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El crecimiento de los pequeños era bastante, habían completado sus años de preescolar en aquel jardín que les había brindado mucho conocimiento y felicidad, ahora se encontraban de vacaciones. Suguru y Satoru se veían continuamente durante esos días, ya que Shoko había salido de la ciudad con su familia, y los padres de Suguru trabajaban. Al no estar en casa, daban el permiso de que se estuviera quedando con la familia Gojo, hasta que su hermana fuera por él en las tardes. Sabían que adoraban al pequeño, ambas familias habían tenido la oportunidad de conocerse y la verdad combinaban muy bien, por lo que el pequeño Suguru se convirtió en uno de sus protegidos, y más por la adoración que le tenía el pequeño albino de la familia, Satoru.

Ya era algo tarde, el Sol no tardaría más de una hora en meterse por la frontera, y los pequeños se encontraban en la habitación del ojiazul, con los rayos iluminando. Ellos jugando entre algunas golosinas y peluches, la señora Gojo se encontraba en su habitación, probablemente tomando una siesta o descansando, por lo que los niños tenían todo el cuarto del albino para jugar ellos solos.

— ¡Entonces la vaca se hizo caca!

— ¡No, que asco!

Soltaban fuertes carcajadas al estar jugando con los muñecos del albino, golpeando el plástico entre ellos y usando los accesorios que tenían.

— ¡Cuidado, la vas a pisar!

— ¿Qué, qué cosa?

— ¡La caca de la vaca!

— ¡Noooo!

Suguru se resbaló con un carro rojo de grandes llantas negras con un rayo amarillo pintado. Por accidente lo piso, logrando caer en el suelo entre algunos peluches con los ojos cerrados del miedo al golpe, el cuál no había sido muy grave, solo un sentón que lo tumbó por completo, dejándolo acostado en el suelo.

— ¡Suguru, Suguru! — El de ojos azules se levantó de inmediato y corrió hacia el pelinegro, moviendo los brazos ajenos que se encontraban postrados en la alfombra, esperando que se levantara.

— ¡Suguru despierta, no juegues así!

Satoru se encontraba angustiado, sus ojos comenzaban a picar de las lágrimas que amenazaban con salir por la preocupación que estaba sintiendo. Colocó sus manos en el pecho del pelinegro, incluso pegó su oreja para escuchar aquellos latidos, sintiendo como el pelinegro tomaba una bocanada de aire al tratar de reincorporarse. Se alejo para observarlo, aliviado cuando supo que estaba bien y solo había sido una caída.

— No era caca... Fue el Rayo McQueen...

Satoru soltó una risita pequeña, limpiando uno de sus ojitos, retirando el agua salada que había escurrido.

— Él me dijo algo...

— ¿Enserio?, ¿Qué te dijo? — Satoru le siguió el juego, curiososo, mirando con atención al pelinegro cuando se reincorporó y se sentó frente a él.

— Qué solo me voy a curar ¡Con los besos de Satoru! — exclamó llevando sus manitas al cuerpo del albino, haciéndole cosquillas, cosa que hizo reír a ambos en carcajadas.

— ¡Ya, ya, lo haré! Pero solo porque el Rayo McQueen lo dijo. — trataba de alejar las manos ajenas en un vago ademán, lo cuál no funcionó hasta que el pelinegro paro, sonriendo y mirándole a sus ojitos azules cuando se alejo, sacándole la lengua como burla, antes de decir;

— ¿Entonces? ¿Dónde está mi besito? — señaló sus mejillas cuando infló estás como si fueran un globo, lo que hizo reír ruidosamente al albino.

— Aish. — Satoru le sacó la lengua de vuelta, y se acercó para darle un beso en su mejilla rosada. Algo que le tomó por sorpresa fue cuando Suguru lo empujó por los hombros y lo tumbó al suelo, ambos ahora recostados en la alfombra, riendo. Suguru se colocó encima de él, pasando sus manitas a lado de la cabeza del peliblanco que le miraba con una enorme sonrisa. Se quedó viendolo de esa forma por unos segundos. No pensaba en nada más, solo la palabra "felicidad" cruzaba por su cabeza cuando lo veía así de risueño, aunque genuinamente apenas sabía el significado.

—  ¿Ahora qué?

— Yo te pedí un "besito"

—  Pero, Suguru.

— Quiero otro.

— Ya te lo di. — refunfuñó el albino.

— Pero yo quiero un besito.

El pelinegro se acercó tímidamente a darle un roce en sus labios, golpeándolos suavemente y alejándose para darle otro en la mejilla, dejando al albino con las mejillas rojas.

Si había algo que cambió en la relación de estos pequeños era, que a pesar de no saber un significado real, habían hecho de la palabra "besito" algo especial. Las muestras de cariño eran comunes: tomarse de las manos, darse abrazos y besar sus mejillas, pero la palabra besito significaba otra cosa. Y es que, desde el primer "besito" accidental que se habían dado, no paraba con ello, y tampoco entendían porque lo hacían a escondidas, ¿Era algo prohibido? A conocimiento y definición de ellos, era un secreto de ambos que nadie más debía saber, ni siquiera Shoko.

Suguru se recostó a lado de Satoru, la habitación se había hecho oscura y la lámpara de noche se prendió automáticamente. Contemplaban las estrellas de aquella luz en su techo, ambos con las mejillas rojas.

— ¿Debería decirle a mi mami del besito?

— No creo, recuerda que es solo nuestro secreto.

El albino sonrió desde su lugar, acercando su manita a la del pelinegro, el cuál de inmediato la tomó, ambos entrelazando sus pequeños deditos.

— ¡Ya quiero ir a la escuela!

— ¿Enserio? — preguntó con curiosidad el ojiazul.

— ¡Sí! Estar en casa es aburrido a veces.

Satoru se sentó y miro a su amigo con un puchero, soltando su manita y cruzando sus brazos sobre su pecho.

— ¿No te gusta estar conmigo en mi casa? — preguntó ofendido el de ojitos azules.

Suguru imitó a su amigo, mirando con el ceño fruncido y negando con la cabeza, moviendo está repetidas veces.

— Me gusta estar contigo Satoru, siempre. — extendió su manita para tomar la del albino, quien se la dió, mirándolo en espera de otra respuesta. — Pero cuando estoy en mi casa me aburro mucho, la mejor parte del día es venir y estar aquí contigo.

El peliblanco sonrió y se lanzó a los brazos del pelinegro, dándole un fuerte abrazo.

— Quiero que estés siempre conmigo, Suguru.

— Lo estaré siempre, Satoru.

— Ahora yo quiero otro besito.

Y el peliblanco tomó por sorpresa al pelinegro cuando sus labios se habían conectado, cerró sus ojitos con fuerza y sus mejillas estaban de un rojo salvaje, decorando su rostro. Suguru estaba con los ojos abiertos por la repentina acción, pero pronto acunó con sus pequeñas manitas el rostro de su amigo, acarició sus mejillas y pegó su boquita a la contraria sin nada más que decir. Labios húmedos de dos pequeños niños que compartían la palabra "confianza" con aquello. No sé movían, ni uno ni el otro, solo se encontraban ahí, en esa burbuja dónde el tiempo no existía y dejaban que sus pechos florecieran de emoción y sentimiento. Se alejaron, viéndose fijamente con las mejillas rojas. No había nada que decir o hablar, solo contemplaban la presencia del otro.

— ¡Suguru, ya llegaron por ti! — La voz de la señora Gojo sonó, los pequeños se alejaron de inmediato y levantaron el desastre que tenían en aquella habitación. Entre risitas cómplices solían comunicarse, y con un ademán de mano, Suguru se despedía de su amigo y la señora Gojo, tomando la mano de su hermana mayor con firmeza a la hora de retirarse.

— ¡Nos vemos, Satoru!

— ¡Hasta mañana Suguru!

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