C H A P T E R: TWELVE

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—V-vete...—dijo casi en susurro.

¿Qué?—responde atónito.

K-kaccha...ugh.—no aguantaba más aquellas náuseas, quería que el se fuera, no podía verlo ahí,no podía verlo así, mierda no tenía que!

—Izuku, por favor...

—N-no...—vete!

—Izu...— dijo acercándose para tomarle la mejilla, pero un manotazo apartó aquella mano.

JODER NO

—¡VETE BAKUGO!— sacó fuerzas como pudo, de verdad tenía que sacar todo esto que lo estaba matando, pero no frente a él, no quería ver su rostro, no quería que el viera todo este sufrimiento que está pasando, sabía que Katsuki sabía pero no del todo la situación, y prefería que fuera asi.

Katsuki se asustó, al ver aquella mirada llena de enojo y dolor, decidió irse, pero no dejaría aquello así, no lo haría!

Mierda, mierda, mierda...

Salió, dando una ultima mirada al oji-verde, este salió y Izuku pudo botar todo lo retenido.

Arcadas y vomitos, dolor y  sangre, flores.

Muchas flores.

El aire no existía para él ahora mismo.

Izuku se dejó caer sobre la cama una vez que Katsuki se fue, su cuerpo temblando con el esfuerzo de contener la tormenta de emociones que lo consumía desde adentro. Sus manos temblaban mientras se aferraba a las sábanas, tratando de encontrar un poco de consuelo en medio del caos que lo rodeaba.

El silencio que envolvía la habitación era casi palpable, como si estuviera lleno de susurros ahogados y lamentos no expresados.

Izuku se sentía como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar, mientras las flores continuaban brotando de su boca, recordándole constantemente el amor no correspondido que lo había llevado a esta situación desesperada.

El oji esmeralda se encontraba en un estado de agotamiento físico y emocional, sus fuerzas agotadas por la lucha constante de permanecer vivo con aquella jodida enfermedad.

Cada vez que intentaba respirar, sentía como si estuviera siendo aplastado por un peso invisible, su pecho apretado por la presión abrumadora de las emociones que lo consumían desde adentro.

En su mente, Izuku revivía una y otra vez los momentos que compartió con Katsuki, cada recuerdo como dagas que le perforaban el corazón. Recordaba las miradas furtivas y los roces accidentales, los momentos robados de intimidad que lo habían hecho sentir vivo y lleno de esperanza. Pero también recordaba las palabras no dichas y los gestos vacíos, las señales mixtas que le recordaban una y otra vez que Katsuki nunca sería suyo.

El joven héroe se sentía atrapado en un torbellino de emociones contradictorias, su amor por Katsuki luchando contra la dolorosa realidad de su situación. Sabía que debía dejar ir a Katsuki, liberarlo de la carga de sus sentimientos no correspondidos, pero el simple pensamiento de perderlo era suficiente para hacerle temblar de miedo y desesperación.

Lo amaba, de verdad lo amaba. Pero aquél dolor estaba siendo más fuerte que él.

El dolor se arremolinaba en su pecho, una presión abrumadora que amenazaba con aplastarlo por completo. Cada respiración era un esfuerzo, cada latido de su corazón era una agonía que parecía no tener fin. Sentía como si estuviera atrapado en un remolino de emociones, incapaz de encontrar una salida.

Las lágrimas brotaban de sus ojos sin cesar, una cascada interminable de angustia y desesperación. Quería gritar, quería llorar, quería desahogarse de alguna manera, pero se sentía atrapado en un silencio sepulcral que parecía envolverlo por completo.

Se aferró a la idea de que todo esto algún día acabaría, de que encontraría una salida de este laberinto de sufrimiento en el que se encontraba atrapado. Pero por ahora, solo podía dejarse llevar por la marea de emociones que lo consumía, verlo triste y desesperado por el dolor que estaba sintiendo estaba comiendoselo vivo.

Mientras tanto, las flores seguían brotando de su boca, una cruel manifestación física de su dolor interno.

Izuku cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear el mundo exterior mientras luchaba por contener la tormenta que rugía dentro de él. Su cama estaba llena de pétalos, saliva y un poco de sangre.

—Mamá...—más lágrimas empezaron a salir, sí, el había pensado en la situación, en la soluciones que les brindaban, pero nunca se puso a pensar en el dolor de su madre, en cómo estaría ella después de todo esto.

—J-Joder.

Pudo calmarse, se levantó para quedar sentado en la orilla de su cama, mientras divisaba los rayos de sol que entraban por aquel ventanal.

Su mente dividida entre la vida y la muerte, entre el deseo de seguir adelante y hacer aquella operación y la tentación de rendirse ante el dolor abrumador que lo consumía. Mientras se debatía entre estas dos opciones desgarradoras, un ataque repentino de tos lo sacudió nuevamente pero ahora más violentamente.

El dolor punzante se apoderó de su pecho, haciéndolo doblarse hacia adelante haciéndolo caer, mientras luchaba por recuperar el aliento, empezo a gatear para llegar a su baño personal. Cada bocanada de aire era como una cuchilla afilada rasgando su garganta, pero está se sentía más profunda y dolorsa que antes, se sentía cada vez más débil. Con lágrimas en los ojos, Izuku se levantó con esfuerzo pero bastante  tambaleante. Para llegar a aquella taza blanquecina donde empezo nuevamente botar todo rastro de aquellas rojizas flores.

El espejo del baño reflejaba la imagen de un joven demacrado y angustiado, con los ojos enrojecidos y la piel pálida como la luna. Se aferró al lavabo con manos temblorosas, su corazón latiendo con fuerza en su pecho mientras luchaba por mantenerse en pie. Flaqueaba , no podía soportar mucho el dolor, lo sabía, oero pero quería seguir ahí, todavia saber que elegir, si podia querer seguir viviendo. Cada respiración era un desafío, cada movimiento una prueba de su resistencia.

Con manos temblorosas, Izuku abrió el grifo y dejó correr el agua fría sobre su rostro. El líquido helado le brindó un breve respiro del dolor que lo consumía, pero sabía que no podía esconderse para siempre detrás de esta fachada de calma. Con un suspiro cansado, se secó el rostro y miró hacia el espejo una vez más.

Lo que vio lo dejó sin aliento.

El lavabo estaba lleno de pétalos de flores, una marea de color que parecía envolverlo por completo. Las flores eran hermosas y exuberantes, pero también eran una cruel recordatorio del amor no correspondido que lo había llevado a esta situación desesperada. Cada pétalo era una prueba del dolor y la angustia que lo consumían desde adentro, una prueba de la enfermedad del Hanahaki que amenazaba con arrancarle la vida de a pedazos.

Con un suspiro pesado, Izuku se hundió en el suelo del baño, las lágrimas rodando por sus mejillas mientras luchaba por contener la marea de emociones que lo abrumaba.

Tomó uno de los pétalos en sus manos temblorosas y lo observó con tristeza y resignación. Era hermoso y frágil, como su amor por Katsuki, pero también era una carga pesada que amenazaba con aplastarlo por completo. Con un suspiro resignado, dejó caer el pétalo al suelo y cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear el mundo exterior mientras luchaba por contener aquel dolor que lo estaba consumiendo y matando por completo.


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En mi defensa, ¿estaba triste?

Hanahaki | BakudekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora