le echó una mirada a la profesora antes de acercarse un poco más a mí.

Casi solté una carcajada, pero logré contenerme a tiempo. Este chico no podía ser tan falso.

—¿Lo he pensado constantemente? Sí—siguió y sentí su respiración cálida muy cerca de mí—, pero nunca lo he gritado a los cuatro vientos.

Cualquier persona un poco cuerda hubiera retrocedido, pero mis cables estaban muy cruzados y había que admitirlo, a mí no me gustaba para nada perder.

Así que, me acerqué todavía más y él no se alejó.

Estúpido testarudo.

—En cambio, yo sí que te lo he dicho, incluso podría gritarlo—dije, bajito, solo para que él lo escuchara—. Estoy segura de que te lo he dicho más de cien veces, pero aquí va la ciento uno: Te odio, Mateo González.

IT'S JUST A KISSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora