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Quentin se desasió de Diluc y le dio un empujón que apenas le hizo inmutarse. Mi marido era un tipo agresivo y violento, aunque no siempre había sido así. Cuando lo conocí, no era así, al menos. Sabía que si tenía que enzarzarse con Diluc en un enfrentamiento lo haría, cosa que temí.

-¡Diluc! -exclamé, aterrada, espantada con la idea de que él pudiera salir herido por culpa de Quentin.

-¡Tú, cállate! -ordenó Quentin, dándome una bofetada con el dorso de la mano.

El pelirrojo no necesitó nada más para agarrar a Quentin y empujarlo al suelo. Tenía un sentido de la justicia admirable y, conociéndolo, no pasaría por alto el comportamiento despreciable de mi marido.

-Esto no tiene nada que ver contigo -bramó Quentin desde el suelo.

Cuando se puso de pie, era evidente que estaba dispuesto a plantarle cara a Diluc, pero cuando el sol se reflejó en la Visión Pyro que colgaba de la cintura del pelirrojo, Quentin vaciló. Entonces, como el cobarde que era, huyó, no sin antes hacerme una amenaza de muerte que me estremeció. No era la primera vez que me decía esas palabras por desgracia, pero en ese momento, las pronunció como si realmente las sintiera.

Desde siempre, Quentin había deseado poseer una Visión, pero los dioses nunca le entregaron una. Supuse que ellos sí fueron capaces de ver su verdadera personalidad, no como yo, que necesité demasiado tiempo para darme cuenta de lo mala persona que era. Al ver la Visión de Diluc, Quentin se marchó, consciente del poder que debía de tener el pelirrojo si los dioses se habían fijado en él.

Diluc se acercó a mí, preocupado. No me atreví a mirarlo porque me daba vergüenza, me angustiaba tener que dar explicaciones y me daba miedo que pudiera reprocharme algo.

-¿Estás bien? -dijo, levantándome la barbilla con más cuidado del que yo pude haber pedido y comprobando con expresión desolada mi mejilla golpeada. -¿Cuánto tiempo llevas aguantándolo, _____?

Quise responder, pero no pude. Las palabras se me agolpaban en la garganta y no lograba pronunciar ninguna. A su vez, las lágrimas me ardían en los ojos. Daba pena, estaba segura, y no quería que Diluc me viera así.

No me pude contener más y la humana necesidad de llorar se hizo dueña de mí. Abracé a Diluc sin pensarlo dos veces y hundí la cara en su pecho, sollozando como una niña pequeña. Tardó unos segundos en reaccionar y, finalmente, me mostró su apoyo sencillamente devolviéndome el abrazo.

-Demasiado -murmuré al final con un hilo de voz-, demasiado tiempo...

Me obligó a mirarle a la cara y su expresión manifestó tristeza e ira al verme, al imaginar todo por lo que había tenido que pasar. Me avergoncé entonces aún más.

-Ese hombre sencillamente no merece el aire que respira -dijo con la mandíbula tensa-. Déjame ayudarte, _____, por favor.

-¿Ayudarme? -inquirí-. No quiero darte problemas, seguro que tienes muchos asuntos que...

-No voy a hacer como que no he visto nada -me interrumpió-. ¿Cómo podría dormir tranquilo sabiendo que vives con ese tipo?

-¿Y qué quieres hacer? -suspiré-. No quiero ser una carga.

-Vente al Viñedo del Amanecer conmigo -propuso. Lo miré sorprendida al oír aquello-. Sé que estarás bien allí. Puede ser algo provisional, no sé...

-¿Al Viñedo? -repetí.

Tenía recuerdos muy buenos del Viñedo. Allí solía jugar con Diluc y Kaeya y más niños. Las tierras del señor Ragnvindr eran vastas y jugar allí a los caballeros era muy divertido.

Héroe Carmesí [Diluc y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora