- ̗̀➽◦̥̥̥23; Apelación.

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La firme voz del fiscal, Shikaku, resonaba como eco en la silenciosa corte. Señalaba, con cierta lentitud y profundidad, los cargos que se imputaron y la evidencia de los mismos.

Como era de esperarse de un sujeto de su calaña, el patriarca Hyūga jamás se declaró culpable. Se mantuvo reacio hasta el último instante, probablemente aferrado a la vaga esperanza de que algún súbito milagro lograse rescatarlo. 

Las acusaciones no fueron benevolente con Hiashi. Y, ¿cómo iban a serlo? Sus descarados arrebatos no eran para menos; debían juzgarle como era debido, un desequilibrado sadista. Por ello, sempiternas cantidades de pruebas arremetían en su contra. Entre ellas, las voces de las víctimas que permanecieron selladas hasta ese instante finalmente salieron a la luz. Su sobrino, a quien hacía años que no veía e incluso daba por muerto, se presentó al juicio. Neji era reconocido por su imperturbable temperamento e inmensa resiliencia, aunado a su notoria inteligencia. No obstante, en ese momento derrochaba una fragilidad nunca antes vista que incluso extrañó a todos los presentes que lo conocían. Su fría mirada se había tornado tímida, evadía los ojos de cualquiera que se le cruzara. Titubeaba y apretaba sus puños mientras hablaba, evidentemente le resultaba tortuoso tener que avivar aquellas nefastas memorias. Conforme relataba sus vivencias, impetuosas lágrimas recorrían sus mejillas; un suceso que nadie que no fuese Gaara había sido capaz de presenciar hasta ese entonces. Era obvio que jamás habló de ello abiertamente.

Pero el semblante de Hiashi permaneció intacto. No mostró ni un ápice de empatía hacia el llanto de su familiar, mucho menos arrepentimiento. Su mirada sólo exhibía desdén y repulsión. 

Sin embargo, su estructura facial se contorsionó tan pronto como el primer testigo apareció en escena. Su preciada y adorada hija menor se hallaba testificando en su contra, justo ahí, frente a sus ojos. Parecía molesta y severamente disgustada, ni siquiera era capaz de mirarlo de reojo. Parlaba, desde su perspectiva, las actitudes y comportamientos erráticos y excéntricos que demostró no sólo hacia Neji, sino también hacia Naruto. Posteriormente, Shikamaru hizo énfasis en la desaparición del Uzumaki y el cómo había logrado descifrar su paradero. 

Finalmente, Sakura Haruno tomó la palabra. Ella no era una experta forense, pero estaba relacionada con las ciencias de la salud y claramente tenía conocidos especializados en cualquier rama. Adjuntó análisis de patrones y rastros, además de evidencia digital. 

Tras el interrogatorio y contrainterrogatorio, el juez estaba dispuesto a escuchar los alegatos finales. El abogado del acusado era el mejor abogado que el dinero pudiera comprar. Se trataba de un hombre joven llamado Kabuto, quien era extremadamente persuasivo y manipulador. Su nivel de elocuencia era ciertamente terrorífica; poseía carisma, una mente audaz y distinguidas habilidades verbales. No obstante, Temari (quien era la otra abogada) no se sintió intimidada en ningún momento. Ella era, de cierta manera, opuesta a él; sus palabras eran directas, tajantes, podrían catalogarse como crudas. Ella pensaba que esa era la mejor forma de hacer su trabajo.

Después de escuchar los argumentos, el juez se retiró a deliberar su veredicto. Una oleada de impotencia se apoderó de Temari, quien se encontraba notablemente frustrada por la situación. Al parecer, ella esperaba una sentencia inmediata. Fue reconfortada inmediatamente por su esposo.

—Fuiste muy valiente —Gaara elogió a Neji, abrazándolo sutilmente por los hombros—. Todo estará bien de ahora en adelante —le aseguró con una ligera sonrisa, intentando consolarlo. Al poco tiempo, Hanabi se le unió con las palabras de apoyo.

Sakura, por su parte, simplemente se marchó. Ya no tenía nada por hacer ahí.

Un par de horas más tarde, el juez dio a conocer la esperada sentencia. El viejo hombre se aclaró la garganta y carraspeó varias veces, pero finalmente dijo la ansiada oración: doce años de prisión, compensación monetaria a las víctimas y programas de rehabilitación. No había derecho a apelación.

Temari frunció el ceño, inconforme con lo descrito. Doce años... Hasta parecía ridículo. Dio un paso hacia el frente, dispuesta a alegar, pero Shikamaru predijo sus movimientos.

—Guárdatelo para la custodia —mencionó el pelinegro, sujetándola de la muñeca—. No pienso que sea sano que Boruto se vea involucrado con esa familia maldita. 

La rubia suspiró con resignación, pero sabía que el comentario de su marido era muy certero. Aún tenía mucho trabajo por hacer. Suspiró con pesadez al pensarlo... Parecía que los problemas nunca terminaban.

El sol empezaba a ponerse. El viento corría, y a diferencia de lo que se podía esperar, era ligeramente frío; anunciaba la llegada del otoño. 

Los brazos de Sasuke aún rodeaban a Naruto, y viceversa. En algún momento del reconfortante momento, ambos rompieron en llanto. Y pese a ser el rubio quien se encontraba más herido, era el azabache quien sollozaba descomunalmente. 

—Por un momento creí que... Que tú y... Pensé, Naruto... Creí que te había perdido...—susurró el pelinegro. Tímidamente enterró su cabeza en el hombro del contrario, como si quisiera esconder su rostro de éste.

—Pero no fue así —el Uzumaki frunció el ceño con comprensión, mientras palmeaba la espalda del Uchiha—. Nada me volverá a apartar de ti —le dedicó una mirada de soslayo.

Los amargos lamentos del azabache cesaron tan pronto como Naruto pronunció tal sentencia. Más que una promesa, sonaba a una afirmación. Las había profesado, con suma vehemencia y certeza, que le resultó imposible dejarlo pasar por alto. 

—¿Cómo...—musitó, separándose poco a poco del contrario—. Cómo puedes estar tan seguro? —lentamente, alzó su cabeza lo suficiente como para que sus miradas se encontraran. 

Naruto lo sostuvo de la nuca, aproximando su rostro al suyo. Los vidriosos ojos del pelinegro amenazaban con quebrarse en cualquier momento, hecho que sólo entristecía más al rubio.

—Vámonos de aquí —susurró sutilmente. Esbozó una sonrisa débil, pero sincera. Pese al cansancio que se asomaba por sus ojos zarcos, su semblante transmitía calidez. Supo entonces que iba en serio.

—¿De qué estás hablando? —inquirió Sasuke, visiblemente confundido.

—Abandonemos Konoha —fue directo, por lo que los ojos del pelinegro se abrieron con desmesura—. Sé que es precipitado, pero... —su mirada se dirigió hacia una esquina. Parecía reflexivo—. He ahorrado algo de dinero y... Planeaba llevar a Boruto a una universidad prestigiosa y cuando eso sucediera, pues...—la comisura de sus labios se tornó curva, como si quisiera sonreír—.  Cuando menos, quería vivir en la misma ciudad que él. Aunque no me necesitara, estar ahí.

Si bien era cierto que la optimista y deslumbrante naturaleza del rubio salía a flote en los momentos menos esperados, esta vez incluso sobrepasó sus expectativas.

—¿Me estás planteando... Vivir juntos? ¿En algún otro lugar? —pese a la leve hinchazón de sus ojos, producida por su desenfrenado llanto, los mantenía tan abiertos como le era posible.

—Bueno, prácticamente sí...—el Uzumaki sonrió con pena. Pocos segundos después, cayó en cuenta de lo repentina que era la situación—. ¡Quiero decir...! Tómate el tiempo que necesites para pensarlo, sólo era...—nuevamente, su mirada se dirigió al suelo—. Un pensamiento egoísta.

—¿Pensamiento egoísta? —repitió su acompañante.

—Es egoísta querer llevarte conmigo —rió entre dientes—. Después de todo, eres una persona independiente y tienes tu vida aquí. Trabajo, familia, amigos... Y yo no tengo nada más que malos recuerdos —volvió a reír de la misma forma.

Hubo silencio. Ninguno de los dos se atrevía a romperlo.

—Es un hecho que me iré. Me llevaré a Boruto conmigo, a como de lugar. Hasta entonces esperaré tu respuesta, Sasuke.

¿Qué era lo que eligiría el Uchiha?

Locamente enamorado || NarusasuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora