° Capítulo 26 °

16 6 0
                                    

El día siguiente fue una verdadera tortura. Cualquier movimiento que hacía me dolía hasta el alma, pero el dolor no era la única molestia. Me pone de mal humor tener que despertar temprano.

Después de meterme a la ducha y soltar quejidos en voz baja, sentí que el dolor disminuyó, al menos un poco. Bajé al comedor con ansias, pues moría de hambre. Cuando los platos se encontraban puestos sobre la mesa, esperé un momento antes de iniciar. Una vez que nos dieron la orden para poder comer, disfruté el desayuno. Al terminar, nos guiaron a la sala de lectura, era un cuarto igual que el resto, excepto que tenía vistas a un extenso jardín en el exterior.

—Siéntense y permanezcan en silencio. La lección del día será llegar al capítulo siete.

Tomé un lugar cerca de mi grupo, pero noté que alguien se acercaba a nosotros. Era la chica. No le di importancia al hecho de que se sentó dos pupitres detrás de mí. Me concentré en mantener mi cabeza ocupada, estaba evitando a toda costa pensar en todo lo que ocurrió el día anterior. Si permanecía enfocado en la lectura, no tendría tiempo de darle vueltas al asunto.

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que recibí una distracción. Un papel doblado había caído sobre mi pupitre. Lo abrí con cautela, asegurándome de que ninguno de los guardias me viera.

"Me habría gustado agradecerte en persona, pero esta sesión es en la única en la que podemos vernos y no está permitido hablar. Gracias. Gracias por interponerte y evitar que me golpearán.
—Tessa"

Así que ese era su nombre. Sentí una mirada posada sobre mí y no tardé en distinguir de quién era: Amelie. Me miraba con ojos de advertencia, como si quisiera decirme "No te metas en problemas", negué con la cabeza y regresé a mi lectura. Cuando por fin nos dieron la indicación de cerrar los libros y retirarnos, suspiré de alivio. Mientras salíamos del salón, me escabullí entre la gente hasta llegar a Tessa. Rocé la palma de su mano y le entregué un pedazo de papel.

"Tienes unos ojos bonitos. No me habría gustado verlos llorar de nuevo, mucho menos si el motivo por el que lloran es un golpe".

Dudé en si debía escribir mi nombre, al final, decidí dejarlo como algo anónimo. La siguiente lección era de modales, según me había explicado Amelie, aquí nos dividen en grupos: principiantes, intermedios y avanzados. Recordé que en su explicación mencionó lo prejuiciosos que son aquí, pues al ingresar una mujer, la colocan directamente en la sección intermedia y al ingresar un hombre, en principiantes, con lo cual dan por hecho que un género siempre posee modales y el otro no. 

Salí de clase con dirección al comedor, donde estuve platicando entre susurros con los de mi grupo, pero sentía una mirada que me observaba de reojo desde un par de sillas a la distancia. Los ojos pertenecían a Tessa. 

—¿Por qué te mira tanto? —cuestiona Amelie.

—¿A qué te refieres? —respondo.

—No te hagas tonto. Desde la hora de lectura han estado con esas miraditas.

—No estarás celosa, ¿verdad?

—No soy el tipo de persona que se pone celosa.

—¿Cómo lo sabes?

—Simplemente no lo soy.

—Tu respuesta suena muy convincente.

—No tengo porqué darte explicaciones.

—De acuerdo, entonces yo no tengo que responder tus preguntas.

—Yo siempre contesto las tuyas.

—Porque decides hacerlo.

—Eres demasiado necio.

—Mira quién lo dice —replico arqueando una ceja.

—Qué gracioso —rueda sus ojos.

—¿Qué te parece el lugar hasta ahora? —interviene Eleanor

—Una mierda. Odio la clase de modales —bufo.

—¿Acaso todos los chicos piensan igual? —dice poniendo ambas manos sobre su cabeza.

—Sí —confirman los otros dos.

—Hora de irnos —comenta Matías cuando ve que los demás empiezan a levantarse.

—No he terminado mi comida —replico indignado.

—Por andar de parlanchín —ataca Amelie.

Me levanto y empiezo a seguir a Henrik y Matías con dirección al patio. Una larga pista de correr se extiende ante mis ojos, del lado izquierdo hay una zona de arena con un pasamanos y una pared para escalar. 

—Atención —habla con voz firme un hombre vestido con una playera de manga café oscuro y unos pantalones cargo del mismo color—. Repitan las reglas. 

—No importa que tan cansado estés, no te detengas —repiten al unísono chicos a mi alrededor.

Todos empiezan a caminar hacia la pista y yo sigo sus pasos. Al llegar a los carriles hacemos filas, así que me pongo detrás de Matías. Poco después, nos encontramos trotando, conforme vamos completando una vuelta a la pista, vamos aumentando la velocidad. Perdí la cuenta y la noción del tiempo después de 5 vueltas. Mi frente estaba llena de sudor, el calor invadía mi cuerpo y sentía un ardor en el pecho, pero traté de concentrarme en regular mi respiración para conseguir todo el aire que pudieran almacenar mis pulmones. 

—¡Alto! —gritó aquel hombre.

Nos detuvimos y tratamos de recuperarnos, sin embargo, como era de esperar, no nos dieron tiempo de descansar. 

—¡Sentadillas! —ordenó.

—¡Lagartijas! —pidió un par de minutos más tarde.

Tras repetirlo dos veces, nos movimos a la otra parte del campo. Hicimos una fila para realizar el recorrido en la arena. Consistía en pasar el pasamanos, arrastrarse debajo de una red para después subir la pared de escalada. Debíamos repetir esto diez veces. Cualquier persona que no termine exhausto y derrotado después de tanta actividad física, debe ser anormal.

Los días avanzaban y avanzaban. Me dormía viendo la luna a través de la ventana con barrotes y despertaba viendo el sol salir a través de esa misma ventana. Me parecía una ironía la metáfora: una ventana que representa la luz y la oscuridad; una ventana que te muestra el exterior, pero te mantiene cautivo en su interior.

El tiempo empezó a correr demasiado rápido. Permanecíamos en silencio durante la hora del comedor. Hablábamos entre susurros cuando nos encontrábamos en los pasillos. Pasábamos las noches contando historias inventadas. Nos refugiábamos de la soledad y el rechazo entre nosotros. Conforme transcurrían los días, todos ellos se convirtieron en mi familia. Hasta que tuve que presenciar como el hogar que habíamos construido comenzaba a caerse en pedazos. 

El primero en irse fue Henrik, siete meses después de mi llegada. La segunda fue Eleanor, un año y nueve meses después de mi llegada. La tercera fue Ingrid, dos años y medio después de mi llegada. El cuarto fue Matías, tres años después de mi llegada. 

Cada una de las despedidas me dejó marcado. Cada vez que los veía empacar sus cosas sentía un nudo en la garganta. Me sentía feliz de que pudieran salir de aquí, pero sentía una punzada en el pecho, en parte porque quería rogarles que no se fueran porque me aterraba quedarme solo, por otra parte, sentía envidia de que ellos fueran libres y yo tuviera que permanecer encerrado. Cada vez que una cama iba quedándose vacía, durante las noches me atormentaba la presencia de las personas que estuvieron bajo esas sábanas. 

Lo único que me quedaba era Amelie. Todas las noches me acariciaba la espalda y me daba un vaso de agua después de despertarme abruptamente de una pesadilla. Amelie fue la única razón por la que fui capaz de vencer a mis demonios internos. Me aferré a ella todo el tiempo que me fue permitido. 

Hubo una noche. Una noche en la que no llegué al comedor. Una noche en la que no dormí en mi habitación. Una noche en la que la dejé hundirse en la soledad de nuestro cuarto. Una noche en la que me atacaron las pesadillas y me persiguieron mis demonios, pero no estaba ella para tranquilizarme. Una noche que, sin saberlo, sería la última en la que vería a Amelie.  

Amnesia [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora