Había pasado ya casi una semana en el Viñedo del Amanecer. Las marcas de mi cara casi habían desaparecido por completo y casi me había olvidado de Quentin. Casi.
Esa noche, por ejemplo, era una de esas en las que todavía me acordaba de él. Sus voces, sus gritos, sus golpes, sus insultos. Estaba hecha un ovillo, envuelta en las sábanas a pesar de estar sudando. A veces me impresionaba cómo razonaba el cerebro humano cuando se tenía miedo, como si aquella tela tan fina pudiera protegerme del mundo exterior, como si fuera una coraza impenetrable de apenas unos milímetros de grosor.
En el silencio de la noche, se oía todo a la perfección. Y cuando oí que una ventana de la casa se abría, la sangre se me heló y el vello se me erizó como nunca antes. Justo después oí la madera crujir bajo el peso de una persona. Me aferré con más fuerza la porción de sábana que sujetaba entre mis manos y el corazón me daba martillazos en el pecho.
Alguien había entrado en la casa.
Y el miedo hizo que pensara que se trataba de Quentin. De hecho, estuve convencida de que era él, ya que desde el ataque a la taberna no había vuelto a hacer nada. Seguramente era él, que venía a buscarme y...
Quise salir a reunirme con Diluc, a sentirme a salvo. Yo sola no podría hacer nada, dar algún puñetazo acertado como mucho, y, aunque fuera cobarde por mi parte, Diluc podría defenderme de nuevo; podría plantarle cara a Quentin si hacía falta.
Los pasos cesaron y el silencio apareció de nuevo. Entonces le eché valor y me destapé. Cualquier opción era mejor que esperar sin hacer nada a que me encontrara. Me senté en el borde de la cama y cogí aire. Después, me acerqué a la puerta y la abrí con cuidado.
Vi la silueta a lo lejos y ahogué un grito. La poca luz que había entraba por la ventana, de la luz de la luna, así que era imposible distinguirlo bien. Pero estaba segura de que era él. Y también estaba segura de que estaba de espaldas, así que salí.
Caminé de puntillas para hacer el menor ruido posible todo lo rápido que pude por la madera, hasta la habitación de Diluc. Sin embargo, la sangre se me heló una vez más cuando descubrí que la puerta estaba cerrada.
Intenté mover el pomo de todas las formas posibles hasta que la desesperación se apoderó de mí y hasta golpeé la puerta, importándome poco que Quentin me oyera. Yo solo quería estar a salvo.
-¡Diluc! -chillé, dando manotazos a la puerta con tanta fuerza que me hice daño en las palmas-. ¡Diluc, por favor!
Me giré y vi que la silueta estaba prácticamente a mi lado. Dijo algo que por culpa de mis gritos no llegué a entender y levantó las manos para agarrarme. Agité los brazos para evitar que me atrapara mientras seguía chillando con las lágrimas manchándome la cara.
-¡Tranquila, _____! -dijo la sombra-. ¡Tranquila!
Le di una bofetada en la cara antes de sentir presión en mis dos muñecas. Me bajó los brazos a pesar de mi resistencia y luego me acercó a él. Me estrechó entre sus brazos con tanta fuerza que noté su corazón latiendo algo acelerado junto a mi cara. Seguramente él sintió el mío, que parecía un caballo al galope.
-Tranquila -repitió casi en un susurro-. Soy yo.
-Diluc -musité con un hilo de voz-. Lo siento, yo... Pensé que...
-Shh... No pasa nada -me interrumpió.
Me acarició el pelo y me abrazó hasta que me calmé, como si fuera una niña pequeña que acababa de tener una pesadilla y necesitaba consuelo. Más o menos era lo mismo. Me despegó un poco de él y me limpió las lágrimas con sus pulgares. Desvié la vista al suelo y había algo extraño, parecido a una máscara.
-¿Qué es...? -lo señalé.
-Nada, no tiene importancia -respondió con tono calmado.
Era obvio que esa no era la respuesta real y que simplemente no me lo quería decir.
-¿Por qué has entrado por la ventana? -inquirí entonces-. Me has dado un susto de muerte. -Intenté reír, para dejar atrás el mal rato.
-Lo siento con todo mi corazón. -Volvió a estrecharme-. A veces hago cosas extrañas, supongo.
De nuevo, era obvio que esa no era la verdadera respuesta a mi pregunta.
-Tengo miedo... ¿Puedo dormir contigo? -murmuré.
-¿Otra vez? -Me miró a la cara con las cejas levantadas.
-Tengo miedo -repetí-. Contigo me siento a salvo.
Sacó la llave de su habitación de algún bolsillo y abrió la puerta. Me invitó a pasar primero.
-¿De veras? -dijo.
-Eres como una especie de héroe para mí -sonreí, sentándome en un borde de la cama. Por un momento, algo en su expresión cambió, un chispazo fugaz casi imperceptible que no supe interpretar.
-¿Un héroe? -Se quitó el oscuro abrigo que llevaba, que daba la sensación de pesar bastante, y lo colgó en el perchero junto a la puerta.
-Sí -asentí-. Diluc, el Héroe Carmesí de _____.
Se soltó el pelo rojo recogido en una coleta alta. Se lo movió un poco con ambas manos y luego volvió a juntarlo en la coleta baja que solía llevar normalmente.
-Desde luego suena mejor que el Héroe Oscuro de Mondstadt -musitó con el coletero entre los labios, mientras se peinaba el pelo para recogérselo.
-¿Héroe Oscuro? -me interesé.
-Una especie de justiciero que solo actúa por la noche, por lo que tengo entendido. -Se encogió de hombros.
-No discuto su labor, pero tiene un nombre estúpido -reí.
Me miró con los labios fruncidos y una ceja arqueada. Después sonrió, con esa sonrisa que tanto me gustaba. Una sonrisa tan escasa que me parecía más valiosa que el mismo oro.
-Pienso exactamente igual que tú -rio.
Me tumbé en mi lado de la cama y me acurruqué bajo las sábanas. Diluc se tumbó en el extremo opuesto, dejando un hueco considerable entre los dos. Tuve ganas de girarme y abrazarlo como si fuera un peluche más grande que yo, quedarme dormida con la cara apoyada en su espalda, sintiendo su respiración parsimoniosa junto a mí; pero me reprimí para no hacerlo, por miedo a que no fuera capaz de detenerme ahí.
-Buenas noches, _____ -susurró. Su voz se oía lejana desde el otro lado de la cama.
-Buenas noches, Diluc -respondí, sonriendo.
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Héroe Carmesí [Diluc y Tú]
Fanfic«En Mondstadt había conocido a un chico. Se llamaba Diluc, y recordaba a la perfección su pelo rojo, ojos carmesís y su sonrisa. Éramos adolescentes, valientes e impulsivos y, sin haberlo planeado, nos enamoramos. Aunque éramos simplemente unos crío...