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El primer baile funcionó a modo de calentamiento. Hubo pisotones y tropezones, pero también risas. El segundo fue mucho mejor y el tercero dio la sensación de que llevábamos practicando meses.

-Lo haces muy bien -dije-. Eres un alumno aventajado.

-Es por la profesora que tengo -sonrió.

-¿Qué veo? ¿Un alumno pelota? -reí.

-Solo digo verdades -repuso. Me apretó por un instante las manos-. Venga, vamos otra vez.

-¿Otra vez? -Me encogí de hombros-. Parece que te gusta bailar.

-Me gusta bailar contigo -apuntó.

Sonreí ante el comentario. Echaba mucho de menos esa sensación de sentirme querida, de sentir que le importaba a alguien. Y lo más bonito de todo era que se trataba de un sentimiento mutuo.

Volvimos a repetir el baile, mejor incluso que la vez anterior. Acabamos algo exhaustos y cansados, agotamiento acumulado hasta el momento. Yo tenía la cabeza algo levantada para mirarle a los ojos y él, inclinada para ver los míos. Sus finos labios entreabiertos, era tan tentador tocarlos con los míos...

-Diluc -dije, obligándome a apartar la vista de su boca para mirarlo a los ojos-, ¿tú también sigues sintiendo lo mismo?

-¿Acaso no es obvio? -susurró con un tono que me hizo cosquillas.

Aquello sirvió para prender la llama y dar rienda suelta a lo que había en nuestros corazones. Me besó y me entró calor de repente, cosa que me gustó y que no recordaba cuándo fue la última vez que lo sentí. Fue como si dejara de pensar claramente, como si dejara de tener el control de lo que hacía.

Un beso, otro más, y al poco descubrí que ya apenas quedaba ropa que escondiera nuestros cuerpos. Fue ahí entonces cuando temí que las viera y, finalmente, a pesar de mis intentos disimulados para evitarlo, sus ojos miraron mi espalda y lo sentí todo frío.

-_____ -susurró. Noté que hizo un amago de tocar las cicatrices de mi espalda, pero se detuvo en el último momento al pensar que podría dolerme-. Todo esto...

-No quería que las vieras -musité. Me sentí vulnerable e insegura, avergonzada de aquellas marcas.

-Hijo de puta... -Percibí la ira y la rabia más allá de las palabras, que se encendieron en su pecho como una llamarada.

Me rodeó la cintura con los brazos y me acercó a él en un cálido abrazo. Mi espalda encajó entre sus hombros y noté cómo sus costillas subían y bajaban por la respiración contra mí. Miré sus antebrazos, que, al igual que mi espalda, también estaban salpicados de alguna que otra cicatriz.

-Tú también tienes -apunté, pasando mis dedos por encima de ellas.

-Pero yo blando una espada y lucho por lo que quiero proteger. Las cicatrices son parte del precio que he de pagar por ello. Pero tú... ¿Tú qué has hecho para que estas marcas estén justificadas?

Podría haber dicho que fui una insensata, una impaciente, una apresurada, una ilusa; pero realmente nada de eso podía justificarlo. Por ende, me quedé callada.

Me liberé de sus brazos y me giré para mirarlo a la cara. Sonreí y ni siquiera tuve que esforzarme para ello. La calma que Diluc me hacía sentir era tal que, aun teniendo la espalda hecha un cuadro, encontraba fuerzas suficientes para esbozar una sonrisa sin demasiada dificultad.

-Te quiero -sonreí y seguidamente lo abracé todo lo fuerte que pude.

Mi repentina confesión debió de pillarlo por sorpresa, porque tardó unos segundos en poder articular palabra de nuevo.

-Yo también te quiero -susurró, y su aliento me hizo cosquillas en el cuello.

Conocía a Diluc y sabía cómo era. Sabía que era incapaz de decir esas palabras sin sentirlas de verdad, y fue por ello que mi sonrisa se ensanchó todavía más. Porque me quería.

* * *

Cuando abrí los ojos por la mañana, lo primero que vi fue el pelo rojo alborotado de Diluc delante de mi cara. No existía ya el pronunciado hueco que se había molestado en mantener entre nosotros por la noche en otras ocasiones, porque ciertamente ya importaba más bien poco.

Diluc se movió y gruñó en sueños, se giró hacia mí y frunció los labios, soñando. Lo miré ensimismada y reprimí las ganas de acercarme a él por temor a perturbar su sueño. Tenía el pelo todo revuelto y supuse que tardaría un buen rato en deshacer todos los enredos que parecía tener. Me lo imaginé frustrado cepillándose el pelo frente al espejo e inevitablemente se me hizo gracioso.

Mi estómago me advirtió entonces que era hora de desayunar, así que decidí dejar que Diluc siguiera durmiendo tranquilamente y bajé para comer algo. Adelinde me sirvió un café y, tal vez aprovechando que estábamos solas, se sentó a hablar conmigo. La criada jefa se había convertido en lo más parecido a una mejor amiga que podía llegar a tener en esa casa.

Charlamos animadamente hasta que Diluc bajó por las escaleras, con cara de estar todavía más dormido que despierto. Entonces Adelinde se levantó y continuó con sus tareas, pues con su jefe presente no le apetecía parecer una holgazana.

Diluc desayunó y se fue a Mondstadt. Yo me quedé leyendo hasta que regresó, para la hora del almuerzo. Pasó algo de tiempo conmigo y luego volvió a atender sus asuntos. Y finalmente, de nuevo de noche.

Así, los días en el Viñedo del Amanecer pasaban y pasaban, hasta el punto de que había perdido la cuenta del tiempo que llevaba entre aquellas paredes que, en vez de agobiarme o estresarme, me tranquilizaban y me hacían sentirme a salvo.

Héroe Carmesí [Diluc y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora