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Quentin y yo pasamos el día abriendo cajas y colocando muebles. Después de una larga jornada, ya era hora de descansar un poco. Solté un suspiro que me vació por completo los pulmones.

-Me apetece probar el vino de Mondstadt -dijo Quentin, pasándose el antebrazo por la frente-. He oído que es muy bueno, pero, ja, eso lo decido yo.

-Hay un par de tabernas que...

-Sí, lo sé -me interrumpió-. Me he informado antes de venir. Cola de Gato y El Obsequio del Ángel.

El nombre de la segunda taberna me evocó recuerdos. Mi memoria no era la mejor, pero sabía que el Viñedo del Amanecer era el dueño de ella, y que a su vez la familia de Diluc era propietaria del Viñedo. Quizá, solo tal vez, tenía posibilidades de encontrármelo allí.

-Iremos a El Obsequio del Ángel. En la otra he oído que tienen gatos; soy alérgico a esos bichos -añadió-. Venga, cámbiate de ropa -ordenó-.

Me dirigí al dormitorio para ello. Se suponía que Quentin era mi marido y que no debía importarme desvestirme delante de él, pero no me apetecía soportar comentarios del tipo «Qué cuerpo más feo tienes», «Deberías hacer más ejercicio» o simplemente sus miradas despectivas.

Y por supuesto opté también por ropa sencilla y discreta. Tampoco tenía ganas de oír frases como «¿Adónde vas vestida así?» o «Pareces una ramera con eso puesto». Había llegado un momento en el que, sin darme cuenta de ello, yo misma había adoptado una actitud sumisa por miedo.

Finalmente salimos de casa. El cielo se teñía de los colores propios del atardecer y nos dirigimos a la taberna sin perder el tiempo, por mucho que yo hubiera querido recorrer de nuevo las calles de Mondstadt.

Cuando llegamos, Quentin ni siquiera se molestó en sujetarme la puerta para que yo pasara, pero por suerte mis reflejos evitaron que me estampara contra la madera.

Y fue entonces cuando lo vi.

Habían pasado varios años, pero su pelo rojo y sus ojos carmesís eran inconfundibles. Desde detrás de la barra, nos observó a Quentin y a mí hasta que nos sentamos en los taburetes frente a él, al otro lado de la barra.

-Buenas noches -saludó mi marido.

Pero Diluc ni siquiera pareció oírlo. Me observaba con detenimiento, como si estuviera asegurándose bien antes de decir:

-¿_____?

-Hola, Diluc -respondí con un atisbo de sonrisa, lo justo para que Quentin pensara que solo era cortesía y no que me emocionaba haberme reencontrado con él-. Cuánto tiempo, ¿no?

-Pues sí, bastante -convino-. ¿Y cómo que estás aquí? No me lo esperaba...

-Nos hemos mudado.

-Por fines comerciales -intervino Quentin, que parecía que fuese a explotar si no se sumaba a la conversación.

Diluc lo miró con poco disimulo, como haciéndole una especie de chequeo. Sus ojos se detuvieron en su anillo y rápidamente se pasaron a mis manos, en busca de uno igual que no tardaron en encontrar.

-¿Qué os pongo para beber? -preguntó tras un silencio.

-Para mí, el mejor vino que tengas -respondió Quentin-, y para ella, solo agua, por favor.

Diluc, sin rechistar, nos sirvió las bebidas. Aproveché y miré a mi alrededor. La taberna era muy acogedora y tenía un ambiente muy agradable. Había algunos clientes más aparte de nosotros dos y un murmullo, combinación de todas las conversaciones, se oía de forma general.

Quentin dio un sorbo a su vino y enseguida hizo una mueca de desagrado. Miró a Diluc, como si él tuviera la culpa del sabor de la bebida.

-¿Y este es el espectacular vino de Mondstadt? -escupió mi marido-. Menuda basura. Prefiero el de Liyue.

-Supongo que un paladar acostumbrado a ese agua sucia que llaman vino en Liyue no sabe apreciar el sabor del excelente vino de Mondstadt -repuso Diluc sin inmutarse, de brazos cruzados.

Sentí entonces la tensión en el aire. Conociendo bien a los dos, empezarían a lanzarse puyas el uno al otro hasta que alguno cesara, y teniendo en cuenta también el orgullo de ambos, eso no iba a ser pronto.

-En fin -suspiró Diluc-, no merece la pena hacerle cambiar de opinión, si tan sólida es. ¿Prefiere tomar otra cosa?

-Me beberé el vino, no te preocupes -respondió Quentin, soberbio. Seguramente el comentario anterior del tabernero puso su orgullo entre la espada y la pared.

Yo, por mi parte, di un sorbo a mi insípido vaso de agua, como si así pudiera escapar de la tensión que me estrujaba entre los dos hombres.

-¿Mañana tenéis algo que hacer? -inquirió Diluc de la nada.

-¿Por qué te interesa? -repuso Quentin.

-_____ y yo éramos amigos antes de que tuviera que mudarse a Liyue -explicó-. He pensado que estaría bien que nos pusiéramos al día después de tantos años y, además, podría conocerlo a usted también.

-Estamos ocupados, de mudanza y tal... -replicó Quentin-. Y tampoco creo que a _____ le...

-Deje que responda ella. Tiene una boca para hablar, ¿no? -lo interrumpió Diluc, cruzando los brazos sobre el pecho otra vez.

Decir que al pronunciar mis siguientes palabras se me iba a salir el corazón del pecho no era ninguna exageración:

-¿Dónde y a qué hora?

Héroe Carmesí [Diluc y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora