everybody loves somebody.

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Todos nos enamoramos.

Aprendemos a hacerlo desde que tenemos memoria: nos enamoramos de nuestro personaje favorito en aquella caricatura animada que tanto nos influyo en la niñez.

Cuando somos niños, no percibimos el amor de la misma manera que lo hacen nuestros padres. Nos parece vergonzoso y algo asqueroso, por eso preferimos evitar verlos.

Nos da risa el amor, sin embargo nos enamoramos de otras cosas.

En nuestra adolescencia, nos enamoramos de las personas: de su carisma, de su físico, de su sonrisa, de su pelo, de sus manos, de su cuerpo, de su persona: todo.

También nos enamoramos de algunas cosas de otras personas: de su estilo, de su forma de hablar, de su forma de expresarse, de su inteligencia.

Aunque también nos enamoramos de los lugares que visitamos: nos enamoramos del aroma, del paisaje, de su luz, de su oscuridad, de sus personas y de su aire.

Cuando somos adultos, esperamos poder enamorarnos eternamente de una persona: hacer el amor con ella, tener hijos y poder criarlos juntos, vivir en una enorme casa, compartir momentos juntos y envejecer juntos de la mejor manera.

Y cuando somos ancianos, nos volvemos a enamorar como si fuera la primera vez. Recordamos a la persona y los mejores momentos que compartimos con ella antes de decirle un último adiós.

Y llega la muerte, pero nosotros seguimos esperando volver a encontrar a esa persona en el precioso cielo y sonreírle una vez más.

Pensamientos transparentes de una mente complicada - poemarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora