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A la mañana siguiente, cerca del mediodía, Adelinde se plantó delante de mí y me cerró el libro. La miré con una expresión confundida y entonces habló:

-Sal a tomar el aire. -Me quitó la novela de las manos-. Hace un sol estupendo y estás más blanca que la nieve. ¡No sales de casa!

-Estoy bien aquí dentro -repuse, estirando la mano para recuperar mi libro, pero ella lo apartó de nuevo.

-Siéntate en la orilla del río o algo -propuso-. Y entretente con esto. -Me ofreció una botella de vino-. Es el famoso vino del Viñedo del Amanecer, te va a gustar.

-Está bien -respondí, poniendo los ojos en blanco, como haría una adolescente a la que mandan a hacer algo que no quiere-. Quizá tengas razón.

-Es por tu bien, querida -sonrió.

* * *

Di otro sorbo a la botella de vino y volví a dejarla sobre la arena. Me relamí los labios con el sabor del vino en ellos y seguí escudriñando el río como si fuera lo más divertido que alguien podía hacer.

A pesar de que al principio no quería salir, con la tontería ya llevaba ahí cerca de una hora.

Un pez saltó por encima del agua y aquello fue lo más interesante que había sucedido en todo el rato. Volví a beber vino y luego encajé de nuevo la botella en la arena. Gracias a mi parsimoniosa forma de beber, todavía me quedaba algo menos de la mitad del contenido.

A mi espalda, los trabajadores del Viñedo del Amanecer seguían quitando las hojas negras y calcinadas que tan solo unos días atrás eran todavía viñas destinadas a la producción de vino.

Y hablando de vinos. Por Los Siete, qué bueno estaba el vino que estaba bebiendo. Entraba como si fuera agua y era dulce como la miel, con un regusto amargo de lo más agradable. Acerqué la botella a mis labios una vez más.

-Aquí estás. -Al girarme, Diluc caminaba hacia mí. Le dediqué una sonrisa que me devolvió con esfuerzo. El pobre todavía tenía el ánimo un poco por los suelos-. Adelinde me dijo que te encontraría por aquí.

-Me ha dicho que me vendría bien despejarme un poco, salir de la casa.

Se sentó a mi lado, con las piernas dobladas. Se echó hacia delante y se las abrazó con ambos brazos. Sus ojos observaban la superficie del agua, pero tenía la mirada perdida.

-Toma. -Le ofrecí la botella para que bebiera un poco. Pensé que le podría venir bien para despejarse un poco. Todo el asunto de la taberna y las viñas se le estaba complicando mucho, y me daba pena porque no se lo merecía-. Dale un buen trago, siempre ayuda.

-Gracias, pero no bebo -respondió, rechazando la botella-. Te lo dejo a ti, que parece que te gusta.

Parpadeé sorprendida ante sus palabras.

-¿No bebes?

-No. No me gusta el sabor del alcohol.

-¿Y eres el dueño del Viñedo del Amanecer, reconocido por su excelente vino?

-De lo que queda de él, al menos -murmuró.

Di un resoplido.

-No me lo esperaba. ¿Qué tomas entonces?

-Normalmente jugo de uva. -Cambió de postura y se sentó con las piernas cruzadas.

-Jugo de uva... Casi vino, vamos -reí.

-No lleva alcohol -apuntó, sonriendo levemente.

-Al bardo que vimos en Levantaviento sí que parecía gustarle el alcohol. -Recordé aquel día, y parecía que había sido hacía mucho, mucho tiempo.

-Los ingresos de El Obsequio del Ángel se basan casi por completo en él y en Kaeya. -Diluc puso los ojos en blanco-. ¿Cómo pueden beber tanto?

-Ah, Kaeya -murmuré, recordando cuando jugábamos los tres juntos a ser caballeros.

-Ah, Kaeya -repitió Diluc, pero con un tono completamente distinto al mío, como asqueado-. La de veces que he tenido que sacarlo de la taberna porque no era capaz ni de sostenerse en pie por sí mismo...

Me reí de tan solo imaginar la escena y volví a darle un sorbo a mi botella.

-Hablando de tabernas -dije-, mañana podría ir a ayudarte.

-¿Ayudarme a qué?

-A repararla. Cuantas más manos haya trabajando, antes podrás reabrirla. Ahora mismo no estás teniendo apenas ingresos -apunté.

-¿Estás segura de que quieres venir a Mondstadt?

Sabía que lo decía porque estaba Quentin. Realmente, a mí me daba miedo verlo, coincidir con él, estar cerca de él; pero quería ayudar a Diluc por todo lo que él me estaba ayudando. Aunque él dijera que no le debía nada, yo sentía que se lo debía todo.

-Sí -respondí-. Quiero ayudar, y así también salgo de casa como Adelinde quiere.

-Pero...

-Estaré bien, tranquilo. -Di otro sorbo-. Sé que no me pasará nada. Y de verdad que quiero colaborar en algo. La monotonía empieza a hacerse presente.

* * *

El sol ya se había puesto y la luna ya dominaba el cielo, acompañada como siempre de las estrellas. La temperatura había bajado considerablemente en comparación con la que hacía durante el día y dentro de la casa encendimos la chimenea.

Diluc y yo estábamos sentados en el sofá. Él estaba leyendo algo y yo simplemente estaba acurrucada junto a él. Hacía rato que Adelinde se había marchado, pero yo seguía tapada con la manta que ella me había dado porque dijo que me había visto tiritar un par de veces.

-¿Es poesía? -inquirí, escudriñando el libro de Diluc, tratando de averiguar qué leía.

Sus dedos se enredaban con desdén en mi pelo, con cierto mimo y cariño, a la vez que sus ojos paseaban sobre las palabras de su libro.

-Así es.

-Qué guay -dije, pero apenas se me entendió por el enorme bostezo que se me acababa de escapar.

-Deberías irte a dormir -propuso-. Debes de estar cansada.

-Pero me quiero quedar contigo un rato más.

-Mañana tenemos que madrugar para ir a la taberna -apuntó, sin apartar la vista del libro.

-Sí, bueno... -Solté un bufido-. Está bien.

Me destapé y dejé la manta a un lado. Le di un beso de buenas noches en la mejilla, consiguiendo hacer que me mirara con un atisbo de sonrisa.

-Duerme bien -dijo.

-No te acuestes muy tarde -respondí-. Por favor.

Pasó con parsimonia la página de su libro.

-No lo haré, tranquila.

Entonces me dirigí escaleras arriba hasta mi habitación y me metí en la cama. La calidez de las sábanas me acogió en menos de lo que habría esperado y sentí el cuerpo cada vez menos pesado hasta que me quedé dormida.

Héroe Carmesí [Diluc y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora