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Después de comer, Diluc y yo recogimos la mesa. Se sentó después junto a una pila de papeles y agarró una pluma con la que comenzó a escribir y firmar cosas.

-¿Estás muy ocupado? -pregunté, acercándome con cierta timidez.

-¿Por? -repuso sin levantar la vista. Dejó la pluma en el tintero y entonces sí me miró-. ¿Quieres hacer algo?

-La verdad es que me gustaría ir a Levantaviento... -murmuré-. Contigo...

-Levantaviento queda lejos de aquí, ¿lo sabes?

-Sí, pero con el paseo me podría despejar -insistí.

Suspiró y se puso de pie. Me alegré de que finalmente accediera a mi propuesta. Volver a Levantaviento probablemente evocaría de nuevo todos esos recuerdos que habíamos compartido, esos que me daban ternura y hacían que me olvidara de mis problemas.

-Vamos a Levantaviento entonces -dijo, sin especial ilusión.

Eso era una de las cosas que había nuevas en él. Yo lo recordaba como un muchacho vivaz y ahora era imposible saber lo que sentía. Sin embargo, para mí, sus ojos carmesís hablaban solos y reflejaban a la perfección sus sentimientos: estaba igual de emocionado que yo por volver a Levantaviento a pesar de su tono de voz.

Justo cuando salimos de la mansión, un hombre se acercó corriendo a nosotros. Parecía exhausto, como si viniera de muy lejos. A juzgar por su aspecto, se trataba de un caballero de los Caballeros de Favonius.

-Señor Diluc -jadeó, doblado sobre sí mismo para recuperar el aliento-. Señor Diluc...

Apenas podía hablar, así que simplemente le entregó el anillo que traía en la mano. El pelirrojo se quedó mirando al caballero sin hacer nada.

-¿Qué es esto? -pronunció al fin, casi asqueado. Yo reconocí que era mi anillo de matrimonio.

-Un hombre en Mondstadt ha asegurado que este anillo es suyo, señor Diluc -explicó el guardia, ya recuperado-. Me ha pedido que se lo devuelva.

Me distraje por un momento de la conversación y mis ojos escudriñaron unos árboles que había algo más allá. Percibí un movimiento entre los troncos y me sobresalté. Se me heló entonces la sangre al descubrir que se trataba de Quentin.

¿Cómo había llegado hasta allí? Tal vez él era el hombre al que se había referido el guardia, seguramente; y quizá lo había seguido para saber dónde encontrar a Diluc. Conociendo su mente perversa, aquello era lo más probable. Querría que Diluc pagara por defenderme. Quentin me miró a los ojos antes de desaparecer entre los árboles en dirección a Mondstadt, haciendo que el corazón me temblara en el pecho.

El miedo me invadió y casi sin darme cuenta me agarré al brazo de Diluc para sentirme más segura. El pelirrojo se percató de mis nervios y abrevió la conversación con el caballero.

-Ha debido de ser un malentendido. Este anillo no es mío.

-Pero... -repuso el guardia.

-¿Va a seguir insistiendo? -se impacientó Diluc con el ceño fruncido.

-De acuerdo -suspiró entonces el caballero-. Lamento haberlo molestado.

Hasta que el caballero no se alejó lo suficiente, Diluc no se giró hacia mí, preocupado por la reacción que había tenido yo tan repentinamente.

-¿Qué pasa, _____?

-Volvamos al Viñedo, por favor -pedí.

-¿No quieres que vayamos ya a Levantaviento?

-Iremos otro día -repuse-. He visto a... -Tragué saliva-. He visto a Quentin, entre los árboles. Me ha visto. Sabe que estoy aquí. Estoy segura de que va a hacer algo...

Me rodeó los hombros con el brazo y me tranquilizó un poco. Comenzó a andar de vuelta a la casa, incitándome a hacerlo con él. Acababa de ver a Quentin, sabía dónde me escondía, pero, aun así, estar con Diluc me calmaba dentro de lo posible.

-Mientras yo esté aquí no te va a pasar nada -aseguró con voz reconfortante-. No dejaré que te pase nada.

-No quiero ser una carga...

-Deja de decir que eres una carga -dijo. Su tono no aceptaba réplicas-. Algo me dice que ese miserable -era obvio que se refería a Quentin- te ha metido esa idea en la cabeza...

No me había parado a pensar en eso antes, pero quizá Diluc tenía razón. En numerosas ocasiones Quentin me había dicho que yo «era una carga». Tal vez me lo había acabado creyendo.

-Pero te estoy dando problemas -insistí-. No tienes necesidad de...

-Escúchame, _____ -me interrumpió-. No tolero las injusticias y no puedo soportar verte en esa situación. No me estás dando problemas, olvídate de eso.

-Está bien -murmuré en voz baja.

Me estrechó una vez más antes de soltarme. Algo me decía que Diluc, después de varios años, seguía sintiendo algo por mí. O quizá era solo afecto sin otras connotaciones. La segunda opción me parecía más probable. Al fin y al cabo, éramos amigos desde muy pequeños e irremediablemente sentíamos ese cariño el uno por el otro.

Estuvimos de vuelta en el Viñedo en poco tiempo. Diluc propuso hacer otra cosa, pero yo simplemente había perdido las ganas de nada. Me miró apenado y subí las escaleras a mi habitación, donde me quedé leyendo. Simplemente no estaba con ánimos para hacer nada después de haber visto a ese monstruo entre los árboles.

* * *

La noche cayó por fin. El cielo oscuro cubría el campo y la luna en gibosa menguante observaba el mundo. Ya habíamos cenado hacía largo rato y yo estaba acurrucada en mi cama. El colchón era cómodo, pero no podía dormir.

Cada vez que cerraba los ojos veía a Quentin. Ya fuera gritándome, golpeándome o simplemente mirándome. Tenía miedo y me era imposible conciliar el sueño. ¿Qué hora sería ya? ¿La una? ¿Las dos? El silencio rodeaba el Viñedo del Amanecer, interrumpido únicamente por el tic-tac del reloj.

Cuando ya no pude aguantar más, me incorporé en el colchón. Tenía el cuerpo sudado, las sábanas se me pegaban al cuerpo de manera desagradable y tenía la respiración agitada, como si hubiera despertado de una pesadilla. Lo peor era que no era una pesadilla, sino experiencias que había tenido, que daban aun más miedo.

Entonces, desesperada, salí de la cama y con torpeza me dirigí al pasillo. La madera crujía por mi peso y en el silencio de la noche aquello se oía como el rugido de un león.

Me detuve delante de la puerta de la habitación de Diluc, que estaba entreabierta. Tal vez no era la mejor de las ideas, pero necesitaba estar con él, me tranquilizaba estar con él. Esperé que no le molestara que lo despertara a esas horas.

Entré procurando no hacer ruido. Diluc dormía plácidamente en un extremo de la cama, el más cercano a la puerta. En el silencio de la noche, hasta se escuchaba su respiración tranquila.

Rodeé la cama y me tumbé en el extremo opuesto. Inexplicablemente, me sentía mejor, más relajada. Su mera presencia me calmaba. Me hice un ovillo con prácticamente medio cuerpo fuera del colchón y cerré los ojos para intentar dormirme.

-¿Ah? -oí murmurar a Diluc, despertándose de repente-. ¿_____?

No respondí. Escuché entonces que se movía y sentí que se acercaba a mí. Cogió las sábanas y me tapó con cuidado.

-Vas a coger frío -dijo. De nuevo me quedé callada-. ¿Te da miedo dormir sola? -Suspiró, volviendo a su extremo, dejando el hueco vacío entre nosotros-. Supongo que debe de ser duro... Todo por lo que has pasado...

Se calló para ver si yo decía algo, pero no obtuvo respuesta una vez más.

-Pero puedes estar tranquila. Haré todo lo posible por que estés bien, _____. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.

-Gracias -murmuré finalmente con un hilo de voz.

-No tienes que darlas. Ahora durmamos; son las dos de la madrugada. Buenas noches.

El silencio regresó y poco a poco el sueño acudió a mí. Sentir la presencia de Diluc cerca me tranquilizó mucho más de lo que esperaba y, aunque al principio Quentin seguía presentándose en mi mente, finalmente la respiración acompasada del pelirrojo actuó como una nana para mí.

Héroe Carmesí [Diluc y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora