La Magia de la Amistad

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Roma:

Solo había dado un beso antes, pero podía decir, con toda seguridad, que este era el mejor beso de mi vida, lo era y lo sería, no creía que fuera posible sentir todo esto con alguien que no fuera él.

Cuando Mateo colocó su mano en mi nuca para profundizar, mis piernas temblaron y tuve que sujetarme de su camiseta porque era eso o acabar en el suelo de mi habitación. Estaba nerviosa, vaya que lo estaba, y no sabía si lo estaba haciendo bien o no, pero no quería que dejara de besarme, sentía que podría hacerlo durante horas si no fuera porque necesitaba respirar.

Solo por eso me detuve, solo un segundo, pero él volvió a acercarse y se abrió paso en mi boca sin miramientos, no hubo espacio para la timidez, parecía que lo había estado esperando durante mucho tiempo.

—¿Roma?—preguntó sobre mi boca.

Yo estaba completamente perdida, deseaba mucho más...

—¿Roma?—volvió a hablar y se detuvo, pero no se separó, apoyó su frente en la mía y siguió con sus manos en la base de mi cuello, sus caricias estaban distrayéndome mucho.

—¿Sí?—respondí, me había quedado sin aliento.

Y me dio un beso corto.

—¿Estás bien?—susurró y me dio otro besito.

Dios, ya no puedo.

—Sí—respondí, tratando de centrarme y fue cuando me di cuenta de que él tenía la respiración acelerada—. ¿Por qué?

—Porque yo quiero hacer algo—susurró y pensé que me paralizaría, todo esto era muy nuevo para mí, pero me sorprendí queriendo que siguiera—. Entenderé si es muy pronto...

Lo corté cuando me puse de puntillas y volví a besarlo, no podía controlarme.

Mateo bajó una mano a mi cintura haciendo que nuestros torsos chocaran. Atrapó mi labio inferior con los suyos y susurró:

—¿Puedo?

Y no supe a que se refería, pero yo quería lo que fuera con él, así que asentí.

Entonces lo entendí y no pude evitarlo, temblé y fue maravilloso sentirlo temblar a él.

Su lengua se introdujo en mi boca y cuando acarició la mía, me detuve.

Era mucho, sentía mucho.

—Yo...—susurré y él me dio un beso en la frente—. No sé que hacer.

—No hay un manual, Ro, solo tenemos que seguir—susurró Mateo y me dio otro beso corto—, pero no te preocupes, ya tendremos tiempo.

Eso hizo que levantara una ceja.

Estúpido engreído.

—¿Quién te dice que quiero volver a besarte?

O sea, sí que quería, por supuesto que quería, pero eso él no lo sabía.

—Lo siento—susurró con una sonrisita—, tú lo dijiste, ¿lo recuerdas?

—¿Qué cosa?

—Que serías mi única novia.

—¿Es eso acaso una proposición?—pregunté e hice mi mayor esfuerzo para no sonreír, pero no pude evitarlo.

—Roma, te pienso todo el tiempo—susurró y me miró a los ojos. Mateo se había puesto serio.



Mateo:

Cuando sus ojos se iluminaron, mi corazón golpeó mi pecho.

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