Me desperté abriendo los ojos lentamente. Estaba tumbada en una camilla y me sentía extrañamente relajada. Mi respiración estaba tranquila y mi pulso también y por más que debiera, no conseguía alterarme.
Miré hacia la izquierda y vi a una chica. Tenía recuerdos vagos de ella. Había oído que su nombre era Bárbara y al parecer me había salvado la vida. En su momento no pude verla bien, pero ahora que lo hacía, me pareció tan linda como una muñeca. Estaba de espaldas a mí, tarareando una melodía.
Abrí la boca para hablar y noté la lengua seca. Entonces Bárbara se giró sobre sus talones y me miró con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Oh, qué bien! -exclamó-. Por fin has despertado.
Se acercó a mí y me puso una mano en la frente para comprobar mi temperatura.
-Parece que no tienes fiebre ni nada -sonrió-. ¿Qué tal te encuentras?
Estaba claro cuáles iban ser mis primeras palabras para ella:
-Muchas gracias por salvarme la vida, Bárbara. -Levanté una mano para agarrar la suya, pero ella decidió hacerlo antes que yo para evitar que me moviera mucho-. Te estoy muy agradecida.
-No tienes que dármelas. Salvar vidas es un deber, no un favor. -Agachó la cabeza, repentinamente apenada-. Pero no he podido evitar que te quede cicatriz. Incluso mis poderes han tenido límite esta vez.
Me levanté la camiseta para ver la marca. Si se miraba con mucha imaginación, se parecía a una estrella.
-Al menos sigo viva, que es lo importante -sonreí.
-Sí. Suerte que te trajeron a tiempo. Si hubieran tardado tan solo unos segundos más se me podría haber complicado muchísimo.
Se acercó a la mesa donde había un cuenco azul. Lo cogió y regresó junto a mí.
-Tendrás hambre -dijo-. Has estado dos días durmiendo.
Ahora que lo mencionaba, sí que tenía hambre. Me entregó el cuenco, que resultó ser una ensalada de El Buen Cazador que devoré lentamente.
Alguien llamó a la puerta y Bárbara pareció recordar algo. Acudió enseguida a abrir e intercambió unas palabras con el visitante, con un tono alegre y animado.
-Ya ha despertado -dijo la chica con una sonrisa-. Puedes pasar.
Dejó entrar a un Diluc con cara de haber dormido poco o casi nada mientras ella salía de la habitación, diciendo que iba a por una bebida.
-¿Cómo te encuentras? -preguntó, caminando hacia mí.
-Bien, dentro de lo que cabe. Bárbara dice que todo ha salido bien -respondí-. ¿Y tú? Parece que no has dormido mucho.
Se sentó en el borde de la cama.
-Estaba preocupado -admitió-. Suerte que Bárbara es la mejor en lo suyo.
Me levanté la camiseta lo justo para que se pudiera ver la cicatriz.
-Mira -dije-. Ha quedado mucho mejor de lo que esperaba. -Y no podía haber más sinceridad en mis palabras, porque llegué a pensar que la muerte me abría las puertas y me invitaba a pasar.
-Otra cicatriz que no mereces que sumar a la lista -murmuró.
-Bueno, los guerreros tienen cicatrices -apunté-. Vivido lo vivido, creo que soy una guerrera.
-Sí que lo eres. No hace falta que blandas una espada ni que luches por lo que quieres proteger. -Suspiró-. Pero aun así no están justificadas.
-Ya, bueno... ¿Y qué ha pasado con... él? -pregunté.
Diluc miró de pronto el suelo, como si fuera lo más interesante donde podía posar los ojos. Su mandíbula se tensó apretando los dientes y lo agarré del brazo.
-Los Caballeros de Favonius lo capturaron -dijo al fin-. Fuimos a denunciarlo después de dejarte e inmediatamente dar con él se convirtió en prioridad. Los Caballeros advirtieron que existía riesgo de fuga, y encontrarlo se convirtió en prioridad.
-Debí haberlo denunciado cuando me lo dijiste...
-Tenías miedo -repuso-. El miedo a denunciar era una reacción completamente normal en tu situación. No te culpes por lo que ha pasado, por favor.
-¿Y qué van a hacer los Caballeros con él ahora?
-Lo han deportado -dijo-, de vuelta a Liyue. La Geoarmada ya ha sido avisada y se encargarán de él. Tiene la entrada a Mondstadt prohibida de por vida.
Eso significaba que no tenía que verlo nunca más, que se pudriría en la cárcel o donde fuera y que yo por fin podía dejar de tener miedo. Sentí un alivio enorme al recibir la noticia. Decidí aferrarme a la esperanza de que todo iría bien a partir de ahora.
-Además -siguió Diluc-, por orden de los Caballeros, la que iba a ser vuestra casa es ahora solamente tuya, ya que él no puede pisar Mondstadt. Seguías figurando como su esposa en el registro legal y por eso te la han dado. Y también ha tenido que pagar una multa de sesenta mil Moras por atentar contra tu vida y por los daños materiales que me ha causado a mí.
-Entonces ya se acabó la pesadilla, ¿no?
-Sí, por fin.
«Por fin»... Sin duda no había otras palabras que cuadraran mejor que esas dos. Todo había acabado... por fin.
-Puedes quedarte lo que me corresponda del dinero -dije.
-Pero...
-No hay peros -lo interrumpí, antes de que rechistara-. Te has visto metido en todo este lío sin tener nada que ver. Necesitas replantar el viñedo y arreglar la taberna. Es lo menos que puedo hacer para agradecerte todo lo que has hecho.
-No creo que sea justo -repuso.
-No es cuestión de justicia, es mi voluntad. Quiero que te quedes el dinero.
No puso más objeciones y agachó la mirada. Parecía que tenía algo rondándole la cabeza y que no estaba seguro de si soltarlo o no. Me miró de reojo y levanté las cejas, como diciéndole «¿y bien?».
-Cuentan que... -comenzó-. Ese tal Héroe Oscuro habló con Quentin.
-Oh, ¿el del nombre estúpido?
-Sí. El del nombre estúpido.
-¿Y? -inquirí-. ¿Pasó algo?
-Los rumores cambian según quién los cuenta, pero al parecer no ocurrió nada impactante. Solo intercambiaron miradas y Quentin se estremeció. -Suspiró-. Pero no descarto que el Héroe Oscuro lo habría matado allí mismo si no tuviera unos valores. Es lo único que merece Quentin.
-Así que el Héroe Oscuro estaba al tanto de la situación, ¿eh?
-Supongo. En teoría protege Mondstadt de los peligros, y ese hombre era uno.
No sabía si era que Diluc pensaba que yo no me había dado cuenta todavía o que simplemente no quería admitirlo, pero yo estaba convencida de que ese Héroe Oscuro era él mismo. Cuando esquivó mis preguntas acerca de su ropa y la máscara que llevaba el día que me dio un susto entrando por la ventana; cuando había noches en las que no había rastro de él en la casa... Y ahora la forma en la que hablaba del defensor nocturno de Mondstadt. Para mí, que lo conocía tan bien, era bastante evidente.
-No te pega llamarte Héroe Oscuro -reí.
Me miró sorprendido y luego apartó la mirada, con un atisbo de sonrisa y un ligero tinte de vergüenza rosa en las mejillas, seguido de un bufido.
-Es un nombre estúpido, sí.
-Héroe Carmesí te queda mejor. -Sonreí-. Te pega más.
Fuera carmesí u oscuro, donde no había discusión era en que era un héroe. Solo los Arcontes sabían lo que habría sido de mí si él no hubiera insistido en intervenir, en ayudarme.
Lo miré y nuestras miradas se cruzaron. Conseguí hacer que sonriera y que se animara incluso a posar sus finos labios sobre mi frente para depositar allí un beso.
-Te quiero -murmuró, antes de pasarme el pelo por detrás de la oreja con sus dedos. Y a mí, con eso, me bastó.
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Héroe Carmesí [Diluc y Tú]
Fiksi Penggemar«En Mondstadt había conocido a un chico. Se llamaba Diluc, y recordaba a la perfección su pelo rojo, ojos carmesís y su sonrisa. Éramos adolescentes, valientes e impulsivos y, sin haberlo planeado, nos enamoramos. Aunque éramos simplemente unos crío...