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El cielo se empezó a oscurecer. Unas nubes grisáceas comenzaron a ocultar el sol tras ellas. Presentí que pronto se pondría a llover.

-Ha cambiado el tiempo -murmuró Diluc, escudriñando el cielo con los ojos entrecerrados.

Una mariposa aleteó hacia nosotros. Era blanca como la nieve y parecía delicada como el cristal. Parecía estar buscando un lugar donde descansar y acabó posándose sobre la cabeza de Diluc. El pelirrojo levantó una mano para espantarla, pero le agarré la muñeca con la mía para evitarlo.

Miré al pequeño insecto unos segundos antes de que mi respiración fuera suficiente como para asustarlo y hacer que emprendiera el vuelo de nuevo.

-Te gustan las mariposas -observó Diluc, mirando cómo el animal se alejaba.

-Supongo que sí -respondí-. Me parecen bonitas, y delicadas, e inofensivas, y... -Me quedé sin adjetivos.

-Tengo entendido que simbolizan el cambio -dijo él.

-Por lo general sí, pero yo tengo mi propia opinión al respecto.

-¿Qué significan para ti? -se interesó, y justo después volvió a escrutar el cielo nublado.

-Algo así como la vida humana. -Miré también el cielo-. Hermosa pero efímera y frágil.

-Es una perspectiva interesante -opinó.

-Supongo que sí -sonreí-. Parece que va a empezar a llover pronto -apunté, observando las nubes grises con los ojos entrecerrados.

-Volvamos al Viñedo. Se está poniendo feo el día -concluyó.

Me puse de pie y sacudí la falda del vestido que me había prestado una de las criadas. Era de color celeste, de tela bastante fina y suave, pero parecía un poco viejo. Aun así, era bonito.

Diluc se levantó también y se sacudió el abrigo y los pantalones. Después volvió a mirar el cielo y frunció el ceño.

-Será mejor que nos demos prisa.

El camino de regreso al Viñedo del Amanecer era más bien largo y el cielo cada vez estaba más oscuro y las nubes amenazaban con descargar su contenido sobre nosotros en cualquier momento.

Cuando la tierra del camino empezó a salpicarse de gotas, aceleramos el paso, pero la lluvia pareció tomarse nuestra prisa como un reto personal y las gotas comenzaron a caer más rápido.

-Maldición -musitó Diluc.

Se quitó el abrigo y lo alzó por encima de nuestras cabezas a modo de paraguas. Era de tela gruesa y no calaría, pero estuve segura de que luego tardaría mucho en secarse.

La lluvia parecía no querer darnos tregua e incluso cayó con más fuerza. Todo el cielo se había oscurecido hasta el punto de que casi daba la sensación de que era de noche. A pesar de los esfuerzos de Diluc para que no nos mojáramos, la lluvia se las apañó para calarnos hasta los huesos.

Cuando finalmente llegamos al Viñedo, pusimos la moqueta perdida de agua al entrar. Adelinde vino enseguida a recibirnos y Diluc le entregó el abrigo tan mojado que se había oscurecido considerablemente.

La camisa blanca que llevaba se le había pegado al cuerpo y unos pensamientos indecentes se me cruzaron por la cabeza al mirarle la espalda marcada. Aparté la vista avergonzada y disimulé despegándome la tela de mi propio cuerpo.

-Ve a ducharte, _____ -me dijo, echándose el pelo mojado hacia atrás-. Tienes que quitarte esa ropa o te resfriarás. Adelinde, llévale una toalla y ropa seca.

-Enseguida -respondió la criada jefa, inclinándose un poco hacia delante.

-¿Y tú...? -inquirí.

-No te preocupes. Tú dúchate. -Se quitó los guantes y los dejó caer al suelo. Luego acercó las manos al cuello de la camisa para desabrocharla, y yo me apresuré a irme, mordiéndome la lengua.

En el baño, Adelinde trajo la toalla y la ropa seca y cerró la puerta al salir. Me quité finalmente el vestido mojado que se me pegaba como las sábanas después de una pesadilla. Me metí en la ducha y el agua caliente hizo que se relajara hasta el último músculo de mi cuerpo.

Agaché la cabeza debajo del agua y el pelo se me pegó a la cara, el agua se deslizaba por mi piel y me relajaba. Nada como una ducha de agua caliente, sin duda.

Después de la relajante ducha, me puse la ropa limpia que Adelinde me había traído, que de nuevo era de la muchacha que me había prestado el vestido: una especie de pijama compuesto por un camisón blanco y ancho y unos pantalones que me llegaban por las rodillas, también anchos. Lo agradecí muchísimo, porque era un conjunto increíblemente cómodo.

Tenía el pelo todavía algo mojado. Fui hasta mi habitación y me senté delante del tocador para cepillármelo. Al mirarme en el espejo, la chica que era exactamente igual que yo me parecía más guapa que en otras ocasiones.

-Qué rápido te has duchado -dijo Diluc, que me sorprendió apoyado en el marco de la puerta. Lo miré a través del espejo.

-¿Esperabas que estuviera tres horas? -sonreí-. Tan solo es una ducha.

Se encogió de hombros.

-Ya, bueno.

Se acercó a mí. Se miró en el espejo desde detrás de mí. Tenía un aspecto que era extraño en él, acostumbrado a vestir ropa elegante: un sencillo albornoz blanco de algodón y el pelo rojo recogido en una revoltosa coleta alta.

-¿Cuánto tiempo puedo quedarme aquí? -pregunté. No quería aprovecharme de la hospitalidad de Diluc.

-El tiempo que necesites. El tiempo que haga falta. El tiempo que quieras.

-Pero esto no es un hotel -repuse, sintiéndome culpable-. Ni siquiera trabajo para ti, ni aporto dinero ni nada de eso.

-Dinero, por suerte, no me falta -dijo, encogiéndose de hombros-. No le des más vueltas, _____.

-Aun así...

-Adelinde está preparando el almuerzo -me interrumpió, dándome a entender que no debía preocuparme tanto-. Deberíamos ir bajando.

Héroe Carmesí [Diluc y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora