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La luz de la mañana entraba poco a poco por la ventana, iluminando toda la habitación. Todos mis esfuerzos por no acercarme a Diluc mientras estaba despierta fueron en vano, porque durmiendo no era consciente de mis movimientos, y al abrir los ojos por la mañana me descubrí abrazada a su brazo.

El primer pensamiento que tuve fue el de apartarme, volver a mi lado de la cama y esconder las mejillas rojas. Sin embargo, esa idea la dejé atrás poco a poco, mientras se me presentaba el deseo de querer seguir así, que me gustaba mucho más que soltarlo.

Me lo quedé mirando embobada como si fuera la primera vez que lo veía. Fruncía los labios en sueños y su pecho subía y bajaba con parsimonia debajo de las sábanas.

Me sobresalté al oír unos golpes en la puerta, probablemente Adelinde viniendo a despertar a Diluc. El pelirrojo gruñó molesto al ver su sueño interrumpido y me aparté de inmediato cuando abrió los ojos.

La puerta se abrió entonces y Adelinde se nos quedó mirando. Los colores se le subieron a la cara casi tanto como a mí y se apresuró a disculparse. Volvió sobre sus pasos y cerró la puerta, casi dando un portazo por los nervios.

-¿Has dormido bien? -me preguntó Diluc, ignorando que Adelinde nos había visto durmiendo juntos una vez más y que podría malinterpretarlo de nuevo.

-Muy bien, sí -respondí nerviosa.

Diluc se incorporó en el colchón y se desperezó. Tenía el pelo rojo alborotado como nunca y bostezó, mirando el frente con la ausencia propia de alguien que se acababa de levantar.

-Bajemos a desayunar -dijo. Luego se frotó la cara con una mano, con gesto cansado a pesar de que recién se despertaba-. Tengo tantas cosas que hacer hoy...

* * *

Después del desayuno, Diluc se marchó hacia Mondstadt para atender esos asuntos de los que tenía que encargarse. La casa se quedó en apacible silencio y yo subí a mi habitación a leer un poco, para hacer que la mañana se me pasara más rápido.

Ya me sentía como en casa en el Viñedo. Me movía por la casa con confianza y a menudo conversaba con las criadas y otros trabajadores, que siempre me respondían con amabilidad. Todavía de vez en cuando Quentin se me pasaba por la cabeza, pero allí me sentía segura.

* * *

Pasaron más días. Diría que ya llevaba más de dos semanas en la casa, casi tres. Acababa de darme una ducha de agua caliente que me relajó hasta el último músculo del cuerpo y, envuelta en el albornoz blanco, estaba sentada frente al tocador de mi habitación mientras me cepillaba el pelo húmedo.

Las marcas en mi cara habían desaparecido casi por completo y apenas quedaba rastro de otros golpes en mis brazos o piernas. Sin embargo, imaginé que todavía debía de percibirse algo de las heridas de la espalda, ya fueran costras o cicatrices.

Fruncí el ceño al pelearme con un enredo que no quería desaparecer y finalmente me recogí el pelo con algunos pasadores.

Al dejar el cepillo sobre el tocador, el breve sonido que emitió al tocar la madera me recordó fugazmente al inicio de una melodía que solía tararear mi tía. De pronto su recuerdo se me hizo presente y recordé cuando las dos bailábamos juntas al ritmo que marcaba su canturreo. Sonreí al pensar en ello y me levanté del taburete para revivir mis recuerdos y danzar por la habitación. Tarareé la melodía y fingí estar agarrada a mi tía. Y volví a sonreír.

Cuánto la extrañaba. Cuánto la quería. Y qué tristeza me daba saber que no se lo podía decir una vez más. Qué pena me daba no poder verla nunca más.

Aquella melodía y aquel baile eran lo único que me quedaba de ella.

Terminé la canción y sentí un vacío al bajar los brazos. Se suponía que mis manos debían haber estado agarradas a las de mi tía, pero en su lugar lo único que tocaron fue aire. Vacío. Nada.

Quizá debí entristecerme, sentirme mal o llorar allí mismo, pero nada de eso ocurrió. Y no supe bien por qué, pero me sentía incluso más animada después de haber bailado la canción de mi tía. Tal vez, su recuerdo también me hacía feliz.

-Bailas muy bien. -Al darme la vuelta sobresaltada, vi a Diluc apoyado en el marco de la puerta.

-Hace mucho que no bailo -respondí. Cuando estaba con Quentin, apenas bailaba. Estas últimas semanas con Diluc me habían devuelto esa ilusión que había perdido.

-Aun así lo haces mejor que yo.

-Algo tenía que dársete mal -reí-. No puedes ser perfecto en todo.

-No soy perfecto -repuso, frunciendo el ceño, sonriente-. Tengo mucho defectos.

-Pues estaré ciega, porque no te veo ninguno. -Me encogí de hombros, sonriente también. A estas alturas, ya había recuperado la confianza que solía tener con él antes de que me mudara a Liyue, por lo que le soltaba algún que otro comentario de ese tipo.

-Lo mismo puedo decir de ti. -Se despegó del marco de la puerta, la cerró y se acercó a mí. El pelo rojo recogido en esa coleta alta hacía que se viera diferente, tal vez más atractivo, con los rasgos más finos, como si hubieran sido tallados por las manos de un maestro escultor-. A ver, ¿cómo era el baile que estabas haciendo?

Me cogió las manos y las levantó para ponerlas en la posición que se suponía que debían adoptar para un baile en pareja. Permaneció en silencio, esperando a que yo hablara.

-Es bastante fácil -dije, agachando la vista a nuestros pies-. Derecha... es decir, tu izquierda... luego paso... hacia atrás en tu caso...

Era difícil explicarle cuáles eran sus movimientos desde mi perspectiva. Solté un bufido, liberé mis manos para echarme el pelo hacia atrás y luego volví a tomar las suyas.

-Solo sígueme, ¿vale?

-Te sigo -respondió.

Héroe Carmesí [Diluc y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora